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El mapa ha cambiado

La geopolítica de 2025 no es un combate de titanes, es una red de interdependencias donde las decisiones de unos impactan en los demás con más rapidez que nunca. En este nuevo mundo, resistirse al cambio no es valentía, es miopía

En el tablero internacional de 2025, los movimientos geopolíticos no se anuncian con desfiles militares ni comunicados solemnes. Se insinúan en rutas marítimas discretas, en mercados paralelos, en decisiones aparentemente técnicas que esconden apuestas de poder. El mundo no se reorganiza a golpe de tratados; se reconfigura silenciosamente en la confluencia de intereses estratégicos, presión económica y necesidad de adaptación.

Estados Unidos, aún líder global, ha optado por una estrategia de sanciones quirúrgicas que pretenden moldear el comportamiento de adversarios como Rusia, Irán o incluso China. Pero el mundo ya no responde con obediencia automática. Las sanciones impuestas sobre el petróleo iraní, destinado en gran parte a China, y sobre la industria energética rusa, han tenido consecuencias imprevistas: no una disminución del flujo de crudo, sino la creación de una economía paralela de proporciones inquietantes. Una «flota en la sombra» —con petroleros sin bandera clara, aseguradoras no occidentales y transacciones opacas— transporta ahora cerca de la mitad del petróleo que se mueve por mar.

Este fenómeno no es un descuido. Es una respuesta estratégica. El poder, cuando se ejerce desde la coerción económica, obliga a los demás a innovar en la resistencia. Así, Rusia y sus aliados han dejado de ser simples receptores de presión. Se han convertido en diseñadores de rutas alternativas: financieras, logísticas, tecnológicas. El objetivo ya no es solo vender petróleo, es demostrar que pueden hacerlo sin pasar por las manos de quienes pretenden regular su comportamiento.

En este nuevo contexto, la economía se convierte en geopolítica. Y viceversa. Cada decisión sobre comercio, energía o tecnología tiene implicaciones de poder

Mientras tanto, China observa, actúa, calcula. Su objetivo no es el conflicto abierto, sino el rediseño paciente del sistema internacional. Reduce aranceles con Estados Unidos para calmar aguas, mientras amplía su influencia con megaproyectos de infraestructura y acuerdos con países que buscan nuevos socios. Está construyendo un mundo donde su dependencia del dólar sea mínima, donde las cadenas de suministro estén diversificadas y donde sus capacidades tecnológicas sean autónomas.

En este nuevo contexto, la economía se convierte en geopolítica. Y viceversa. Cada decisión sobre comercio, energía o tecnología tiene implicaciones de poder. Los bloques se forman no por afinidad ideológica, sino por convergencia de intereses. En esa lógica, la vieja alianza atlántica se enfrenta a tensiones internas: Europa mira a Estados Unidos con menos reverencia y más pragmatismo, mientras en su seno aparecen fuerzas políticas que cuestionan el consenso de integración.

La situación en Europa del Este, con movimientos nacionalistas ganando terreno electoral, no es un simple episodio local. Es el síntoma de un cansancio con las promesas incumplidas del proyecto europeo, y una señal de que el equilibrio interno del continente necesita ser repensado. La estabilidad europea, base de la arquitectura global desde la Segunda Guerra Mundial, ya no puede darse por sentada.

El poder ya no será de quien grite más fuerte, sino de quien comprenda mejor el equilibrio entre firmeza y colaboración

En este escenario, urge una nueva forma de liderazgo internacional. No se trata solo de imponer, sino de influir con legitimidad. No basta con tener fuerza; hay que tener sentido. La política exterior de los próximos años no se definirá solo por lo que se consigue, sino por cómo se consigue. La diplomacia del futuro necesitará una mirada más larga que el ciclo electoral y una sensibilidad que entienda que los países no se alinean sólo por intereses, sino también por percepciones y por dignidad.

La geopolítica de 2025 no es un combate de titanes, es una red de interdependencias donde las decisiones de unos impactan en los demás con más rapidez que nunca. En este nuevo mundo, resistirse al cambio no es valentía, es miopía. El poder ya no será de quien grite más fuerte, sino de quien comprenda mejor el equilibrio entre firmeza y colaboración.

El mapa ha cambiado. La brújula debe cambiar también.

José Antonio Monago Terraza es portavoz adjunto del Grupo Popular en el Senado  y miembro de la Comisión Mixta de Seguridad Nacional y Defensa

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