Una mona de Pascua con huevos duros
Semana Santa 2025
La Mona de Pascua: origen y evolución del dulce más popular de la Semana Santa catalana
El fenómeno cultural de las monas
La primavera trae consigo el renacer de una tradición gastronómica que transforma panaderías en galerías efímeras de arte comestible. Este fenómeno, conocido principalmente como Mona de Pascua, representa mucho más que un simple dulce: constituye un puente entre generaciones y culturas.
Detrás de cada pieza esponjosa elaborada con harina, mantequilla y azúcar se esconde un ritual social que conecta a padrinos y ahijados tras el periodo cuaresmal. La presencia casi invariable del huevo —sea cocido o de chocolate— en estas creaciones reposteras no es casual ni arbitraria.
Investigaciones antropológicas sitúan este vínculo entre huevo y celebraciones primaverales en tiempos anteriores al cristianismo. Los hallazgos arqueológicos revelan prácticas similares en civilizaciones que se remontan cinco milenios antes de nuestra era, desde el valle del Nilo hasta los territorios persas.
Durante la etapa medieval europea, las restricciones alimentarias transformaron la necesidad en tradición. Los testimonios históricos indican que la imposibilidad de consumir ciertos alimentos durante cuarenta días generó prácticas de conservación que derivarían en rituales festivos al término del ayuno.
El término que identifica esta tradición proviene de influencias semíticas, concretamente del vocablo «munna», referente a ofrendas o presentes. Esta etimología revela no solo orígenes lingüísticos sino intercambios culturales entre pueblos mediterráneos.
La cartografía de esta tradición resulta sorprendentemente extensa. Desde Portugal hasta Armenia, pasando por regiones como Calabria, Croacia o Chipre, el mapa europeo aparece salpicado de variantes que comparten un núcleo común aunque adopten denominaciones como «folar», «tsureki», «osterpinze» o «kozunak».
En territorio español, cada región imprime su sello particular. Mientras unas zonas optan por formatos trenzados, otras prefieren configuraciones circulares o zoomórficas. Las denominaciones también fluctúan según coordenadas geográficas: desde «hornazo» hasta «culeca», pasando por expresiones como «pa d'ou» o «rosca pascual».
La evolución de esta tradición refleja transformaciones sociales más amplias. Si durante siglos el protagonismo recayó en huevos naturales teñidos, el desarrollo industrial introdujo gradualmente alternativas de chocolate que hoy dominan las preferencias infantiles. Este cambio material no ha eliminado, sin embargo, el componente ritual asociado a la entrega.
La persistencia de esta costumbre, documentada desde al menos el siglo XVI, demuestra su capacidad de adaptación a diferentes contextos históricos y culturales. Los registros escritos evidencian que incluso figuras papales influyeron en su consolidación mediante decretos sobre prácticas alimentarias.
El fenómeno ha cruzado océanos. La emigración europea hacia América transportó estas costumbres que arraigaron en diversas latitudes del continente, adaptándose a nuevos ingredientes y circunstancias pero conservando su esencia celebrativa.
Este patrimonio gastronómico inmaterial, presente en más territorios de lo que habitualmente se reconoce, continúa reinventándose sin perder su núcleo simbólico. Más allá de ingredientes o formas, representa una manifestación cultural de renovación, generosidad y continuidad que ha sobrevivido a revoluciones, guerras y cambios de paradigma.