Ermita de San José en la plaza de la Magdalena, primera sede de los Circulos Católicos de Obreros

Ermita de San José en la plaza de la Magdalena, primera sede de los Circulos Católicos de ObrerosLa Voz

Los Círculos Católicos de Obreros en la Córdoba del siglo XIX

La iniciativa puesta en marcha por el obispo fray Ceferino González pronto tuvo gran aceptación

Los movimientos sociales del siglo XIX dieron lugar a la organización de los obreros en distintos colectivos. El socialismo y el comunismo cogieron la delantera, pero la Iglesia Católica no se quedó atrás y puso en marcha los denominados Círculos Católicos de Obreros que combinaban la acción formativa con la asistencial, dos de las principales carencias de la clase trabajadora en aquel momento.
Para la implantación en Córdoba de los Círculos Católicos de Obreros fue fundamental la figura del dominico fray Ceferino González. Llegó como obispo a la sede de Osio después de rechazar las mitras de Málaga y de Astorga. Su consagración tuvo lugar en una fecha tan cordobesa como la del 24 de octubre de 1875. En la ciudad, además de su labor pastoral, mantuvo su actividad como filósofo y escritor, que le había dado fama internacional. En marzo de 1883 marchó al Arzobispado de Sevilla, donde prosiguió su labor, que le fue recompensada por el Papa León XIII con la birreta cardenalicia.
El obispo fray Ceferino González

El obispo fray Ceferino GonzálezLa Voz

Entre la labor desarrollada en Córdoba destaca la puesta en marcha de los Círculos Católicos de Obreros como una herramienta para evitar que la ideología socialista impregnara a los trabajadores. El prelado hizo el llamamiento en enero de 1877 y sólo dos meses más tarde ya estaba puesta en marcha esta iniciativa.

El primer círculo

El primero de los círculos se implantó en la ermita de San José, en la plaza de la Magdalena. El crecimiento de este movimiento fue paulatino y en sólo dos años había 16 círculos en toda la ciudad con más de 3.000 socios activos. Esta cifra, que en la actualidad puede ser pequeña, tiene su importancia en una ciudad que en esos años rondaba los 50.000 habitantes y cuyos límites prácticamente no sobrepasaban la muralla.
La aceptación fue unánime por todos los sectores laborales, como se refleja en la primera junta directiva de este círculo, elegida el 19 de marzo de 1877: presidente, Antonio de Luque y Lubián, maderero; vicepresidente, José Ruiz Giménez, albañil; consiliario, José Moreno Estévez, presbítero; tesorero, Rafael Aroca Andrade, maderero; bibliotecario, José Serrano Bermúdez, pintor; secretario, Luis Casas, fabricante de cal y tejas; vicesecretario, Antonio Alguacil, herrero, y los vocales Antonio León Díaz, fabricante de yeso, y Mateo Inurria, marmolista.
El obispo Ceferino González había cumplido su objetivo, puesto que los Círculos Católicos de Obreros no sólo se habían implantado en la capital, sino también en otras localidades de la Diócesis, como es el caso de Aguilar de la Frontera y Priego de Córdoba, desde donde se expandieron hasta el resto de la provincia.
Las condiciones para ingresar en estos círculos eran muy simples. Podían serlo «todos los obreros mayores de 18 años que no padezcan enfermedad crónica, que sean católicos, apostólicos, romanos, de intachable conducta y cuya admisión sea aprobada por la junta directiva».
La realidad desbordó las previsiones iniciales. La ermita de San José se demostró pequeña para acoger a quienes querían formar parte del círculo y se habilitaron las dependencias de la antigua biblioteca del convento de San Francisco para recibir cada tarde, de 19:00 a 22:00, a quienes querían inscribirse. La cuota semanal era de medio real para los obreros y de un real para los jefes de taller, maestros y directores.

Manuel de Torres y Torres

Una figura fundamental en el éxito de esta iniciativa fue la del sacerdote Manuel de Torres y Torres, párroco de San Francisco y luego preconizado como obispo de Plasencia. En la biografía de este prelado escrita por Manuel Romero Triviño se aborda este periodo y se recoge que tras su nombramiento en 1887 como director general de los Círculos Católicos de Obreros, le «dedica valiosa y decidida cooperación, haciendo de los círculos verdaderos centros de cristianización y moralización de los obreros».
Manuel de Torres y Torres

Manuel de Torres y Torres

Este autor recoge que «la creación de los Círculos Católicos de Obreros, dió el empuje definitivo a la creación de la Caja de Ahorros de Córdoba, fundada por el Cabildo catedralicio, el día 2 de octubre de 1878» al amparo del Monte de Piedad que fue puesto en marcha en 1864.
En el reglamento del Circulo Católico de Obreros de la plaza de la Magdalena se detalla que entre sus fines está «proporcionar trabajo a los asociados cuando haya necesidad, crear una caja de ahorros para socorrerse mutuamente los obreros en caso de enfermedad o inhabilitación no culpable, y proporcionar a los mismos algunos ratos de honesta expansión, principalmente los domingos y días festivos».
Un aspecto en el que se ponía especial cuidado era en la politización de los trabajadores. Por esto, en el reglamento queda claro que «no siendo político el Círculo y debiendo admitir en su seno a personas de cualquiera fracción política compatible con los principios que sustenta la religión católica, apostólica, romana, se prohiben en él de una manera absoluta las discusiones políticas».

Las actividades

Las actividades que se desarrollaban en los Círculos Católicos eran diversas. Los domingos y festivos por la tarde había conferencias. Las había religiosas, claro, pero también científicas, literarias o artísticas. También se crearon escuelas gratuitas nocturnas para alfabetizar a los asociados o a sus hijos.
Manuel de Torres convirtió la antigua biblioteca del convento de San Francisco en un salón donde no sólo se celebraban las conferencias, sino que también había conciertos o, incluso, ejercicios gimnásticos.
El hito más importante de este periodo en las décadas finales del siglo XIX fue la peregrinación que hicieron en abril de 1894 a Roma 58 obreros cordobeses, con Manuel de Torres a la cabeza. Como recoge Romero Triviño en su libro, en el Vaticano asistieron a la beatificación de dos figuras estrechamente relacionadas con Córdoba, Juan de Ávila, y Diego José de Cádiz, que tantas veces predicó en la capital y a quien se le debe la instalación del Cristo de los Faroles en la plaza de Capuchinos.
Comentarios
tracking