Las banderas de los miembros de la OTAN ondean frente a la sede de la Alianza Atlántica en Bruselas

Las banderas de los miembros de la OTAN ondean frente a la sede de la Alianza Atlántica en BruselasGTRES

Cumbre de la OTAN en la Haya: el gasto en defensa

El panorama estratégico global está cambiando dinámicamente. La Competición entre Grandes Potencias se reafirma, la disrupción tecnológica se acelera y la solidez aliada de décadas pasadas se erosiona

En 2023, cuando la guerra a gran escala de Rusia contra Ucrania entró en su segundo año, los líderes de la OTAN acordaron revalidar el compromiso, adquirido en la cumbre de Gales en 2014, de gastar al menos el 2 % del PIB en presupuestos de Defensa Nacional. La administración Trump quiere que en la Cumbre de la Haya, del 24 al 26 de junio, los países europeos miembros de la OTAN y Canadá acuerden aumentar la inversión en Defensa al 5 % del producto interior bruto (PIB).

El presidente Donald Trump insiste en que los aliados de Estados Unidos deberían comprometerse a gastar al menos el 5 %, lo que requeriría una inversión a una escala sin precedentes. A su vez, Trump ha sembrado dudas sobre si Estados Unidos defendería a los aliados que gastasen demasiado poco, según su propia estimación.

Sigue siendo difícil conocer cuántos aliados podrían alcanzar siquiera el 3,5 %. Las estimaciones más recientes de la OTAN muestran que 22 aliados alcanzaron el objetivo del 2 % el año pasado, en comparación con un pronóstico anterior de 23. Bélgica, Canadá, Croacia, Italia, Luxemburgo, Montenegro, Portugal, Eslovenia y España no lo harían, aunque España espera que alcance el objetivo del 2 % en 2025, con un año de retraso. Incluso se estimó que Estados Unidos gastó el 3,19 % del PIB en 2024, frente al 3,68 % de hace una década, cuando todos los miembros prometieron aumentar el gasto después de que Rusia se anexionara la península ucraniana de Crimea. Es el único aliado cuyo gasto ha caído.

Una fuente oficial de Washington declaró que cualquier inversión europea en «capacidades de la industria de Defensa también debería incluir un trato justo para las empresas estadounidenses de tecnología de Defensa». Afirmó que excluir a Estados Unidos y otros «socavaría la interoperabilidad de la OTAN, ralentizaría el rearme de Europa, aumentaría los costos y sofocaría la innovación». El mes pasado, la Unión Europea anunció una nueva campaña para romper su dependencia de seguridad de Estados Unidos, con un enfoque en la adquisición de más equipos de Defensa en Europa.

El panorama estratégico global está cambiando dinámicamente. La Competición entre Grandes Potencias se reafirma, la disrupción tecnológica se acelera y la solidez aliada de décadas pasadas se erosiona. En estas circunstancias, la OTAN para referirse a la capacidad operativa, recurre a una métrica aparentemente simple: el porcentaje del PIB dedicado a la inversión en Defensa, una referencia atractiva, de fácil adopción y empleo en el debate público. De hecho, puede actuar como una poderosa referencia para movilizar el esfuerzo nacional y legitimar a los gobiernos para aumentar el gasto en Defensa.

Pero por sí sólo, este instrumento es estructuralmente frágil e insuficiente, ya que prescinde fundamentalmente de las complejidades del campo de batalla actual corriendo el riesgo de malgastar recursos valiosos, ya sea por obsoletos o inadecuados. En un mundo donde la superioridad tecnológica y la agilidad estratégica han desplazado a la entidad dimensional, una fracción porcentual del PIB, aunque políticamente potente, no es un dato que por su naturaleza sea exponente sobre la capacidad real para disuadir la agresión o defender nuestros intereses.

Los datos institucionales ponen de manifiesto la tendencia global al aumento del gasto militar que alcanzó la cifra de 2,7 billones de dólares estadounidenses en 2024, el dato más elevado desde el fin de la Guerra Fría y el décimo año consecutivo de incremento, que se corresponde con el aumento de las tensiones geopolíticas y la percepción de inseguridad. El aumento de la «carga militar global», o el porcentaje del PIB mundial destinado al gasto militar, ofrece una visión global. No obstante, el empleo de esta cifra como referencia principal para el esfuerzo de Defensa es profundamente erróneo ya que, por numerosas razones, es la eficacia de ese gasto lo que realmente importa.

La eficiencia del gasto en Defensa también es completamente opaca cuando se considera únicamente como porcentaje del PIB. Un país de alto presupuesto podría verse afectado por ineficiencia o despilfarro consecuencia de una planificación de baja calidad. Por eso la cultura estratégica es de la mayor importancia. Es un hecho que el porcentaje del PIB está inherentemente distorsionado por las enormes diferencias entre las economías nacionales. Mientras una Gran Potencia puede dedicar un porcentaje relativamente pequeño de su PIB a Defensa, puede resultar en un gran presupuesto en términos absolutos, capaz de financiar investigación militar avanzada y potente Defensa de alcance global. Una economía más pequeña, aunque dedique un porcentaje mayor de su PIB, puede disponer solo de una fracción de ese gasto absoluto, lo que limita la escala y la sofisticación de sus capacidades.

También y de manera determinante, la métrica no tiene en cuenta las diferencias significativas en el valor de los insumos entre países, en particular los costes laborales. En países de altos ingresos, los costes de personal (salarios, formación, atención médica y pensiones) constituyen una parte sustancial del Presupuesto de Defensa. Estos costes son inherentemente más altos, por militar o empleado civil, que en países con salarios más bajos. En consecuencia, dos países que gastan el mismo porcentaje de su PIB podrían disponer de cantidades considerablemente diferentes para la adquisición de equipos, infraestructura, investigación o tecnología. Un punto porcentual permite adquirir una combinación diferente de capacidades según el entorno salarial, ya que estas capacidades son costosas y de alto impacto.

Uno de los efectos del desarrollo de la guerra de Ucrania, un conflicto de alta intensidad en el corazón de Europa, es que las operaciones militares soportan una profunda transformación debido al empleo nuevos medios y capacidades de combate. El uso de la Inteligencia Artificial (IA). los drones y los sistemas no tripulados (UAV) están transformando activamente el arte operacional, ya que su empleo está generalizado por ser plataformas de bajo coste y tienen un impacto muy superior al esperado en los combates. Se reconoce la necesidad de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) capaces de cumplir misiones, de luchar y vencer en la era digital. Invertir en esta columna vertebral digital implica disponer de programas complejos y costosos que no encajan perfectamente en las categorías de gasto tradicionales y cuyo efecto no se puede medir con un simple índice del PIB.

Las diferentes amenazas a la seguridad también hacen irrelevante un porcentaje universal del PIB. Una nación que enfrenta principalmente problemas internos tiene necesidades diferentes a las de otra inmersa en la competición entre Grandes Potencias. La geografía, las alianzas y las capacidades del adversario son mucho más determinantes que una simple referencia económica. Además, la naturaleza del conflicto actual afecta sustancialmente a la apreciación de la valoración estratégica. La capacidad de actuación estratégica se deriva, cada vez más, de la tecnología punta en las capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, sensores, municiones guiadas con precisión y sistemas autónomos

La métrica tampoco diferencia eficazmente entre los distintos tipos de gasto en defensa, como personal, operaciones, adquisiciones e investigación y desarrollo. Una nación centrada en la investigación y el desarrollo podría mostrar un menor porcentaje de gasto en adquisiciones en el presente, pero invierte en el desarrollo de una importante capacidad futura; otra que mantenga un ritmo operativo elevado podría mostrar un mayor porcentaje en operaciones. Ambos factores afectan el porcentaje del PIB de forma diferente, pero reflejan prioridades estratégicas y distintos plazos.

El contexto estratégico global, en forma de Competición entre Grandes Potencias, cambia drástica y constantemente, dado que la disrupción tecnológica se acelera a la vez que, tras décadas de vigencia, las relaciones entre aliados, se están erosionando. Para un Estado en la situación geopolítica de España, puente entre Europa y África, parte de la fachada atlántica europea y conectada con los flujos de cadenas logísticas globales, es fundamental ser consciente de esta nueva y compleja realidad cuya gestión requiere una estrategia.

En el caso de España, la clave de su Defensa no debe ser un porcentaje simbólico del PIB, sino constituir la Fuerza más eficaz e integrada posible con los recursos disponibles. Esto implica una rigurosa priorización estratégica: invertir en capacidades directamente relevantes para disuadir la coerción en nuestra región, incluyendo ataques de largo alcance, ciberresiliencia, infraestructura e interoperabilidad con nuestros socios. Exige una eficiencia incansable en las adquisiciones, garantizando que los fondos se traduzcan rápidamente en capacidad desplegada. Requiere una inversión sostenida en mano de obra cualificada, adecuada para sistemas complejos, reconociendo que el aumento de los costos laborales afecta nuestro poder adquisitivo de forma diferente.

La verdadera medida del esfuerzo de Defensa de una nación no reside en una simple ratio económica, sino en la coherencia estratégica, la eficiencia y la capacidad real que aportan sus inversiones. Para España, el porcentaje del PIB debe de ser una referencia que no impida la gestión de en un gasto de concepción inteligente, específico para las demandas estratégicas y eficaz, elemento esencial para salvaguardar nuestra seguridad.

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