Vista General Villafranca del Cid, Castellón
El desconocido pueblo que huele a romero y mantiene un castillo medieval considerado el más bonito de Castellón
La Comunidad Valenciana es una de esas regiones que sorprenden por su diversidad. Más allá de sus conocidas playas y de los bulliciosos destinos costeros, esconde una riqueza interior que a menudo pasa desapercibida. En el imaginario colectivo, la provincia de Castellón suele quedar a la sombra de Valencia o Alicante. Cuando se habla de turismo en la zona, los nombres de Peñíscola y Morella surgen enseguida como referentes, pero el interior castellonense guarda tesoros igual de valiosos, pueblos que conservan intacto su espíritu medieval y que invitan a perderse entre callejones de piedra, aromas de monte y ecos del pasado.
Uno de esos lugares, desconocido para muchos, es Villafranca del Cid. Ubicado en plena comarca de Els Ports, este municipio del interior de Castellón se alza a más de 1.100 metros de altitud, sobre un altiplano que domina el curso del río Monleón. Su entorno montañoso y su aire puro marcan el carácter de un pueblo que apenas supera los dos mil habitantes y que parece detenido en el tiempo. Caminar por sus calles es viajar a otra época: fachadas con escudos nobiliarios, casas de piedra perfectamente conservadas y una iglesia renacentista levantada con sorprendente rapidez en su tiempo. El centro histórico mantiene el encanto de lo auténtico, de lo que no ha cedido al paso de los años.
Imagen de Villafranca del Cid, en el interior de Castellón
Villafranca del Cid es también un museo al aire libre del arte de la piedra en seco, una técnica tradicional de construcción sin mortero que ha sido reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sus muros, bancales y corrales levantados a base de paciencia y habilidad son testimonio del ingenio con que sus habitantes se adaptaron al terreno. Para conocer más sobre este arte ancestral, basta acercarse al Museo Local, donde se explica cómo esta forma de construir ha moldeado el paisaje y la vida del municipio.
Pero si hay un lugar que concentra toda la magia del pueblo, ese es su castillo medieval. Aunque del antiguo fortín solo permanecen algunos restos, su silueta domina todavía la vista desde lo alto. La fortaleza, considerada una de las más bellas de la provincia de Castellón, conserva un halo de leyenda. Desde sus ruinas, el visitante contempla un horizonte de montañas infinitas, donde el silencio y el viento parecen custodiar la memoria de otras épocas.
El encanto de Villafranca del Cid no termina en sus piedras. El entorno natural que la rodea ofrece un espectáculo en cada estación. En otoño, los colores ocres y dorados tiñen los barrancos y los pinares; en primavera, el aire se impregna del aroma del romero, el tomillo y la lavanda silvestre. Una red de senderos de más de 250 kilómetros permite recorrer este paisaje que huele a monte y tradición, una experiencia que apela a los sentidos y conecta al visitante con la esencia de la tierra.
Imagen de Villafranca del Cid, en el interior de Castellón
Y, como en todo buen destino rural, la experiencia no estaría completa sin su gastronomía. Los sabores de Villafranca también reflejan su identidad: contundentes, honestos y nacidos del entorno. Embutidos y quesos artesanos, guisos como la olla de la Plana o el ternasco asado recuerdan que en la mesa también se conserva la historia de un lugar.
Villafranca del Cid es, en definitiva, uno de esos rincones que resumen la esencia del interior valenciano: historia, naturaleza y autenticidad. Entre montañas, aromas de romero y viejas murallas, el visitante descubre un pueblo que ha sabido conservar su alma sin renunciar a su belleza. Su castillo, sus calles de piedra y su paisaje infinito convierten a esta localidad en un refugio perfecto para el otoño, un lugar donde el tiempo parece detenerse para dejar espacio a la calma y a la emoción de lo genuino.