Matilde Cabello, escritora

Matilde CabelloJesús Caparrós

Matilde Cabello, escritora

«Las niñas que hemos vivido en muchos sitios siempre somos exiliadas»

La escritora llega a la cita recordándonos que es abuela, que tiene 66 años y que no está con ánimo para aguantar muchas cosas. Bastante trabajada está ya. Pero Matilde Cabello (Puerto Real, Cádiz, 1956) nos dice todo esto sin enfados ni acritud. Matilde no sube la voz, ni la imposta, ni la proyecta. Su tono es suave y poético y eso convierte en raro un testimonio personal sobre acoso que nos desvela a lo largo de la charla. Llegó a Córdoba en la década de los 90 del siglo pasado y miró al futuro para sacar su casa adelante indagando en siglos pasados, en décadas anteriores, en los rincones de la memoria, sobre todo de mujeres, que ella ha recopilado antes de que desaparezcan para siempre. Los puso negro sobre blanco o en formato Betacam.
Ha escrito y publicado poesía. Ha ejercido el periodismo pausado, de investigación en archivos y de mirar a los ojos de la gente, que es lo que no observan muchos periodistas de ahora. En la Televisión Municipal dejó programas memorables que enriquecen el archivo audiovisual e histórico de esta ciudad. Pero la echaron de allí por creer que la libertad merece la pena pelearla. Ha escrito libros y viene con un hatillo de ellos a la entrevista, con marcapáginas y señales de lectura porque son libros vivos en las manos maternales de su autora. Posiblemente su mejor momento como escritora llegó a comienzos del siglo XXI, con Wallada, la última luna (Almuzara, 2005) y El libro de las parturientas (El Páramo, 2008), pero para ella el mejor momento siempre se produce ante el teclado cuando escribe, que es lo que más le gusta. No obstante, ejerce la gestión cultural y es algo más con lo que ha conseguido criar a sus dos hijos desde la soledad de la mujer «sola sola», esto es, trabajadora autónoma y sin apoyo familiar.
En la actualidad sigue en activo pero con otro ritmo y con ganas de jubilarse. Ella, que ha sido la mujer de las mil batallas, nos recuerda a aquello que dijo San Pablo sobre pelear la buena batalla y conservar la fe. Matilde Cabello conserva una dulzura a prueba de liberticidas y desengaños. Por eso sigue escribiendo a pesar de querer el retiro que le aleje de las soberbias y la mediocridad institucional.
Matilde Cabello, escritora

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- Cordobapedia dice que es usted escritora, periodista y poeta.
- Sí, eso dicen
- No hay mucha poesía en el periodismo actual
- Yo he intentado hacerla siempre. Empecé escribiendo poesía desde muy pequeñita. Recitaba los poemas cuando al pueblo venía algún actor. Eran versos dedicados a la Virgen y a los misioneros (sonríe). La poesía forma parte de cualquier género. A veces cuando escribo narrativa no es necesariamente poética, ahora que se lleva una literatura tan ligerita y tan superficial.
- El ritmo que llevamos hoy en día no encaja, de todas maneras, con el periodismo que usted ejerce.
- No encaja en ningún sentido, ni siquiera laboralmente. Mis trabajos han sido siempre de investigación, en hemerotecas, en manuales… Sigo siendo de papel. Laboralmente nunca estaba bien remunerado. A nivel social sí que tenía mucho éxito. Me sorprendo a veces de los votos que encuentro en páginas antiguas, pero realmente no tiene nada que ver. Me sentí presionada porque la imagen empezaba a imperar y la palabra no. Y yo como buena cordobesa y gaditana, soy muy barroca (ríe). No encaja ni tan siquiera con esa libertad que he tratado de defender y he seguido defendiendo hasta el final de mi carrera como periodista.
- ¿Qué precio ha pagado por defender la libertad?
- He pagado mucho. He pagado un precio muy alto. Mis padres no eran ricos y solo me dejaron dos herencias: una es la honestidad y la otra la coherencia. Creo que podré dejar esa herencia a mis hijos y es la única satisfacción que me va a quedar, el llegar al final de mi carrera profesional sin haberme vendido ni haber olvidado la orilla del camino, como decía Serrat. Yo he perdido trabajos y mi vida ha sido complicada. Me divorcié muy joven, no he tenido paga compensatoria ni pensión alimenticia. Me vine de alquiler a Córdoba en los años 90, con dos hijos. Mis hijos han comido de los periódicos y de la gestión cultural. Y a veces lo único que tenía lo he perdido por una razón o por otra. He sufrido acoso laboral y también sexual, y algún día lo escribiré. En la Televisión Municipal, en concreto, un político al que no le gustó un artículo que escribí, me puso en la calle. En un principio intentan comprarte porque saben en las circunstancias en las que estás, que es trabajando para sacar adelante a tu familia, y si antepones tu honestidad y tu coherencia, acaban echándote directamente. Así se perdió mi trabajo en la TVM.

Mis padres no eran ricos y solo me dejaron dos herencias: una es la honestidad y la otra la coherencia.

- «En mi hambre mando yo», que dijo el jornalero.
- Efectivamente, ese es el lema. En mi hambre mando yo, y en mi cuerpo también. Me refiero a los sentimientos.
- Lleva la escritura, a modo de talleres, a la prisión, a los centros cívicos y a los geriátricos. Es usted como una samaritana de la literatura.
- Pues mira, quizá. Nunca lo había pensado así. En la familia de mi madre había escritores e incluso intelectuales, pero en cualquier caso no provengo de familia de escritores. Cuando alguien descubrió que lo que escribía podía interesar yo entré, como dirían los taurinos, ” a porta gayola”. Hecho de menos un mínimo de técnica que no tiene nada que ver con la literatura, las lecturas o la formación académica. Trato simplemente de darle a otras personas la oportunidad que yo no tuve en su momento. Hasta que encontré a Juana Castro, que fue mi maestra, y a Antonio Ramos, en el periodismo, que fue mi mentor y maestro. Intento eso que creo que es de obligado cumplimiento; ofrecer parte de lo que me ha dado la vida. Y a mí realmente me ha dado mucho en todos los aspectos.
- Usted imparte talleres de escritura de la memoria. La memoria ahora es una ley ¿Se puede legislar la memoria?
- No. La memoria no se debe legislar, sino sentir. Cada uno debería ser libre para conocer su memoria. Yo lo he hecho viajando por los sitios donde he vivido, desde Obejo a Extremadura, conociendo a personas que ahora superarían con creces los 100 años. Muchas de ellas murieron con deseos de contar, pero no estaba permitido. No se debe legislar la memoria sino permitir que cada cual tenga acceso a la suya propia. Mi niñez estuvo marcada por el silencio, y ya a los veintitantos, descubrí que en mi familia hubo represaliados. Eso es bastante penoso, porque es como si te quitan las raíces. Pero debería ser libre el cómo administres tú esa memoria. Legislarla y controlarla, no. Los librepensadores tenemos ese problema y la memoria no puede ser una moda. Yo recogí en ‘El pozo del manzano’ setenta y cinco testimonios que novelé con gran esfuerzo. Traté de ser objetiva, pero con esto, si no se te rebota un sector se enfada el otro. Recuerdo que en una ocasión, en el periódico, publiqué en la sección de personajes cordobeses una página sobre Antonio Cruz Conde, y se creó un escándalo. Defendí que gran parte del urbanismo de Córdoba actual se debe a él y traté también de romper algunos bulos que hay. Como se dice aquí, «me pusieron como un ropón», con cartas al director incluso. Y luego he publicado perfiles de otros personajes de izquierdas, y le ha molestado a otra gente. La objetividad es muy difícil, pero he procurado mantenerla.
- ¿Qué ausencias están siempre presentes en la escritura de Matilde Cabello?
- El exilio. Siempre está la tierra. Cádiz, Extremadura. Las niñas que hemos vivido en muchos sitios siempre somos exiliadas. Mis ausencias son el sin vivir en mí (ríe). Si estoy en Córdoba echo mucho de menos a Cádiz. Si estoy en Cádiz, me doy cuenta de que tampoco puedo pasar sin Córdoba. Esas son las ausencias de los espacios. Y luego están las ausencias continuas de los padres, de mi madre, sobre todo. Y la ausencia de Paco Cerezo, que fue mi compañero, mi amigo y alguien que me hizo mejor persona.
- ¿Qué batalla está usted librando ahora?
- (Ríe). Ahora estoy más en paz con mis entrañas que otras veces. Después de un tiempo muy complicado, pretendo disfrutar, mirar atrás y quedarme con lo bueno. Sueño con acabar dos novelas que están inéditas, por falta de tiempo; algún poemario, y dejarme llevar, que creo que me lo tengo merecido. Estoy empezando a quererme. Aunque no me gusta la gente soberbia,esa que se han trabajado tanto la autoestima que no hay quien la soporte, he empezado a quererme un poquito y mirar para atrás. En mi batalla me gustaría irme a Cádiz,y disfrutar más de mis nietos, que los tengo fuera.

Ahora estoy más en paz con mis entrañas que otras veces.

- Una de sus batallas es la feminista ¿Se identifica con el feminismo de Irene Montero?
- No, no me identifico con el feminismo de Irene Montero ni me identifico con el socialismo de Pedro Sánchez. No me identifico con el centro derecha ni, evidentemente, con la extrema izquierda. He hablado de librepensamiento. No me gustan las estructuras. No me gusta que me digan lo que tengo que pensar,porque además se tiende a eso. Yo milité muy joven. Antes de la muerte del general ya estaba implicada en los movimientos andalucistas, y, en un momento determinado, entregué el carné en una asamblea, con 20 años, y supe que nunca más iba a militar en nada. Me puedo permitir, aunque haya pagado precios tan altos, estar de acuerdo con ciertos planteamientos y estar en contra. Soy feminista aunque los ‘ismos’ no me ineteresan. Estoy por la igualdad. Soy feminista como soy antiracista. Creo que tenemos mucho que hacer las mujeres y estoy trabajando mucho por ellas, aunque oficialmente no se me reconozca. Pero tampoco me importa mucho. Tengo un currículum, creo que interesante, de 35 años trabajando con mujeres, desde la cárcel de Fátima en los años 90 hasta ahora en otros ámbitos. Comulgo con todo aquel que defienda algo con ganas y con honestidad. Hay gente que defiende causas simplemente porque se lleva mucho, por medrar, por estar… Por eso tengo tantas ganas de alejarme de este mundo, porque a veces ya no soporto esta soberbia, este desprecio imperante hacia los demás, este creerse que lo sabemos todo, que estamos por encima de todo. No sé si seré una abuela cascarrabias (ríe)
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- Desde ese feminismo sentido y ejercido está usted recuperando la figura de mujeres de la provincia de Córdoba que eran desconocidas.
- Debo decir, porque es verdad, que a mí las mujeres siempre me han apoyado mucho. Siempre. Hace años, en Diputación, hicimos una exposición itinerante de más de 70 mujeres que habían hecho algo por Córdoba. Allí se rescataron mujeres desconocidas. Y luego, en El Día de Córdoba, estuve siete años publicando biografías de cordobeses, con más de doscientas mujeres. Pero en los talleres me di cuenta de que las mujeres querían contar. Mujeres anónimas. Es la otra historia que no tiene nada que ver ni con batallas ni con reyes. Tenían muchos complejos a la hora de escribir, como todos los hemos tenido. Propuse un taller que interesó a la diputada Alba Doblas y lo he estado desarrollando. Son mujeres anónimas que cuentan su vida y volvemos a lo mismo: hay mujeres de todo tipo y de toda ideología. Ellas hablan con total libertad. Hay algunas de más de 90 años que cuentan cosas que son inéditas. El resultado está en las redes y se puede encontrar como ‘Crónicas violeta’.

No me identifico con el feminismo de Irene Montero ni me identifico con el socialismo de Pedro Sánchez.

- Ha dicho usted que está deseando jubilarse pero ¿en qué va a emplear ese tiempo libre?
- En todo lo que no puedo hacer ahora. Yo soy autónoma y me dedico solo y exclusivamente a escribir y a la gestión cultural. Es muy difícil. Y además he sido madre sola sola (recalca el ‘sola’) No es lo mismo la madre sola que tiene el amparo de la familia o que tiene lo que legalmente le corresponde a la madre completamente sola que no tiene un apoyo familiar ni económico. Sacar mi casa palante, como se decía antes, ha costado y cuesta mucho. He tenido la suerte de hacer trabajos que me han agradado siempre, pero ya tengo 66 años y a mi lo que me gusta realmente es escribir. Y solo con eso no creo que me sobre mucho tiempo. Mi hijo dice que sueña con tener una madre que haga ganchillo, pero yo no me veo como una abuela así (ríe). Seguiré escribiendo.
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