F-35 Lightning II fabricado por el gigante norteamericano Lockheed Martin

F-35 Lightning II fabricado por el gigante norteamericano Lockheed MartinKindelán

Industria armamentística y guerras

La crítica al complejo militar-industrial pone de manifiesto una verdad incómoda: la dependencia de la economía en la producción de armas perpetúa un sistema que prioriza los beneficios de unos pocos sobre la paz y el bienestar global

Smedley D. Butler (1881-1940), general de los «marines» estadounidenses y el militar más condecorado en la historia de su país, con dos Medallas de Honor, se convirtió en una figura clave en la crítica al complejo militar-industrial tras su retiro. Su experiencia en múltiples conflictos, incluida la Primera Guerra Mundial, le reveló la inutilidad de la violencia y la manipulación de los intereses económicos en la política exterior. Butler denunció que las guerras servían principalmente a los intereses de las grandes corporaciones y las élites económicas, no al pueblo estadounidense. Su contribución más notable fue exponer y ayudar a frustrar un intento de golpe de Estado contra el presidente Franklin D. Roosevelt, motivado por las reformas de este último que limitaban el poder corporativo.

En su libro 'War Is a Racket' ('La Guerra es una Estafa'), publicado en 1935, Butler argumentó con contundencia que la guerra es un negocio lucrativo para la industria armamentística, los banqueros y los políticos corruptos. Según él, estos actores manipulan la opinión pública para justificar conflictos que enriquecen a unos pocos mientras causan muerte y destrucción. Criticó cómo la guerra se presenta como una necesidad patriótica, cuando en realidad es un mecanismo para generar beneficios económicos a costa de vidas humanas. Sus ideas, radicales para su época, desafiaron el nacionalismo militarista y sentaron las bases para debates posteriores sobre el complejo militar-industrial. Aunque inicialmente su mensaje no fue ampliamente aceptado, su legado ha inspirado a generaciones de activistas antibélicos y críticos del sistema, manteniendo su relevancia en discusiones contemporáneas sobre la influencia del poder militar y económico en la política global.

Tras Butler, otras figuras prominentes en Estados Unidos han continuado su crítica al complejo militar-industrial. Dwight D. Eisenhower, en su discurso de despedida como presidente en 1961, acuñó el término «complejo militar-industrial» y advirtió sobre el peligro que representaba la alianza entre intereses militares y empresariales para la democracia. Martin Luther King Jr., en su discurso de 1967 «Más allá de Vietnam», conectó la militarización y la guerra de Vietnam con la pobreza y la injusticia social en Estados Unidos, abogando por una redistribución de recursos hacia necesidades sociales. Noam Chomsky, intelectual y activista, ha denunciado consistentemente cómo las guerras son impulsadas por intereses económicos, no por la defensa de la libertad, criticando la manipulación de la política exterior estadounidense. Howard Zinn, historiador, destacó en sus escritos cómo las guerras han enriquecido a las élites a expensas de la población general. Por su parte, Daniel Ellsberg, al filtrar los «Papeles del Pentágono», expuso la manipulación gubernamental para justificar conflictos, consolidándose como una voz crítica contra la guerra.

En un caso más reciente, en 2021, México presentó una demanda contra la industria armamentística estadounidense ante la Corte Suprema de ese país, exigiendo una compensación de 10,000 millones de dólares por los daños causados por el tráfico ilegal de armas. México argumenta que las estrategias comerciales de esta industria son responsables del flujo ilícito de entre 200,000 y 500,000 armas al año, muchas de las cuales terminan en manos de cárteles, alimentando la criminalidad. Aproximadamente la mitad de las armas recuperadas en escenas del crimen en México provienen de Estados Unidos. Sin embargo, la Ley de Protección del Comercio Legal de Armas (PLCAA) de 2005 de ese país otorga inmunidad a los fabricantes de armas frente a demandas por el uso criminal de sus productos, complicando los esfuerzos legales de México.

El economista Yanis Varoufakis ofrece un análisis crítico sobre la relación entre la industria armamentística, la política y la economía. Según Varoufakis, los políticos recurren a esta industria para generar empleos, especialmente en regiones con alto desempleo, debido a su alta demanda de capital y tecnología. Esta promesa de prosperidad económica es políticamente atractiva, pero crea un ciclo vicioso: la producción de armas requiere conflictos para justificar su continuidad. Cuando los arsenales se acumulan más allá de las necesidades defensivas, mantener la producción se vuelve insostenible sin guerras que consuman el exceso de armamento. Así, las guerras no son accidentes, sino mecanismos para sostener la demanda de armas, beneficiando a las empresas armamentísticas y a los políticos que dependen de su apoyo. Este sistema crea un incentivo perverso para perpetuar conflictos, ya que la paz amenaza los intereses económicos de la industria y los empleos que genera.

Varoufakis subraya que este ciclo tiene graves implicaciones: la búsqueda de estabilidad económica a través de la producción armamentística fomenta la inestabilidad global al promover guerras. Para romper este ciclo, propone redirigir los recursos hacia sectores sostenibles y éticos, como la educación, la sanidad o las energías renovables, que generen beneficios sociales sin depender de la violencia. La producción de armas, a diferencia de otros bienes, no contribuye al bienestar social ni al crecimiento económico a largo plazo. Representa una inversión improductiva, ya que los recursos destinados a fabricar instrumentos de destrucción podrían usarse en áreas que mejoren la calidad de vida, como infraestructuras o servicios públicos. Esta paradoja resalta el costo de oportunidad del gasto militar: cada dólar invertido en armas es un dólar no invertido en desarrollo social.

Sin embargo, cierto nivel de poder militar es necesario en un contexto geopolítico donde la debilidad puede exponer a un país a amenazas externas. La clave está en mantener el armamento dentro de límites razonables, idealmente mediante acuerdos internacionales que eviten carreras armamentísticas. Esto liberaría recursos para sectores como la sanidad, la educación o las infraestructuras, que generan beneficios tangibles para la sociedad. La crítica al complejo militar-industrial, desde Butler hasta Varoufakis, pone de manifiesto una verdad incómoda: la dependencia de la economía en la producción de armas perpetúa un sistema que prioriza los beneficios de unos pocos sobre la paz y el bienestar global.

Actualmente estamos inmersos en fuertes transformaciones en todos los aspectos de la sociedad, motivados por la revolución tecnológica en curso. Si Occidente no quiere quedarse definitivamente atrasado frente a otros países, sobre todo asiáticos, necesita fuertes inversiones en infraestructura, educación, investigación y en el reciclado de las personas que cuyas habilidades van quedando obsoletas. La población, que está envejecida, necesita cuidados. Todas estas inversiones no son posibles si los recursos se dedican a armamentos. Si esto último se hace, conduciría a la caída definitiva de Occidente en la irrelevancia a nivel mundial, cosa que algunos ya dan por inevitable.

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