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19 de abril de 2024

Los ridículos de la educaciónJosé Víctor Orón Semper

La equivocación de pensar que «la educación de ahora está mal»

¿Qué tipo de educador eres? ¿De los que esperan sacar algo de su hijo o alumno? ¿O de los que esperan a la persona de su hijo o alumno?

Actualizada 04:30

El ridículo de tal afirmación está en pensar que la situación y los retos de la educación actual son sustancialmente distintos de otras épocas y que, además, la actual está peor. Sin negar que cada época tiene su forma peculiar de vivir los problemas, en el fondo, ni la situación general ni los retos actuales son en verdad nuevos. He ahí un nuevo ridículo.
Los orígenes de la educación están en los mismos orígenes de la humanidad, pues la educación es una pretensión únicamente humana. Es conocida la etimología de educación como un «guiar, conducir, fuera de». y eso se ha entendido como un «sacar fuera», pero en verdad, pienso que no se trata de sacar fuera un potencial del otro, sino de esperar que la persona salga. Educar sería ayudar a que el otro salga.
¿Podríamos preguntarnos qué se espera de una persona educada? La lista puede ser muy larga. Pero creo que lo más originario humano no es esperar del otro cualidades, comportamientos, habilidades, capacidades o aptitudes, sino que lo más originario humano es esperar al otro, a la persona del otro. En ese sentido, en educación no hay nada que sacar, sino esperar a que la persona salga.
¿Qué tipo de educador eres? ¿De los que esperan sacar algo de su hijo o alumno? ¿O de los que esperan a la persona de su hijo o alumno?
Se espera que la persona salga porque en ella se reconoce una singularidad, una novedad sobre el universo con una riqueza, que es su propia persona. Pero ¿vemos así a nuestros hijos y alumnos? Toda la historia de la educación podría escribirse bajo el paradigma de cómo se ha mirado al niño. Las distintas miradas sobre el niño explican las distintas posturas educativas. Los que miran al niño como un ser ya rico y esperan su presencia y los que miran al niño como alguien pobre que necesita ser enriquecido y fortalecido.
La persona «al salir» desarrolla capacidades. Pero si esperamos el desarrollo de capacidades, esperamos cosas del otro, no esperamos al otro. Educar no es desarrollar capacidades, sino ayudar a crecer, y en su crecimiento desarrolla capacidades. La educación espera a la persona del alumno, mientras que el desarrollo espera capacidades potenciadas. No es lo mismo esperar cosas del otro (desarrollo de capacidades) que esperar a la otra persona (crecimiento personal).
Y además, dejadme hacer un juego de palabras: se espera al otro en cuanto otro quién. Esto significa que el otro quién que aparece ante mí no se ajusta a cubrir nuestras esperanzas, sino que es portador de novedad, superando nuestras esperanzas. El otro nos sorprende. Ese es el testimonio reiterado de tantos buenos educadores que dicen sentirse educados por sus propios alumnos.
Desde luego, es crucial que cada uno se pregunte: ¿cuál es mi esperanza sobre el otro? ¿Espero cosas o personas? Da igual que esa pregunta se la haga el esposo sobre la esposa, los compañeros de trabajo entre ellos, el alumno del profesor, el vecino del 5º sobre el vecino del 3º, el ciudadano del político y el político del ciudadano. Si lo que contestamos son una lista de comportamientos, actitudes o capacidades, resulta que esperamos cosas del otro, pero no esperamos al otro quién.
Solo quien espera al otro quién como otro, es decir, abierto a la novedad que el otro trae, vive como humano. Si se espera al otro, se vive como persona, se espera a la persona, y solo una persona espera a otra persona. Por eso, si espero al otro quién como otro es porque soy persona. Si espero al otro, considero que el otro es mi bien; si espero las capacidades del otro, considero que la capacidad es su y mi necesidad. Uno que se sabe persona espera personas; uno que se vive como mero sujeto de necesidades espera capacidades. Lo que esperas del otro refleja tus propias esperanzas. A un profesor, padre o madre podemos decirle: esperas poco del otro quién porque esperas poco de ti. La mirada que se tiene sobre el niño es reflejo de la mirada que se tiene sobre uno mismo.
San Juan Pablo II lo expresa de una forma muy bonita: «los hijos enseñan a los padres la humanidad». Es la misma idea formulada desde otra perspectiva. Si el educador se abre a la sorpresa de la persona del educando, entonces el educador aprende lo que significa vivir como humano. Por eso, en la educación nos estamos jugando el vivir conforme o negando quienes somos. En cada niño o alumno la humanidad tiene a su alcance la oportunidad de salvarse salvando al otro. No existe la autosalvación de uno mismo.
Pienso que este es el punto crucial de la crisis educativa que está en vigor desde el mismo nacimiento de la educación. Uno de los escritos más antiguos es el de Platón en el libro de La República. En un momento discute si es bueno o no enseñar retórica a los jóvenes. Lo comenta porque los profesores la enseñan como algo técnico y separado de la persona, como una capacidad a adquirir, como si de una mera cuestión práctica se tratase. Lo que ocurre es que los jóvenes la aprenden para destrozarse unos a otros y disfrutan como si fueran cachorros dando zarpazos intelectuales a los demás, dejándoles en evidencia, y acaban tan descreídos como los propios profesores. Vamos, un desastre. El mismo desastre acontece hoy en día cuando se usa la competencia adquirida para la competición entre personas. Por eso digo que esta es la eterna crisis de la educación, denunciada por grandes referentes como pueden ser R.S. Peters, J. Dewey, L. Kohlberg y tantos otros.
Una pregunta ineludible es: ¿por qué desde el mismo nacimiento de la educación es un tema polémico? ¿Por qué se eterniza el problema?
Ciertamente, se podrían dar muchos datos históricos y culturales que abonan comprender la situación, pero creo que la raíz del problema es el permanente reto que tiene el ser humano de poder vivir como tal. ¿Acepta el ser humano su humanidad? Vivir como humano y educar requieren de algo que a su vez promueven: la confianza. Por ella nos abrimos al otro, nos reconocemos a nosotros mismos en el otro, de tal forma que uno sabe que su futuro está ligado al otro. Pero en lugar de entrar en esa dinámica de la confianza, el ser humano se llena de desconfianza y tiene en la búsqueda de seguridad el criterio que gobierna las relaciones. Si el educador confía en el educando, espera a la persona del educando. Si el educador no confía, quiere asegurar la obtención de capacidades que, a su vez, aseguren el buen funcionamiento social. Al empobrecer al educando, se empobrece el educador. Y busca asegurar quien tiene miedo.
Por eso, mientras los que somos educadores no reconozcamos ese miedo y esa búsqueda de seguridad, seguiremos haciendo el ridículo otros tantos años. Solo con ese reconocimiento se podrá tener una verdadera educación, pedida por muchos y necesitada por todos. ¿Asumiremos la responsabilidad de reconocer nuestra pobreza como educadores? ¿Asumiremos el reto que plantea la educación de nuestros hijos y alumnos? Cuidarles, nos hará crecer.
  • José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación

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