
Retrato de la Virgen María en un cuadro del malagueño Raúl Berzosa
Leyendas de Barcelona
La leyenda de los romanos que viajaron de Barcelona a Nazaret para dar el pésame a la Virgen María
Cuenta la leyenda que el origen de la Orden de la Merced está en una visita a Tierra Santa en el siglo I
La leyenda que contaremos hoy tiene su origen en el siglo I, cuando Jesucristo fue crucificado, y finaliza doce siglos después. La romana Barcino se levantaba bella, cobijada por su cielo siempre azul y bañada por las ondas del Mediterráneo, que la besan y la acarician continuamente orlando su playa de blanca espuma.
Sus casas se encaramaban por la cima del monte Táber llegando hasta el borde de las salobres aguas que sirven de espejo a la noble ciudad de Amílcar, admiradas de reflejar tanta belleza. Una nave arribada de Israel llegó al puerto de Barcino, y anunció que aquel hombre portentoso, aquel célebre israelita, aquel Jesús de Nazaret, cuyos hechos y cuya doctrina asombraban al mundo entero, había sido crucificado por los de su mismo pueblo, en pago de los beneficios que les dispensara.
Los moradores de Barcino, al oír esto, se indignaron contra el pueblo hebreo, y reuniéndose en consejo los sabios y magnates o patricios de Barcino, interrogaron a los de la nave, y les preguntaron si aquel hombre extraordinario a quien los judíos acababan de matar tan vilmente, tenía mujer o hijos o alguno de su familia.
«Era virgen –contestaron los de la nave–, y el más puro entre los hombres. Sólo ha quedado su triste Madre, la mejor de las matronas de Israel». Los sabios y nobles de Barcino consideraron preciso mandar una embajada para dar el pésame a esa noble matrona, y así lo hicieron.
Cuando la nave regresó a Israel, llevaba consigo dos de los primeros patricios de Barcino, que iban a Jerusalén en nombre de la ciudad a dar el pésame a María, a la Madre de Jesús de Nazaret, por la muerte de su Hijo. Las crónicas de éste suceso no nos cuentan lo que allí sucedió. Sí sabemos que la Virgen María recibió agradecida la visita de pésame que le envió Barcino.
Y como nadie es más digno de reconocimiento que aquel que nos consuela en nuestras aflicciones, la Virgen María recordó eternamente la atención de Barcino hacia ella. La leyenda explica que los descendientes de aquellos ilustres patricios son los de las nobles casas de Rocaberti y de Alfarrás.
Doce siglos después…
Pasaron doce siglos. Sobre los restos de la antigua Barcino se eleva la gótica Barchinona, o la cristiana Barcelona, la Corte de Ataulfo, la ciudad de Ludovico Pío y de Carlos el Calvo, el solio de los Condes soberanos llamados por Europa entera «marqueses de las Españas», y más tarde compartiendo con Zaragoza su Corte de Aragón.
Las fuerzas romanas habían desaparecido y en su lugar se levantaban antiguas torres godas y alguna que otra atalaya árabe. Corría el primer cuarto del siglo XIII cuando la ciudad se levantó jubilosa. La Virgen María, en la noche del primero de agosto, había descendido a ella dejando su morada celestial, y se había aparecido al joven rey Don Jaime, el que más tarde se llamó el Conquistador; a su paje, a Pedro Nolasco, y a Raimundo de Peñafort, que era confesor del rey.
La Virgen María, acompañada de su Corte angelical, de San Pedro, apóstol, y de los santos patronos y protectores de la ciudad, San Severo, San Cucufate, San Paciano, Santa Eulalia y Santa Madrona, se apareció separadamente al rey, a su gentilhombre y a su confesor, y les significó que venía a Barcelona para comunicarles que fundasen en ella una orden religiosa para la redención de los cautivos cristianos que gemían en las mazmorras de las ciudades de España tomadas por los moros y en las de África adonde eran llevados.
Barcelona, amante de la Virgen María, acogió con reconocimiento esta visita y no se hizo sorda a la voz de la Emperatriz de los Cielos. La orden se fundó. Los nobles, el pueblo y hasta las damas representadas por María de Cervelló tomaron parte en tan piadosa obra. Así se fundó la Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos.

Nuestra Señora de la Merced
No quedó, con todo, satisfecha de la bondad y del agradecimiento la Virgen María hacia la ciudad que le mandó delegados para darle el pésame por la muerte de su Hijo. No le bastó una visita sola para pagar tamaña atención y quiso hacer otra.
Una segunda visita
Cuando el primero de agosto, Pedro Nolasco, entonces ya fundador de la nueva Orden Mercedaria, estaba en el coro antes de media noche preparándose para cantar los Maitines con sus religiosos en la capilla de los Reyes de Aragón, le pareció que la bóveda de la iglesia se abría, y quedó deslumbrado por una maravillosa claridad, percibiendo armoniosos cánticos acompañados por las arpas celestiales.
Al mirar sorprendido a su alrededor, vio las sillas del coro ocupadas por ángeles vestidos con el blanco hábito mercedario, menos siete sillas en las cuales se sentaron, en la de la presidencia, la Virgen María, vestida igual que los ángeles, y en las otras el apóstol San Pedro, San Severo, San Cucufate, San Paciano, Santa Eulalia y Santa Madrona.
Entonces Pedro Nolasco vio que le hacía señas para que se acercara, y él, tembloroso, se arrodilló a sus pies. La Virgen María pasó sus brazos alrededor del cuello de Pedro Nolasco, reclinando su cabeza sobre su corazón. ¿Cuánto tiempo permanecieron allí la Virgen María, los santos Protectores de Barcelona y la Corte celestial? Para Pedro Nolasco fue un instante, para el resto del mundo hasta el amanecer.