Aeródromo militar de Lavacolla
Ejército del Aire y del Espacio Aeródromo Militar de Lavacolla: 90 años mirando al cielo
Inaugurado el 29 de julio de 1935, cuando el cielo aún era un misterio por conquistar, Lavacolla nació de un sueño civil que pronto encontró en lo militar su vocación de permanencia.
Hay lugares que sobrevuelan el tiempo sin alardes, discretos en su presencia, pero firmes en su propósito. El Aeródromo Militar de Lavacolla es uno de ellos. Nacido hace noventa años, cuando el mundo era otro y Galicia aún guardaba secretos de niebla y tierra, este lugar ha sido testigo discreto de un siglo convulso, de transformaciones profundas, de historias grandes y pequeñas que se entretejen con la memoria del país.
Inaugurado el 29 de julio de 1935, cuando el cielo aún era un misterio por conquistar, Lavacolla nació de un sueño civil que pronto encontró en lo militar su vocación de permanencia. De aquel festival aéreo inaugural, con acrobacias que rasgaban el cielo gallego como si fueran versos de altura, a las modernas exhibiciones de Eurofighters y A-400M, hay un mismo hilo conductor: la vocación de servicio.
Esta Unidad no solo es una pista y un conjunto de hangares: es un símbolo. Allí, donde el rugido de los motores se mezcla con la brisa atlántica, el Ejército del Aire y del Espacio ha desplegado un compromiso sereno con la sociedad. Han estado allí cuando el país los ha necesitado. Porque este aeródromo no sólo es un lugar de entrenamiento o logística. «Servir es la verdadera grandeza», dijo alguna vez Mahatma Gandhi, y Lavacolla sirve.
Un A-400M en el aeródromo militar de Lavacolla
Ha salvado vidas durante temporales, participado en crisis sanitarias o humanitarias y lo hace cada verano, cuando el fuego amenaza nuestros montes y el CL-415 «Botijo» vuela bajo para derramar esperanza. Y lo seguirá haciendo mientras exista un riesgo, un deber o una urgencia en el horizonte. Con humildad, con profesionalidad, con el coraje silencioso del que no espera aplausos, pero siempre con la bandera del compromiso. Pero también ha entregado vidas. No olvidemos a las tripulaciones de los Canadair CI‑215, que en 1976 y 1988 fallecían en accidentes aéreos cuando acudían a extinguir un fuego.
No sólo celebramos una cifra redonda. Celebramos una actitud, una presencia constante, una fidelidad al deber que no depende de números
En tiempos de ruido y velocidad, conviene detenerse un momento para agradecer lo que muchas veces pasa desapercibido. Para reconocer ese servicio continuo que no busca reconocimiento, pero lo merece. Porque detrás de cada uniforme hay una historia de entrega. Y detrás de cada misión, una voluntad firme de construir un país más seguro y solidario.
La labor que realizan Juan Pedro, Juanjo, Valentín, Fernando, Manuel Santiago, Patricia, Mónica, Talia, Lara…. es inmensa, porque no hay fuerza más poderosa que la de quien sirve con el corazón. «No hay deber más necesario que el de dar gracias», escribió Cicerón. Y hoy, al mirar hacia estas nueve décadas de historia, lo primero que nace es precisamente eso: gratitud a los hombres y mujeres que han pasado por este aeródromo y a su noble vocación de servicio a España y Galicia.
Fidelidad al deber
No sólo celebramos una cifra redonda. Celebramos una actitud, una presencia constante, una fidelidad al deber que no depende de números. Como escribió Antoine de Saint-Exupéry, también aviador: «Lo esencial es invisible a los ojos». Lo esencial, el servicio, la dedicación, el compromiso, se siente, se reconoce, se agradece.
Lavacolla celebra noventa años. Y nosotros celebramos a quienes lo hacen posible. A los que lo mantienen vivo. A los que han hecho de ese rincón gallego una referencia de profesionalidad y entrega. Que sigan siendo, muchos años más, alas seguras para los que miramos al cielo y también para los que necesitamos apoyo en tierra firme. Gracias por volar alto sin olvidarse nunca de los que están en tierra.