Miniatura de las Cantigas de Santa María que muestra a Alfonso X el Sabio dictando
El despertar intelectual de Europa que germinó en la Escuela de Traductores de Toledo
Entre los siglos XII y XIII proliferó en Castilla el interés por traducir escritos árabes y griegos propiciando un salto del conocimiento en materia de ciencia, teología, filosofía o astronomía
La conciencia y sobre todo, el concepto de un mundo globalizado mira a tiempos recientes. El avance de las comunicaciones permite adquirir conocimientos desarrollados en cualquier rincón del mundo, gracias a la traducción e interpretación de expertos que resultan clave a la hora de expandir el saber global.
No hace tanto, un avance de cualquier índole podía tardar siglos en comprenderse por el resto de culturas, más todavía si las relaciones entre territorios no era fluida. El avance de una mente colectiva se vio frenado por evidentes intereses entre potencias en conflicto o incluso separados por barreras culturales, hoy difíciles de encontrar.
El simple hecho de lograr que germinara la ambición por interpretar textos y traducirlos para adquirir conocimientos desarrollados por otros pueblos, contribuyó enormemente a crear una simbiosis de pensamientos en pro del conocimiento global de la humanidad.
Para llegar a la determinación social por comprender lo escrito por hombres del pasado y alejados de la Península, se tuvo que dar una circunstancia básica. La reconquista de Toledo asentó definitivamente al pueblo cristiano en la ciudad y allí fue sembrada la semilla de una tolerancia suficiente, con judíos y musulmanes presentes, como para interesarse en el intercambio cultural. Una visión adelantada y poco común en la época, que derivó en un salto del saber que siglos más tarde se promulgó por Europa y el Nuevo Mundo.
El despertar de la traducción en Toledo
La Reconquista se encontraba en pleno auge y la expansión cristiana vivía uno de sus mejores momentos del lado de Castilla. En 1085, una plaza clave, como es la ciudad de Toledo, quedó bajo el amparo castellano a la llegada de Alfonso VI de León. Pueblos diferenciados por religión y corona habitaban la Península y poco después la expulsión de los judíos de Andalucía, encontraron asilo en Toledo desde 1146.
Lejos de una nueva expulsión, que si llegaría en 1492 con los Reyes Católicos, la ciudad se mostró tolerante y se manifestó el fenómeno de convivencia que convirtió al lugar en un importante centro de intercambio cultural.
La comunidad judía y la presencia de musulmanes, junto a la ambición cristiana, crearon la combinación perfecta para fomentar la actividad de los traductores. El intercambio entre culturas dentro de Toledo, en cuanto al traspaso de texto, no surge de la nada. Son varias las personalidades promotoras de la experiencia, como el arzobispo Raimundo de Sauveat.
En la ciudad se mantuvieron intactos gran cantidad de textos árabes y el patrocinio de arzobispos, como el mencionado, propició un interés por guardar el conocimiento atrayendo a su vez a sabios de diferentes reinos.
La cultura árabe de la época había experimentado un notable desarrollo en materia de ciencias naturales y además, contaban con una gran biblioteca traducida al árabe de las obras clásicas griegas en materia de filosofía.
De esta manera Occidente recuperó parte del legado grecolatino, con traducciones de los textos de Aristóteles, Galeno o Ptolomeo, sumando por supuesto toda la materia científica del mundo árabe.
El papel de Alfonso X ‘El Sabio’
Alfonso X El Sabio
Durante los siglos XII y XIII los textos traducidos se caracterizan por su mirada a la ciencia y a la filosofía griega que ya habían traducido anteriormente los musulmanes. Obras de alquimia, astronomía, filosofía, matemáticas o medicina llegan a Castilla asentando una gran base de conocimiento en el reino, que pronto sería compartido tras su traducción al latín y posteriormente, en algunos casos, a la lengua castellana romance.
Las escuelas catedralicias de la Iglesia abanderaban el movimiento, pero la llegada de Alfonso VIII y Alfonso IX haría virar la tendencia con la creación de los conocidos como studii. Estos lugares dedicados al estudio son la semilla para las posteriores universidades y vieron la luz en Palencia y Salamanca en 1218. Con estas novedosas aulas, la autonomía de los profesores y alumnos aumenta en cuanto a la influencia de la Iglesia, que por entonces abanderaba el saber.
Con Alfonso X, el salto definitivo quedaría confirmado. El máximo patrocinador de la traducción del saber pasaba a ser la corte real, la corona. El rey castellano de la época defendía el conocimiento como herramienta para llegar a Dios y poder gobernar de manera justa. Por ello, crea nuevas escuelas en Murcia y en Sevilla, reflejando que la conocida como Escuela de Traductores de Toledo, no se limitaba a la ciudad y refería a un conjunto de aulas dedicadas al conocimiento repartidas por el reino.
Con límites más concretos y de la mano del monarca, se siguió una tendencia compartida en el saber, que no se daba en la época anterior. Al estilo de Marco Aurelio, Alfonso X trató de ser un rey sabio, interesado por la filosofía proyectando su convencimiento por el estudio de la astronomía y la astrología.
La actividad de traducción y búsqueda de novedosos conocimientos, que por entonces no estaban al alcance de Castilla, marcó considerablemente los trabajos traductores. El Rey Sabio apostó por un aumento de traducciones al castellano por delante del latín, lo que supuso una gran proyección de la lengua a través de los tratados científicos de la época.
Institucionalizar el saber y además, transportarlo con la lengua romance son, en líneas generales, los dos grandes legados del monarca, que bien supo la importancia que residía en las armas del conocimiento.
¿Existió una Escuela de Traductores de Toledo?
La Escuela de Traductores de Toledo
La realidad es que el término acuñado nació ya en el siglo XIX. Fuera de España, el francés Amable Jourdain, se refirió al fenómeno traductor de Toledo como ‘colegio de traductores’. Un concepto que aparece en sus escritos sobre historia y que siguiendo su línea, Valentín Rose, filólogo alemán, terminó por sentenciar como 'Escuela de Traductores de Toledo'.
Uno de los mayores defensores de la no existencia de una escuela como tal es Julio César Santoyo, que prefiere hablar de movimiento amparándose en que el título otorgado, no responde a la realidad de los trabajos realizados en los primeros siglos del milenio.
Por otra parte, el filólogo español defiende que lo acontecido en Toledo responde a un fenómeno de interés por el saber, que no coincide en el tiempo y que reside en el empeño de diferentes traductores a través de los siglos. El cambio de tendencias, tanto en temáticas como en lengua a la que se traducía y su propia manera de transcribir al nuevo idioma, le despiertan dudas suficientes como para negar la existencia de una escuela traductora como tal.
Figuras de relevancia en el siglo XX, como Marcelino Menéndez Pelayo, popularizó el concepto en España, pero Julio César Santoyo concluye que todo se trata de una leyenda. El hecho de que los diferentes traductores todavía recordados no coincidan en tiempo y no colaboraran entre sí, son motivos suficientes para la afirmación del filólogo español, relacionista en tal materia.
Adscritos a una creencia u otra, lo cierto es que en Toledo nació el germen de la traducción. El saber se expandió por la Península rumbo a occidente, con sedes por el territorio nacional, lo cual habla todavía mejor, si cabe, de un fenómeno plural.
La intención de expandir el conocimiento con la creación de escuelas en varios puntos de la actual España, refleja un fenómeno de importancia clave para el desarrollo del conjunto de las materias. La convivencia de culturas, el interés por sus avances y teorías, acompañadas por el impulso de la institucionalidad y la puesta en valor por el castellano de Alfonso X ‘El Sabio’, sitúan uno de los momentos de mayor importancia de nuestra historia. Estos trabajos aumentaron la proliferación de nuevas ideas y enriquecieron el conocimiento.