
El Colacho realiza el salto sobre los bebés momento clave de las fiestas de Castrillo de Murcia (Burgos)
Así es la centenaria fiesta del Colacho, en la que los cristianos vencen a un grotesco demonio en Burgos
Castrillo de Murcia celebra una fiesta con raíces paleocristianas símbolo de purificación y renovación
Cada año, en Castrillo de Murcia (Burgos), una figura diabólica salta sobre bebés. No se trata de una provocación moderna ni de una excentricidad, sino de una de las tradiciones más singulares de España: la fiesta del Colacho. A simple vista puede parecer un espectáculo pintoresco, pero en realidad hunde sus raíces en rituales ancestrales que remiten a la lucha simbólica entre el bien y el mal. De hecho, se trata de una fiesta religiosa con tintes de auto sacramental, los conocidos dramas litúrgicos típicos del Barroco.
El Colacho se celebra en torno a la festividad del Corpus Christi. Por tanto, este año se celebrará el domingo 22 de junio. La Cofradía del Santísimo Sacramento organiza esta fiesta desde el siglo XVII, aunque muchos investigadores señalan elementos paganos más antiguos. El protagonista, el Colacho, es un personaje enmascarado y vestido con un traje rojo y amarillo, que representa al demonio. Su papel es doble: corre por las calles provocando a los vecinos con una fusta y luego salta sobre los bebés nacidos durante el último año, que han sido colocados sobre colchones en la calle. Este salto simboliza la purificación, una especie de bautismo simbólico que libra a los niños del pecado original y del mal.
Aunque la fiesta se ha hecho conocida por este acto llamativo, el Colacho no es el único personaje. Lo acompaña «el atabalero», que con su tambor marca el ritmo del recorrido. La tensión entre el caos que representa el Colacho y el orden litúrgico del Corpus Christi crea una simbiosis única entre religión y tradición oral, entre lo oficial y lo popular.

El Colacho de Castrillo de Murcia en Burgos se puede identificar por su especial indumentaria de colores
Pero este tipo de fiestas no solo las encontramos en Castilla y León, sino que se extienden a lo largo del panorama del mapa español, llegando a puntos como Fuencemillán en Guadalajara. Allí, las botargas irrumpen en el pueblo con sus trajes de colores, cencerros a la cintura y máscaras grotescas. Su función también parece caótica: hacen ruido, corren detrás de la gente, azuzan con palos... pero todo está ritualizado. Las botargas, como el Colacho, son figuras liminales que se sitúan entre el invierno y la primavera, entre el mundo de los vivos y el de los espíritus, entre lo pagano y lo cristiano. Aunque esta fiesta tendrá lugar el 25 de enero de 2026, en la festividad de San Pablo Apóstol.
Estas tradiciones, lejos de desaparecer, han experimentado en los últimos años un renovado interés. La recuperación de las botargas en numerosos pueblos de Castilla-La Mancha y Castilla y León, impulsada por iniciativas culturales y asociaciones de mascaradas, demuestra que lo ancestral no está reñido con lo actual. Tanto en Castrillo de Murcia como en Fuencemillán, estas figuras siguen generando fascinación entre vecinos y visitantes, demostrando que, aunque el mundo cambie, seguimos necesitando rituales que nos conecten con algo más profundo.
Más allá de su espectacularidad o rareza, el Colacho y las botargas son testimonios vivos de una España rural que guarda en su memoria los ecos de un pasado común. En sus saltos, carreras y máscaras resuenan las preguntas eternas sobre el mal, la redención y la identidad. Y mientras haya alguien dispuesto a vestirse, correr y saltar, seguirán siendo parte esencial de nuestras raíces.
Hay que destacar que estos no son los únicos puntos de España que cuentan con estas fiestas tan similares, podemos encontrar la Endiablada de Almonacid del Marquesado en Cuenca, los Diablos de Falces en Navarra, la Vijanera en Cantabria, Fiesta de 'Los Diablos' de Tábara en Zamora, o la Danza de los Diablos de San Pedro Manrique en Soria. Estas fiestas son tan similares, por su procedencia de ritos paganos, que con el tiempo se transformaron en tradiciones religiosas cristianas.
Además, estas fiestas revelan cómo tradiciones similares pueden surgir y persistir en lugares distantes entre sí, como Burgos y Guadalajara, unidas por el mismo pulso simbólico de la purificación, el rito y la celebración colectiva. En tiempos de fragmentación, estas coincidencias refuerzan la unidad cultural de España, mostrando que, pese a la diversidad regional, compartimos un imaginario festivo común que nos conecta más allá de fronteras administrativas.