
Un cliente del bar de Benidorm que ha pagado por recibir un tortazo
Chupito y sopapo por cinco euros: el bar de Benidorm donde el hielo va en la cara
La última locura turística en la costa alicantina deja huella y no solo en la memoria
En Benidorm ya no basta con beber; ahora hay que aguantar el golpe. Literalmente. The Wild Duck, un bar enclavado en la mítica 'zona guiri', ha convertido una mezcla explosiva de alcohol y guantazos en su carta de presentación. Por cinco euros, los clientes reciben un chupito, un chorro de agua en la cara y una bofetada a mano abierta.
Las imágenes no dejan lugar a dudas: turistas, sobre todo británicos, se sientan con cara de expectación, beben el chupito con valentía, reciben una ducha inesperada desde la barra, y justo después, un sonoro guantazo que les hace girar la cara como en un combate de lucha libre. Todo con aplausos y carcajadas de fondo. Algunos incluso piden repetir.
Este «ritual» ha convertido al local en fenómeno viral en redes sociales, donde los vídeos del 'show' acumulan miles de visualizaciones. Y es que, aunque suene surrealista, esta forma de «diversión extrema» ha calado entre quienes buscan algo más que una ronda de copas. Benidorm nunca ha sido sinónimo de sutileza, pero el 'pato salvaje' ha cruzado una línea que divide a la opinión pública.
Mientras los responsables del bar insisten en que todo se hace con consentimiento y que incluso se puede elegir la intensidad del golpe, en redes ya hay quien habla de «normalizar la violencia» bajo una fachada de juerga. Nadie ha denunciado (todavía), pero hay quien se pregunta cuánto falta para que alguien acabe con algo más que la dignidad tocada.
Porque lo realmente llamativo no es que se ofrezca una bofetada como parte del servicio, sino que muchos clientes lo asuman como una propuesta atractiva, la paguen, la graben y la difundan con entusiasmo en redes sociales. El fenómeno trasciende el acto en sí: apunta a una forma de ocio que busca el impacto inmediato, el contenido viral y la sensación de hacer algo «único», aunque sea a costa de normalizar lo que, en otro contexto, se calificaría como una agresión.
Mientras tanto, en Benidorm, el espectáculo continúa. La barra sigue abierta, los vídeos siguen corriendo, y la frontera entre lo insólito y lo aceptado se vuelve cada vez más difusa.