Imagen de unas de las chabolas que hay en el antiguo circuito de Fórmula 1 de Valencia
Levantan un asentamiento de chabolas en el antiguo circuito de la Fórmula 1 de Valencia
Hace poco más de una década, el rugido de los motores de Fórmula 1 resonaba entre los edificios del Grao de Valencia. El circuito urbano, inaugurado en 2008 con la promesa de situar a la ciudad en el mapa del automovilismo mundial, simbolizó durante años la ambición y el exceso de una época. Hoy, en el mismo asfalto que recorrieron los coches de millones de euros, se levantan chabolas. Más de 80 personas sobreviven allí, entre escombros, lonas y planchas de uralita, en uno de los mayores contrastes urbanos de España.
El canal de YouTube Viajando con Dalmau ha documentado esta realidad en un reciente vídeo que muestra cómo el antiguo trazado de Fórmula 1 se ha convertido en un asentamiento improvisado. Entre los restos del circuito se extiende ahora un poblado de estructuras precarias. «Hace unos años aquí corrían coches de millones de euros. Hoy, el circuito es otra cosa», relata el autor mientras recorre el lugar.
Del lujo al abandono
A escasos metros de la Marina y de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el paisaje es desolador. Las chabolas, construidas con palés, lonas y materiales reciclados, se alinean sobre lo que fue la pista. Algunas cuentan con pequeños huertos o lavadoras manuales fabricadas con bicicletas viejas. En el interior, colchones sobre el suelo, cocinas improvisadas y generadores eléctricos sustituyen a los antiguos boxes y tribunas del gran premio.
Imagen de una lavadora improvisada que funciona a pedales
El asentamiento, según explican sus habitantes, comenzó a formarse hace casi una década. «Yo llevo aquí desde 2015», cuenta uno de los residentes, de origen magrebí. «Trabajo en hostelería, pero el alquiler está imposible. Cobras mil euros y entre transporte y comida no te queda nada». Otro vecino, saharaui, asegura vivir allí desde 2019. «Venimos de los campamentos de refugiados. El Estado debería tener conciencia hacia este pueblo», afirma, manteniendo el anonimato por temor a ser identificado.
En el poblado impera una convivencia basada en el respeto mutuo. «Aquí todos se llevan bien. Antes hubo problemas con drogas y alcohol, pero ahora estamos tranquilos», dice otro de los residentes. Los vecinos explican que la policía local conoce la situación y apenas interviene mientras no haya incidentes. «Nos saludan, saben que no molestamos a nadie».
Pese a las duras condiciones, muchos intentan mantener la dignidad y cierta normalidad. Algunos se asean con cubos o duchas improvisadas, otros cuidan pequeños huertos o recogen material para reciclar. «Esto lo he hecho yo solo, con lo que he encontrado. Vivo tranquilo», resume uno de ellos, mostrando su vivienda de madera.
El vídeo también recoge gestos de solidaridad. Un joven valenciano, de religión musulmana, acude con frecuencia al asentamiento para ayudar a los residentes: les lleva comida, les carga los móviles y les ofrece compañía. «Yo cuando fui a Marruecos me ayudaron. Ahora me toca a mí hacerlo», explica.
Imagen de un vertedero descontrolado en el circuito de Fórmula 1 de Valencia abandonado
El contraste entre la pobreza del asentamiento y el entorno de modernidad que lo rodea resulta estremecedor. A un lado, la vanguardista arquitectura de Santiago Calatrava; al otro, un poblado de chabolas que crece sobre los restos de una infraestructura millonaria. «Es como si se hubiera acabado el mundo y cada uno se hubiera construido su casa con lo que encuentra», describe Dalmau.
El circuito urbano de Valencia, que costó cientos de millones de euros públicos y solo acogió tres ediciones de Fórmula 1 entre 2008 y 2012, quedó abandonado tras el fin del gran premio. Desde entonces, el trazado se ha ido deteriorando sin un plan claro de recuperación. Hoy, donde antes se celebraban eventos internacionales, viven familias que no pueden permitirse un alquiler en la capital del Turia.
Los residentes aseguran no haber recibido visita ni propuesta alguna por parte de las administraciones. «Dicen que quieren hacer un parque bonito aquí, pero nadie ha venido a hablar con nosotros. Si nos echan, buscaremos otro sitio», comenta uno de ellos. Mientras tanto, el asentamiento sigue creciendo.
El caso refleja una problemática extendida: el aumento del precio de la vivienda y la falta de alternativas sociales en las grandes ciudades. Personas con empleo estable, pero sin recursos suficientes, acaban instalándose en espacios abandonados o marginales. «Esto está vacío. Ellos no okupan casas; viven aquí porque no tienen otra opción», explica Dalmau.
Entre los restos de un circuito que simbolizó el derroche de la época del ladrillo, hoy sobrevive una comunidad que lucha por mantenerse en pie. «Ver, oír y callar», dice uno de los habitantes al despedirse. «Vivo tranquilo y no molesto a nadie».
Donde antes rugían los motores del lujo, ahora resiste el silencio de quienes han encontrado refugio entre las grietas del olvido.