La ministra de Igualdad, Ana Redondo
El perfil
Salvar (por ahora) a la soldado Ana Redondo
Redondo confiesa que cuando Sánchez la llamó para ser ministra sintió el síndrome de la impostora: no voy a ser capaz, se dijo. A juzgar por el desastre de las pulseras, parece que acertó. Hay quien cuenta que el presidente quiere mandarla de vuelta a Valladolid, está por ver si de candidata municipal
Cuando Irene Montero se marchó hubo algún despistado que aplaudió la salida de la ministra de las pancartas y de las aberraciones legislativas y la llegada al Ministerio de Igualdad de la doctora en Derecho Constitucional Ana María del Carmen Redondo García (Valladolid, 16 de julio de 1966), porque muy mala tenía que ser para no destacar sobre su antecesora. Pedro Sánchez pospuso el nombramiento de Redondo hasta el final –trasladaba esta cartera tan controvertida de manos de Podemos al PSOE– y cuando se difundió su nombre los departamentos de documentación vomitaron adjetivos como «seria» y «preparada». Sin embargo, su cercanía a Óscar Puente, del que fue concejala en el Ayuntamiento de Valladolid y número dos en su lista del 28 de mayo de 2023, no permitía augurar que su paso por la política fuese la de una ministra solvente y responsable. Y el tiempo y las pulseras antimaltratadores lo han confirmado.
Dos años después de ser designada es una de las socialistas más ignotas del Gobierno. Si acaso su nombre ha trascendido por algo ha sido por tres episodios escandalosos. El primero de ellos fue el grito que le lanzó desde su escaño al diputado popular Jaime Miguel de los Santos porque este había arremetido contra Begoña Gómez por sus negocios inmorales con empresarios que luego fueron beneficiados con ayudas públicas. Encolerizada y ante la aprobatoria mirada de su exjefe Puente, se desgañitó chillando «el negacionismo mata, vergüenza, vergüenza, vergüenza». Más que una ministra defendiendo sus políticas parecía ser una afanada vendedora del puesto de abastos. Cierto es que luego terminó acercándose a su adversario para pedirle disculpas.
En el segundo, una cámara indiscreta captó a Redondo dándole su apoyo a Álvaro García Ortiz, a punto de sentarse en el banquillo, y ofreciéndole «cuenta conmigo, una cenita… en Valladolid lo hacemos». Ambos fueron compañeros y amigos mientras cursaban la carrera de Derecho en la universidad de Pucela. Y, paradójicamente, el tercero de sus polémicos episodios lo ha provocado ese camarada, su «querido Álvaro». El fiscal general guardaba en la Memoria del Ministerio Público una perla sobre la gestión de su compañera de pupitre. Durante ocho meses las mujeres en riesgo de ser maltratadas habían sido desprotegidas, porque la migración de datos de las pulseras de control remoto, de un sistema a otro, habían causado disfunciones. Montero había decidido cambiarlas cuatro meses antes de dejar el Ministerio, y el regalito fue un desastre.
La primera reacción de la ministra Redondo fue negarlo todo o minimizarlo, restando importancia al 1 % de las absoluciones a maltratadores por las incidencias de las pulseras. Lo que hizo realmente fue reírse del alarmismo de la Fiscalía de Álvaro, institución a la que acusó de hacer «una valoración sin datos». Sin embargo, la ministra de la risa floja ha licitado un nuevo contrato de pulseras para incluir mejoras, aún después de asegurar que el sistema funcionaba perfectamente. Su departamento no ha dado ni un solo dato, aunque se cuentan por decenas los casos, como el de una víctima que se quiso suicidar cuando su agresor empezó a acosarla, pese a estar obligado a llevar pulsera. U otro maltratador que se quitaba el dispositivo y se iba a la playa, sin que nadie detectara su paradero, tal y como ha contado un juez en la Cope. A Redondo le llegaron advertencias del CGPJ sobre incidencias recurrentes y nada hizo.
Eso era el feminismo: Leire Pajín, Bibiana Aído, Carmen Calvo, Irene Montero y ahora Ana Redondo, son las adalides de Zapatero y Sánchez para defender los derechos de las mujeres. Gracias a todos ellos, el movimiento feminista está partido en dos. Lo primero que tuvo que hacer la ministra de las pulseras fue dividirse en el apoyo a las dos manifestaciones que se celebraron el 8 de marzo: la de las feministas clásicas y las que secundan a Podemos y sus políticas tóxicas. Es decir, gestionar un colectivo que dejó incendiado la señora de Galapagar. Desde entonces, Redondo poco ha hecho que no sea lamentar las atroces cifras de violencia de género y las que afectan a los niños asesinados por padres que quieren vengarse de sus parejas. Sigue sin dar con la tecla, porque el Ministerio erre que erre continúa ideologizando una lacra que tiene causas culturales y educativas muy diversas. Y es que, a pesar de su tono más conciliador, ha seguido la estela de su antecesora respecto a las pintorescas políticas de igualdad, que se llevan un presupuesto de 500 millones de euros y no dan fruto alguno. Cómo olvidar su última campaña «por huevos», en la que el Ministerio se gastó 1,6 millones, o el apoyo que le prestó a la delirante canción Zorra que nos representó en Eurovisión, la que para juicio de Redondo «era muy divertida» y «rompía con moldes y con el edadismo».
Si la conocíamos de algo antes de dar el salto a Madrid era porque aparecía habitualmente con Puente en las fotos del festival de cine de Valladolid, que ayudó a prestigiar. Dicen en su tierra que es un ejemplo claro de pijoprogre: progresista de discurso, pero amante de una vida muy acomodada. Madre de dos hijos, le gusta bailar y la ropa llamativa, que siempre combina con vistosos pendientes. La primera persona que creyó en ella fue Óscar López, actual ministro de Sánchez, cuando lideró el PSOE castellanoleonés. Él ha sido su padrino para que recalara en el Ejecutivo socialista. Lo intentó en dos ocasiones anteriores pero Redondo nunca quiso. Hasta que dijo sí; quizá porque otro Óscar –Puente–, también formaba parte del mismo pack vallisoletano.
Ana Redondo confiesa que cuando Sánchez la llamó sintió el síndrome de la impostora: no voy a ser capaz, se dijo. A juzgar por el desastre de las pulseras, parece que acertó. Hay quien cuenta que el presidente quiere mandarla de vuelta a Valladolid, está por ver si de candidata municipal, aprovechando la crisis de Gobierno en la que sacará del Ejecutivo a María Jesús Montero camino de Andalucía. De hecho, ya la señaló cuando en el último Congreso confió la secretaría de Igualdad a Pilar Bernabé y no a la ministra. Pero por el momento, y hasta que él diga, la consigna es «salvar a la soldado Ana Redondo».