
Vista de celdas abiertas de una cheka
Historia
Destripando el horror de las chekas de Barcelona
En la capital catalana se instalaron 47, con un carrusel brutal de torturas y muertes que son ignoradas por las leyes sectarias de «Memoria»
Una de las proclamas del gobierno republicano, durante la guerra civil, decía que «tenemos que forjar una sociedad más justa, más humana». Mientras proclamaban esto se cometían los más horrendos crímenes. Y no tenía que ser sólo en una cheka, cualquier sitio era bueno para asesinar a aquellos que eran contrarios o no pensaban como ellos. En Barcelona se instalaron 47 chekas. A partir de mayo de 1937 las dirigieron el Servicio de Investigación Militar (SIM), teniendo la Jefatura Nacional en La Tamarita y la Demarcación de Cataluña en la calle Ganduxer. Allí actuaban el teniente coronel de la Guardia Civil Uribarri, Vega López, Gazol y el exmiembro del Tribunal Popular de Caspe.
En La Tamarita, Uribarri hacía comparecer a los detenidos de significación, de los cuales les interesaba personalmente obtener sus declaraciones. Habitualmente había 16 o 18 presos en el calabozo principal. Allí se comía día si y otro no, indistintamente, y eran muchas las veces que los mantenían 48 horas sin comer.
De noche, un detenido era subido a presencia de Uribarri y este le formulaba las preguntas adecuadas a la acusación que se sostenía. Si el procesado declaraba cuanto quería, firmaba su declaración y era entregado a los Tribunales Populares, que en la mayoría de los casos eran entregados a la muerte.

Cámara de tortura con ladrillos en el suelo y pinturas en pared
A las mujeres acostumbraban a llamarlas de madrugada y si se negaban a declarar, eran desnudadas y se les daba una ducha de agua fría; luego, sin ropa, se las encerraba en un calabozo de pequeñas dimensiones, en el cual sólo había un somier metálico. Tanto a hombres como mujeres se les aplicaba una inyección antivenérea, cuyo tratamiento, al hallar a la persona sin síntomas de afección venérea, le producía una fuerte reacción que le mantenía en constante delirio por espacio de cuatro cinco días.
En la calle Vallmajor número 5 encontramos el Monasterio de las Magdalenas Agustinas. En el patio edificaron dos pabellones. Conocidas como neveras, con dos metros de alto y unos tres metros y medio de ancho. Disolvían lentamente brea en las paredes, lo cual producía un hedor insoportable. Además, hacían rodar un hierro por el techo, que provocaba un terrible ruido dentro de las celdas. Es aquí donde Alfonso Laurencic diseñó dibujos psicodélicos en las paredes para perturbar la mente del detenido.
A las mujeres las tenían hacinadas en el desván, que se componía de tres naves, con una ventana protegida por sólidos hierros, la cual era su único medio de ventilación y de iluminación. Algunas de las mujeres podían dormir en un camastro, otras en un jergón de paja tirado al suelo.

Cruz realizada por un preso en una cheka
En la calle Copérnico número 32 existía un pozo que, por medio de una polea, descendían atados con una cuerda a los presos que no querían declarar y sin dejarle secar, les conducían al sótano de la torre donde tenían construidas tres jaulas, para desequilibrar el sistema nervioso de los que acababan allí encerrados. De allí salía con la vista y los nervios destrozados. Los sacaban y los llevaban a alguna otra celda de castigo o simplemente les volvían a colocar en su celda, donde tenían una cama de cemento por colchón.
En la calle Zaragoza número 58 estaba el convento de las Sanjuanistas. Allí había una silla eléctrica, que era el chasis de un asiento de camión conectado a la corriente y con el suelo mojado para que actuara con más fuerza. Las descargas las sufrían en las muñecas o en la cabeza, por medio de un casco. En el primer piso estaba el Gabinete de reseñar, donde se procedía a efectuar la ficha dactiloscópica de los detenidos. En los sótanos cuatro celdas de 1,30 metros de alto por un metro de ancho. El suelo estaba inclinado y la única ventilación era un agujero en el techo. En las galerías, colgadas del techo, argollas que servían para colgar a los presos por la cabeza o por el brazo.
Durante nueve días, y por espacio de dos horas diarias, sometieron a la tortura del agua hasta la nariz, colgando cabeza abajo, a un sacerdote que no había cometido otro delito que ser ministro de Dios. A otro le estuvieron echando cubos de agua en los riñones, durante 36 horas, colgado de una de las argollas. A otros los bajaban a un pozo y arrancaban un motor para torturarlos psicológicamente. Un detenido lo metieron en una bañera con agua jabonada y trozos de cristal en el fondo. No resistió a las dolorosas heridas que le produjeron los cristales y el agua con jabón se le introdujo en las heridas.
El Pueblo Español de Montjuic era el centro donde se repartían los presos a los campos de trabajo. Los allí encerrados, antes de ser trasladados, pernoctaban en la Plaza Mayor, a la intemperie, tanto en invierno como en verano. Parte del Palacio de las Misiones era una cárcel clandestina donde se encerraba a las mujeres, haciéndolas trabajar en la confección de camisas y uniformes para el Cuerpo de Seguridad. El Palacio de Arte Moderno se intentó que fuera un centro de detenciones, pero tuvieron que abandonar la idea, porque al tener el techo de cristal, los bombardeos provocaban que estos cayeran al interior, haciéndolo inhabitable.
El campo de trabajo de Barcelona llegó a tener 303 hombres. De los cuales 192 trabajaban en la CAMPSA de Cornellá; 45 en la calle Anglí; 27 en la calle Balmes; 15 en Gobernación; 9 en San Juan; 5 en Rubí; 3 en Vallmajor y 7 en La Rabassada. La mayoría se dedicaban a hacer refugios en edificios oficiales. Por la tarde todos eran conducidos al Seminario Conciliar.

Instrumento para la tortura en la cheka de Vallmajor
Luego estaban las cárceles flotantes, los famosos barcos-prisión Uruguay, Villa de Madrid, y Argentina. Tanto el Uruguay como el Argentina sirvieron de cárcel común. El peor era el Villa de Madrid. Allí acababan los presos de La Tamarita, que eran denominados como peligrosos. Vivían confinados en sus camarotes. En el Uruguay murió el hijo de Rodrigo Figueroa Torres, duque de Tovar y sobrino del conde de Romanones.
En el castillo de Montjuic había el «tubo de la risa». Este conducía a varias celdas, donde se hacinaron a 800 presos. Esto significaba que, mientras unos dormían, los otros tenían que permanecer de pie. Muchos presos se pasaron meses sin que nadie les dijera nada y, cada vez que se abría la puerta, creían que había llegado el final.