Soldado miembro de la Santa Hermandad

Soldado miembro de la Santa HermandadPedro Berruguete

Santa Hermandad: la temida patrulla que cazaba bandidos por los caminos de Castilla

Los Reyes Católicos se encargaron de fusionar diferentes Hermandades de gentes armadas para velar por la seguridad de las zonas rurales de Castilla

En tiempos convulsos de Reconquista durante el siglo XI, los campos, caminos y rincones de Castilla suponían un peligro equiparable a la batalla. Por esta razón, siglos más tarde quedaría constituida la Santa Hermandad como cuerpo armado en lucha contra los criminales de la época.

Por orden de Isabel la Católica, las Cortes de Madrigal de 1476 fusionaron las Hermandades surgidas en los diferentes puntos del reino. Según diversos estudios, esta corporación presume de ser el primer cuerpo policial de toda Europa. La involucración del gobierno de la época y su sólida organización manifiestan la pionera acción dirigida mantener la seguridad y el orden público.

El abigeato, que no es más que el robo de ganado, la falsificación de monedas y la persecución del crimen fueron, entre muchos otros, los grandes motivos de peso para tomar conciencia de la necesidad de una fuerza armada. A estos sucesos, se sumó en Toledo la preocupación por el extendido robo de colmenas que terminó por hartar a los apicultores.

Con ámbito rural, nacieron las primeras hermandades en Toledo y pronto se extenderían a comunidades vecinas como la actual Ciudad Real y Talavera de la Reina. Estas fuerzas populares pronto fructificaron en otros puntos de Castilla hasta que finalmente terminó por oficializarse la fusión de todas en la Santa Hermandad. En este momento surgió el primer antecedente y caldo de cultivo de las actuales Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Hermandades de Toledo, Ciudad Real y Talavera de la Reina

Pendón de la Santa Hermandad de Toledo

Pendón de la Santa Hermandad de ToledoMuseo del Ejercito

Si la Santa Hermandad de los Reyes Católicos responde como antecedente a los actuales Cuerpos de Seguridad del Estado, las Hermandades surgidas al oeste de la actual Castilla-La Mancha fueron el primer precedente constatable de la defensa de los territorios víctimas del crimen.

Estas primeras hermandades funcionaban como cofradías destinadas a defender los pueblos de mercenarios, salteadores y bandidos de las zonas más aisladas. Tras la reconquista de Toledo a finales del siglo XI, Alfonso VI concedió privilegios a estos grupos armados. El rey les insto a perseguir las fechorías de los caminos y zonas rurales, muchas veces protagonizados por mercenarios que habían quedado sin empleo tras la toma de la ciudad.

Los espacios poblados entre el Tajo y los Montes de Toledo presentaban el mayor peligro al quedar más aislados de la acción de la fuerza real. Así, la seguridad se garantizaba en su formato más local y pronto se extendería a Ciudad Real y Talavera de la Reina por acción de Fernando III el Santo en 1245. Contaban con un gran abanico de competencias judiciales y hacían las veces de institución policial en una organización gremial.

Pronto comenzaría a extenderse la idea y las Hermandades fructificaron por la Península reconquistada, exceptuando el Condado de Barcelona y Navarra, que crearon los llamados ‘somatén’ y ‘orde’, respectivamente.

Con la llegada del nuevo siglo, en el año 1300, las organizaciones de Montes de Toledo, Ciudad Real y talaveranos quedarían fusionadas. A partir de dicha decisión, las actuaciones ganaron en eficacia coordinando informaciones y estrategias para luchar contra los bandoleros.

Las penas arrojadas contra los delincuentes eran de lo más contundentes. «Si algún cofrade topare al salteador en el malhecho, lo prenda fuego y no espere al Rey ni al Señor del pueblo, para que sea luego ahorcado», rezaba la ley de la época que penaba el robo con la muerte.

Nacimiento de la Santa Hermandad

Retrato de boda de los Reyes Católicos

Retrato de boda de los Reyes Católicos

Con el reinado de Enrique II de Castilla, proliferaron nuevas Hermandades en los territorios adyacentes a Toledo y un siglo más tarde, Enrique IV de Castilla formó la 'Hermandad nueva general de los reinos de Castilla y León', antesala de la Santa Hermandad. La organización duró un suspiro, pero sentó las bases sobre las que se construiría la hermandad común definitiva para perseguir el crimen.

A la muerte de Enrique la inseguridad se incrementó y sería el buen hacer de Alonso de Quintanilla el que resolvería el asunto. El Contador Mayor de Cuentas colaboró con Juan Ortega, sacristán del rey, para extender la necesidad del reino de una nueva Hermandad, más amplia, con una legislación común y que incrementara su actividad en las zonas de la corona. Así, comenzó un proceso de mensajería en el cual citaban a los representantes de las ciudades de Castilla para que se reunieran en Dueñas.

La pequeña población de la actual Palencia, acogió en 1476, la formación de un proyecto común de las cofradías en una misma hermandad. Ese mismo año, los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, oficializaron la Santa Hermandad en las Cortes de Madrigal.

En este momento, quedó reflejada por escrito la organización y dedicación del cuerpo armado recién nacido. A cada pueblo le correspondió un jinete por cada cien vecinos y un soldado por cada ciento cincuenta. Sus ocupaciones principales respondían a la atención ante delito de falsificación de moneda, robo, asesinatos y hasta la vigilancia de precios.

Los ‘agentes’ de la Santa Hermandad vestían con coleto y faldones. El chaleco sin mangas dejaba ver la camisa verde que acuñó el apodo de ‘mangas verdes’. Con el paso del tiempo y la pérdida de eficacia ante el delito de la Santa Hermandad, surgió el famoso ‘a buenas horas, mangas verdes’, que se refería a la tardía llegada de los hermanos ante el acontecer de un delito del cual sus perpetradores ya habían huido.

Unos dos mil hombres llegaron a estar bajo mandamiento directo de los Reyes Católicos y su habilidad en las armas sirvió para que pelearan por la toma de Granada. A la hora de juzgar y penar los delitos, la Hermandad de Ciudad Real destacó por la dureza de sus sentencias. Los condenados a muerte morían por asaetamiento hasta que Carlos I la sustituyó por la horca. El sucesor del primero de España y quinto de Alemania, Felipe II, condenaba a los criminales a pasar por las galeras para defender la expansión del Imperio. También eran comunes el destierro y los azotes, aunque la mayoría de los castigos correspondieron siempre a multas.

Declive y fin de la Santa Hermandad

Posada de la Santa Hermandad de Toledo

Posada de la Santa Hermandad de ToledoColección Archivo Municipal de Toledo

El reino se tornó en Imperio y las nuevas instituciones ganaban peso en un territorio mucho más controlado. De esta manera el declive de la Santa Hermandad fue paulatino. En su inicio, el cuerpo armado rural destacó por su eficacia y rapidez a la hora de aplicar la justicia, pero esa capacidad comenzaría a menguarse.

Los conflictos que acontecieron en el devenir de la historia propiciaron la común llamada filas de la Santa Hermandad para que tomara parte en asuntos de guerra. Además, con el control de la Península, la criminalidad persistió, pero descendió y el cuerpo se encontraba excedido de personal. A su vez no constituían un número tal que los convirtiera en ejército y llegados a cierto punto, no eran ni una cosa ni otra.

Algunos pueblos no podían sostener la presencia de sus servicios, los cuales pagaban con sus rentas. Finalmente, a la muerte de Fernando VII y durante la posterior regencia de María Cristina, previa al reinado de Isabel II, se propuso en 1835 la disolución definitiva de la Santa Hermandad.

Así llegó el fin de una Hermandad nacida en los Montes de Toledo, que se acabó extendiendo por la Península para velar por la seguridad ciudadana. El primer vestigio de los cuerpos de seguridad en toda Europa ha dejado huella, como la todavía visitable Posada de la Santa Hermandad en Toledo declarada Bien de Interés Cultural.

Como no podía ser de otra manera, Miguel de Cervantes dejó referenciada a la Santa Hermandad en su histórico Quijote. Son varias las menciones, pero llama la atención la del décimo capítulo en la que Sancho advierte al hidalgo: «Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia; que, según quedó maltrecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel que nos ha de sudar el hopo».

La Guardia Civil se creó en 1844 y vino a ser el relevo de aquella legendaria hermandad que velaba por la seguridad y tranquilidad de las zonas rurales. El final de una historia que comenzó con la alianza de locales en defensa de lo propio, que acabó en manos de los Reyes Católicos y que murió ante la necesidad de un cambio modernizador.

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