El macho alfa del feminismo pronto reclamará «llamadme presidenta»
In memoriam de Alfonso Ussía por su agudo humor y sabia ironía para espolear a una España alegre y confiada
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de Congreso, Francina Armengol
Con esta corrupción de cuerpo entero, era patente que, cuando Pedro Sánchez presumió en julio antes de orearse en La Mareta que conjuraría los abusos de cintura para abajo y de cintura para arriba de «la banda del Peugeot», aquellos protocolos serían buñuelos de viento para surtir la ya de por sí bien abastecida mesa de la propaganda. De hecho, con solo anunciarlo ya mentía. Al manifestar que «para los socialistas, el feminismo no es postureo», sino «una forma de ser», corroboraba lo que niega quién ha hecho del feminismo, disfraz y jugosa pitanza mientras racaneaban en pulseras antimaltrato lo que despilfarraban en brazaletes para putas ministeriales.
Al fin y al cabo, está en la naturaleza de «Noverdad» Sánchez desde, al menos, en 2004 cuando se comprometió como concejal madrileño a «combatir la explotación sexual», mientras su mujer agenciaba los prostíbulos de su padre, Sabiniano Gómez, con los que él hizo patrimonio y carrera hasta ser inquilino de La Moncloa con los votos del prófugo Puigdemont, cuyos brazos demanda en esta fase crítica de la legislatura. Bien lo sabían los miembros de ese Comité Federal al que se encomendaba y a los que no se les escapaba que los teóricos destinarios de esas reglas antivicio gozaban de una protección y amparo rayanos en el encubrimiento.
En su ceguera de conveniencia, como en el «Hamlet» de Shakespeare, el comité federal –entregado al caudillaje de Sánchez– se conduce como el chambelán Polonio con el príncipe danés. Si al referirle este que «esa nube que ves tiene forma de camello», su ayuda de cámara asentía, al igual que cuando se rectificaba una vez («Parece una comadreja») y otra («O una ballena»). Otro tanto la mayordomía sanchista con los «cambios de opinión» de su césar. Gira cuál veleta hacia allí donde vira el estado de humor de quien les agracia, la nómina de la que no dispondrían si se ganaran la vida «con oficios honestos», como anota Borges en El libro de arena.
Salazar era un intocable desde que la poderosa agrupación sevillanas de Dos Hermanas municionó la reconquista de Sánchez de la secretaría general en las primarias de 2017
Siendo uña y carne con sus secuaces Ábalos, Cerdán y Koldo García, se llama a andana y esgrime que, desde el punto de vista personal, son grandes desconocidos tras intimar como glosa en su Manual de resistencia. Otro tanto con el «quinto pasajero» del Peugeot, el «moranco» Francisco Salazar –por su parecido físico a César Cadaval, integrante de la popular pareja de humoristas de Triana– tras revelar la prensa amiga primero que dos funcionarias de Moncloa lo habían denunciado por acoso sexual siendo director de Análisis y Estrategia de La Moncloa en vísperas de que Sánchez lo escogiera como secretario de Organización a la sombra, tras Ábalos y Cerdán, y luego el intento de borrar las acusaciones en el canal antiacoso del PSOE –curiosamente, no el buzón del Ministerio– que gestionaban mujeres próximas al investigado.
No en vano, Salazar era un intocable desde que la poderosa agrupación sevillana de Dos Hermanas, cuyo ayuntamiento domina hace 40 años, municionó la reconquista de Sánchez de la secretaría general en las primarias de 2017. Desde entonces, este antiguo alcalde de Montellano cobró como empleado del Ayuntamiento nazareno –al modo, de los ñoquis peronistas– sin asomarse por su puesto mientras trajinaba para Sánchez. Por eso, cuando este dictó que reforzaría el «protocolo contra el acoso sexual» y «mejorar el canal de denuncias» en julio, lo que buscaba era intervenirlo para que no se volviera contra él y los próximos.
Al ser puesto en evidencia quien emplazó a abolir la prostitución financiándose con ella y engrosó su cuadrilla con puteros, no hay que descartar que su proverbial desahogo le lleve a salir por peteneras. Como el expresidente andaluz Griñán cuando altos cargos suyos dilapidaban caudales de los parados para sus jácaras en burdeles. Así, en una conmemoración del antaño «Día de la Mujer Trabajadora», emplazó a las militantes socialistas a «llamadme presidenta». Principiando la actual política a la violeta, Griñán evocaba a los petimetres que escarnece el gaditano José Cadalso en Los eruditos a la violeta.
De hecho, a diferencia de su primera rueda de prensa como secretario general del PSOE en la que Sánchez tuvo un disculpable «lapsus linguae» aseverando que «me encuentro muy reconocida», seguro que este no rectificaría raudo como entonces, sino que hallaría una enorme oportunidad. En su estrategia de engaño, el yerno de Sabiniano se valdría de ella para que la gente debatiera sobre lo exótico y accesorio mientras evita hablar aquello de lo que retrata a un desaprensivo en apuros. De hecho, es lo que abona el feminismo oficial con gansadas como proscribir el nombre de Charo por ser un calificativo denigratorio para ocultar su incapacidad y negligencia para atajar las crecientes cifras de violencia contra la mujer mientras derrocha fondos en salvas.
Eran espejo del vicio de quien ha mutado al Partido Socialista en Partido Sanchista y derruye una nación a la que carcome con mordidas y despieza con sus socios separatistas
En este estado de error, hay quienes circunscriben la responsabilidad de Sánchez a una cuestión de «in eligiendo» o «in vigilando» de sus escuderos, sin reparar en que este los quiso así para, sin respetar líneas rojas, atracar el poder espuriamente. Enrolando a randas y cortabolsas, la corrupción no necesitaba tiempo para que aflorara, pues ya los acompañaba como la sombra al cuerpo. Eran espejo del vicio de quien ha mutado al Partido Socialista en Partido Sanchista y derruye una nación a la que carcome con mordidas y despieza con sus socios separatistas.
De hecho, la presidenta de las Cortes, Francina Armengol, como ama de llaves del macho alfa del feminismo socialista, ha aprovechado las pompas fúnebres del 47º de la misma Constitución que ultraja a diario para franquear el ultimátum que Puigdemont dictó el 23 de noviembre en el diario sanchista de la mañana. Atendiendo al ukase del fugado, Sánchez quiere alargar la legislatura hasta ver si escampa, consintiendo «el derecho a la autodeterminación de los pueblos, que es un concepto que el Partido Socialista había defendido durante décadas», según el amnistiado del capó.
Aun renegando de la obra constitucional de su partido y traicionando a la nación que preside, no cabe reacción posible entre quienes posibilitaron no ya un César, como sostiene el exministro Jordi Sevilla, sino un Calígula. Con diputados que no se deben a la nación ni tampoco a su circunscripción, como ordena la Carta Magna prohibiendo los mandatos imperativos, sino a un tirano que incluso les controla el salario reemplazando ilegalmente al Congreso como pagaduría, nadie espere un heroico Louis Louchet como el que, durante el reinado del terror de la Revolución Francesa, osó instar en la Asamblea Nacional el arresto de Robespierre. Inopinadamente, lo secundaron cientos de congresistas agazapados al aguardo del insensato que lo formulara a riesgo de ser guillotinado. «Habéis salvado a la patria contra la tiranía», jalearon a Louchet quienes habían coadyuvado a que germinara la semilla de un régimen opresor que se arrogaba la voluntad del pueblo al que sojuzgaba en nombre de la virtud que no practicaba, de los principios que trasgredía, de la historia que reescribía y de la libertad que pisoteaba. Así había impuesto su dictadura a quienes, con su servilismo, fraguaban las cadenas que les engrillaban.