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02 de mayo de 2024

Gente joven con sus teléfonos móviles

Gente joven con su teléfono móvil

Menos matrimonios y adultos miedosos: así sería el mundo del mañana si no se restringe el móvil a los jóvenes

El reputado psicólogo Jonathan Haidt publica un libro en el que repasa la relación de los menores con los móviles inteligentes desde su irrupción hace más de una década y expone sus consecuencias

El debate sobre el uso del móvil durante la infancia y la adolescencia lleva ya varios años sobre la mesa, aunque no ha sido hasta tiempos más recientes cuando sus efectos perniciosos han comenzado a apreciarse de forma clara. Deterioro de la salud mental y falta de desarrollo cognitivo son, a grandes rasgos, los dos grandes males cada vez más visibles que los teléfonos inteligentes sin restricciones han repercutido sobre los jóvenes.
Durante varios años, el reputado psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt ha estudiado la evolución de este impacto a todos los niveles. Con los datos que ha recabado, ha escrito un libro titulado La generación ansiosa: cómo el gran recableado de la infancia está provocando una epidemia de enfermedades mentales (traducción al español del título en inglés; el volumen todavía no se ha editado en nuestro idioma).
Aclamado por la crítica, la obra, de 400 páginas, se ha convertido en uno de los libros más vendidos en Estados Unidos desde su publicación el pasado 26 de marzo.
El veredicto de Haidt es claro y va en la línea de lo que muchos otros expertos vienen advirtiendo desde hace tiempo: los padres deben repensar cómo administrar los móviles y el uso de las redes sociales a sus hijos menores. Él, de hecho, aboga por que ningún joven tenga acceso al móvil (o lo tenga de manera muy limitada) hasta los 16 años.
En una entrevista publicada esta semana en CNN, Haidt, profesor de Liderazgo Ético en la Escuela de Negocios Leonard N. Stern de la Universidad de Nueva York y descrito en más de una ocasión como uno de los «mayores pensadores mundiales» por sus contribuciones en distintos campos de la psicología, aporta algunas claves para comprender dónde estamos y qué ha ocurrido a lo largo del camino.
«Los niños siempre tuvieron una infancia basada en el juego, pero poco a poco dejamos que eso se diluyera por nuestros crecientes temores de secuestro y otras amenazas en las décadas de 1980 y 1990. Lo que surgió para reemplazar todo ese tiempo libre fue la tecnología. En la década de 1990, pensábamos que internet iba a ser el salvador de la democracia. Iba a hacer que nuestros hijos fueran más inteligentes. Como la mayoría de nosotros éramos tecnooptimistas, en realidad no dimos la alarma cuando nuestros hijos empezaron a pasar cuatro, cinco, seis y ahora siete o nueve horas al día frente a sus teléfonos y otras pantallas», apunta. «El argumento básico del libro es que hemos sobreprotegido a nuestros hijos en el mundo real y los hemos ‘subprotegido’ en línea pensando que todo estaría bien. Nos equivocamos en ambos puntos», añade.
Son muchos los datos curiosos que ha descubierto desde que los primeros teléfonos inteligentes llegasen a nuestras vidas a comienzos de la década de 2010. El número de fracturas óseas, por ejemplo, se ha desplomado a partir de esta irrupción cuando anteriormente los adolescentes conformaban el grupo poblacional con más probabilidades de acabar en el hospital por dicho motivo.

Hemos sobreprotegido a nuestros hijos en el mundo real y los hemos ‘subprotegido’ en líneaJonathan HaidtPsicólogo social

A nivel psicológico, las niñas sufren más las consecuencias relacionadas con la ansiedad que puede causar el uso de las redes sociales que los niños, lo que deviene en un aumento de las autolesiones que a lo largo de la pasada década se triplicaron en chicas de 10 a 14 años.
Ya para 2014, Snapchat estaba consolidada como una de las redes sociales y apps más populares a nivel global

Ya para 2014, Snapchat estaba consolidada como una de las redes sociales y apps más populares a nivel global

Aunque la pandemia de covid y todo lo que socialmente supuso dejó al descubierto un importante deterioro en la salud mental de los más jóvenes, Haidt arguye que en realidad el problema venía de mucho antes. «Hoy en día, en las familias de todo Estados Unidos, una de las dinámicas más importantes y prevalentes es la lucha por la tecnología. Lo que descubrí desde que salió el libro es que casi todo el mundo ve el problema. Los padres están en un estado de desesperación», apunta.

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Las recetas que aporta para revertirlo no son un alarde de innovación, pero cree que es lo único (o al menos, lo más efectivo) que se puede hacer para evitar que el problema se siga agravando: no usar teléfonos inteligentes hasta la secundaria ni redes sociales (que «no fueron hechas para niños» y «parecen ser bastante dañinas para ellos») hasta el bachillerato, escuelas libres de teléfonos para impedir distracciones innecesarias y fomentar la socialización, y, en definitiva, restaurar una infancia basada en el juego.
Haidt distingue, eso sí, dos etapas: la escuela primaria, cuando es más fácil hacer efectivas estas normas si se establece una coordinación con el resto de padres en la misma dirección; y la secundaria, cuando los chavales ya están imbuidos de lleno en sus teléfonos, por lo que es necesario fijar un límite de unas pocas horas de uso al día.
A juicio de Haidt, el impacto de varias generaciones de jóvenes absorbidos por los móviles y las redes va más allá del menoscabo en salud mental: a largo plazo, vaticina, las parejas heterosexuales incluso podrían caer, ya que asegura que «los niños están algo segregados por sexo en línea (interactúan menos con niños del sexo opuesto)», de forma que «la situación no es propicia para las citas y el matrimonio heterosexuales». «Creo que la separación entre niños y niñas y sus crecientes tasas de ansiedad van a hacer que las tasas de matrimonio y maternidad heterosexual bajen mucho más rápido de lo que lo han estado haciendo, y han estado cayendo durante décadas», sostiene.
«Por último, creo que podría haber enormes implicaciones económicas. Ya hay docenas de fiscales generales estatales demandando a Meta y Snapchat por la gran cantidad de dinero que los estados gastan en servicios de emergencia psiquiátrica para adolescentes. Otra implicación económica es que si tenemos una, dos o tres generaciones de jóvenes con miedo a correr riesgos, nuestra economía de libre mercado, nuestra cultura empresarial y todas las cosas que hacen que la economía estadounidense sea tan vibrante y dinámica se verán afectadas. Por eso creo que no tenemos otra opción. Debemos poner fin a esto ahora», vaticina por último el psicólogo en la entrevista.

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