Rafael López Recio 'El Grajo'
El arte flamenco de Rafael López Recio 'El Grajo'
Nunca abandonó su amor por este arte, actuando en numerosas ocasiones de forma desinteresada en actos u homenajes de todo tipo
Rafael López Recio, 'El Grajo', nació en Córdoba en 1935. Se crió en la popular calle Anqueda, enfrente de la conocida y popular Alberca de Cecilia. Aficionado al cante jondo más puro desde su cuna, participó muy joven en los Concursos Nacionales de Flamenco de Córdoba de 1957, 1958 y 1959, compitiendo nada menos que contra pesos pesados como Fernanda y Bernarda de Utrera o Juan Talega, por citar sólo algunos.
Para ganarse la vida, Rafael fue platero de profesión, siguiendo así los pasos de su abuelo José López Morillo y su tío abuelo Francisco, vecinos ambos del Dormitorio (y que tuvieron mucho que ver con el nacimiento de aquella benemérita Sociedad de Socorros Mutuos de los Plateros). Pero nunca abandonó su amor por el flamenco, actuando en numerosas ocasiones de forma desinteresada en actos u homenajes de todo tipo.
Acudía con regularidad junto con su esposa al chalet de su amigo Francisco Ruiz, sobre todo cuando éste lo convirtió en El Rincón del Cante, y a partir de 1972 en sede oficial de una peña flamenca. Grandes veladas, sin formalismos ni etiquetas, incluso con la participación de grandes estrellas, se dieron en aquel recinto, donde a veces Rafael dejaba su papel de mero espectador y se arrancaba. El propio organizador Francisco Ruiz decía: «Canta fabulosamente por soleares y cualquier tipo de cante, pero como más a gusto se expresa es a solas y sin la guitarra». Rafael fue quien me contó aquella anécdota de los «graciosos» que taponaron el canal de riego que pasaba justo por detrás de ese Rincón del Cante, un día con grandes actuaciones previstas. El agua se desvió e inundó el tinglado de sillas, escenario y aparcamientos que se habían preparado. Los autores aparecieron al poco rato paseando montados en un borrico y haciendo el signo de la V de la victoria con sus manos.
Fuera de nuestra ciudad, el Ateneo de Madrid fue testigo de sus grandes cualidades, acompañado por Rafael Trenas en la guitarra en un acto celebrado en la institución de la capital el 26 de junio de 1992 para presentar el libro del añorado Agustín Gómez 'Presencia de Cántico en el flamenco', editado por el Ateneo cordobés.
El día 2 de abril del 2018 se celebró en el Salón Liceo del Circulo de la Amistad un acto flamenco y cultural con motivo del 150 aniversario de la fundación de la Sociedad de Socorros Mutuos de Plateros. El presidente de la Real Academia de Córdoba, don José Cosano, ilustró a los asistentes sobre el origen y los avatares de ambas entidades hasta la dictadura de Primo de Rivera. El acto concluyó con un recital flamenco de Rafael López Recio, Manuel Caballero y a la guitarra Rafael Trenas, el nieto de Calete, personaje singular de la calle María Auxiliadora. No hace falta decir que los asistentes brindaron con una copa de vino. Pertenecer a la Sociedad de Plateros constituyó siempre para Rafael, un hombre muy apegado a sus raíces, un orgullo y un honor.
El pasado día 26 de diciembre hizo cuatro años que falleciera este gran cordobés, discreto y callado, enamorado de su barrio, dándose siempre a los demás, gran padre y mejor esposo. Fue muy señalada para él la muerte de su madre doña Amparo Recio Pastor (1907-2008), cuyo funeral fue celebrado en la iglesia de San Juan de Ávila. Allí Rafael, con el debido permiso del párroco, despidió a su madre con unos cantes sentidos por seguiriyas, tientos y tonás, actuando a la guitarra su gran amigo Merengue de Córdoba. Su hermano, el dominico Padre Francisco, concelebró la misa con el párroco y algunos dominicos más. Después del entierro me comentó «mi centenaria madre se ha merecido esta despedida con el mejor cante de su hijo».
Y este reciente Lunes Santo de 2025 se celebró en San Lorenzo el funeral de Antoñita, su compañera del alma, su novia de toda la vida. «Yo tengo dos novias, una mi mujer, Antoñita, y otra mi querida Córdoba», me dijo en una ocasión. Antoñita, la madre de sus hijas, la que disfrutaba viéndolo feliz cuando cantaba aquellas saetas que le salían del alma, a su Cristo del Calvario, el Señor de la devoción de sus padres y de todos sus mayores.
La opinión de Ricardo Molina
El gran Ricardo Molina Tenor, en el diario 'Córdoba' de enero de 1961, escribía este artículo elogioso por la actuación de ese joven Grajo en el Concurso Nacional de 1959:
Rafael López Recio 'El Grajo', destacado entre los aficionados al Concurso de 1959.
«Entre los muchos aficionados cordobeses del Concurso de 1959 destacó Rafael López Recio, joven concursante, creo que del barrio de San Lorenzo, platero de oficio y popularmente conocido con el sobrenombre de El Grajo un apodo que heredó del padre. Los apodos de este tipo son frecuentes entre los cantaores: Recuérdese El Mochuelo, tan popularizado por la discografía flamenca en sus comienzos.
Pues bien, Rafael López Recio demostró no sólo poseer unas magnificas facultades, sino una aplicación ejemplar y un conocimiento de muchos cantes tan digno de aplauso que, una noche de plazas y cruces de mayo, mereció el aplauso nada menos que de Antonio Mairena.
Nos encontrábamos copeando en una taberna próxima al Horno de Amparo y en otra reunión que no veíamos desde la salita que ocupábamos cantaba López Recio. Cantaba primero tangos de Málaga, luego tonás. A Mairena le produjo una impresión estupenda y al salir felicitó al joven cantaor cordobés.
Rafael López Recio canta por varios estilos las soleares, por demasiados quizás. Yo le aconsejaría en insistir en unas pocas modalidades hasta «apropiárselas» y olvidar los modelos, y desde luego que se alejara mientras más mejor de Pepe el de la Matrona, de El Gallina y de El Chaqueta, no porque sean malos modelos, sino porque fueron sus iniciadores, según creo, con los otros cantaores de la famosa 'Antología del Cante Flamenco' de Hispavox.
Emanciparse puede ser encontrar la propia manera, el propio rajo, la modulación propia. Hace más de un año que no oigo cantar a López Recio. En este tiempo puede haber cambiado mucho e ir aproximándose a su perfil de equilibrio. López Recio tiene madera, pasión, entusiasmo y facultades de gran cantaor. Y es muy probable que con el tiempo lo sea. Pues al cantaor le pasa lo que al vino, que hay que «darle bodega» y en buena botas de roble. Las botas de roble en este caso sería la familiaridad con ciertos cantaores: Fernanda de Utrera, Caracol, Centeno, Mairena, Pastora Pavón, el Pinto. La imaginación de la sabiduría y la escuela que ellos desbordan”.
La despedida de soltero
Muchos años después todavía recordaban sus amigos y vecinos de la calle Anqueda la célebre despedida de soltero que le organizaron a principios de los 60 en la taberna Los Moriles de la calle María Cristina, esquina con la Cuesta de Luján. Esa desaparecida taberna era como el cuartel general de los hermanos Redondo, alma de El Marín, humilde equipo de fútbol de la cuesta de la Espartería que contaba con el simpático Botas, vecino de la calle Agua, como masajista, Amador como portero, que trabajaba en las Bodegas Cruz Conde, y jugadores de campo como López, espartero en la plaza de la Corredera, o Iglesias, que luego jugaría en el San Álvaro en el puesto de extremo.
Pero por encima del fútbol, en esa taberna se concentraban grandes aficionados al cante, por lo que era el sitio ideal para la despedida. Para comer dieron cuenta de un excelente potaje con entremeses a base de buen marisco, servido por Santos de la calle Cruz Conde, mientras que el vino procedía de las Bodegas de Sánchez Aroca.
Tras la comida venía lo importante. Se sucedieron seguiriyas, tonás, tientos, serranas y soleares. La fiesta duró hasta casi la llegada del día, y en ese momento Rafael López sorprendió a sus amigos con unas soleares del amanecer de la Niña de la Puebla auténtica antología del buen cante antiguo y puro.
En aquella despedida nocturna no le faltó el trabajo a los guitarristas Pocos pelos, El Tachuela, Arango y un joven Merengue de Córdoba. Sus guitarras se volvieron roncas de tanto tocar.
Días después, los mismos amigos formaron parte del numeroso grupo de invitados a la boda que se celebró con toda solemnidad en la iglesia de San Lorenzo. El cura fue don Juan Novo, el sacristán Pepe Bojollo y los monaguillos los hermanos Francisco y José Luis Serrano Moreno.
«Les faltaba el aire»
Tras casarse, el matrimonio se fue a vivir a la calle Santa Rosa, una calle recién estrenada en Córdoba que entonces sólo tenía construidos dos bloques al principio, los números 2 y 4, que levantó Construcciones AVA. Enfrente todavía estaba parte de lo que fue en su día la Huerta de Santa Rosa que dio nombre al nuevo barrio y a la calle principal.
Igualmente ocurría con la cercana calle El Avellano, que solo tenía al principio de la acera de la izquierda el bloque en donde vivían los Zurito, llegados desde Santa Marina, y el edificio contiguo donde vivía dos viejos conocidos míos de Westinghouse: Agustín Bravo Casana, casado con la hija del Marqués del Cucharón, y Rafael Muñoz Bello, el hombre que en su dilatada carrera profesional podía haber guipado (liar papel al hilo de cobre de las bobinas) más de 1.200 millones de metros. El resto de esta calle igualmente estaba sin edificar. En un local de este último bloque abrió una pequeña taberna Ramón García, el que fuera dueño del bar San Cayetano y padre de Pepe García Marín, a su vez dueño del célebre restaurante El Caballo Rojo.
A esta tabernilla solían acudir los escasos vecinos que entonces vivían por aquella zona, y allí pude coincidir con Rafael López, porque en esos pocos bloques del barrio también vivía una hermana de mi mujer. Esa taberna de Ramón era todo un feudo taurino por la presencia constante de profesionales del gremio y grandes aficionados al mundo del toro como Paco Torronteras, íntimo amigo del torero Gabriel 'Zurito', que a veces también se dejaba caer por allí, Pepe Pons (cuñado de los Zurito), Pepe Rey, Antonio Trujillo, Juanillo Ranchal, Rafael Muñoz 'El Corchao', Juan Cebrián, Ángel González 'El Calvi' y Rafael González 'Pelajopos', picador de Gabriel 'Zurito'. Además, por si faltara algo en aquellas reuniones, estaba el médico Rafael Ortiz, que entre copa y copa velaba en la distancia por la salud de todos simplemente con mirarlos y ver con la fuerza con la que agarraban al medio de vino.
Pero cuando llegaba El Grajo se solía hablar de cante jondo, porque abundaban también sus aficionados entre los parroquianos, empezando por el viejo tabernero Ramón, que era un hombre serio, un tanto chapado a la antigua. Un día, un grupo de clientes quiso felicitarle por su santo y hasta le hicieron una pequeña tarta. Fue Rafael López el que, a petición de un bromista Pepe Rey Almoguera, le cantó a Ramón (que tenía ya unos 80 años) la seguiriya del viejo de La Niña de los Peines.
Al terminar aquella actuación Rafael, muy emocionado como siempre que cantaba, quiso contar una confidencia: «He cantado con la voz algo apocada, por cierta tristeza que no puedo evitar sentir en mis adentros. Eso le pasa también a mi esposa Antoñita. Aunque reconocemos que este barrio de Santa Rosa es una maravilla por su situación y modernidad, a nosotros, lejos de San Lorenzo nos falta algo, como si nos faltara el aire. El estar cerca de nuestro barrio y nuestra gente forma parte de nuestra forma de vivir».
Y así Rafael, en cuanto pudo, se volvió a San Lorenzo con su mujer. Este «ahogo» por estar lejos de su barrio me lo corroboró en varias ocasiones en las veces que coincidí con él, con el sacristán Pepe Bojollo como testigo, en la misa de doce en San Lorenzo los domingos: «Aquí (en referencia a la iglesia) es en donde a mí 'me trabajan', ya que me bauticé, hice la primera comunión y me casé, además de bautizar a mis hijas».
Aquellos festivales de verano en los Salesianos
En los años 80 se celebraron en los patios del colegio salesiano varios festivales de flamenco de altísimo nivel. El primero fue en 1984 y se celebró en el patio verde del colegio, organizado por la peña flamenca El Rincón del Cante que, visto el éxito conseguido, lo repitió varios años más. Se dieron homenajes al Lebrijano y a Fosforito con participación de las más grandes figuras. Y en ese primer festival intervino nada menos que Camarón de la Isla.
La actuación del genio de San Fernando produjo escenas de las que sólo se ven en contadas ocasiones. Llegaron muchos aficionados de todos los sitios de España y el ambiente era espectacular. Desde mi balcón pude observar cómo, en esos tiempos donde las entradas aún no eran digitales, se había montado, oculto entre los coches, un negocio de falsificación de las mismas, pegándoles de nuevo las tiras que se arrancaban al entrar en el recinto y reutilizándolas. La amplia barra de bar que se instaló en el lateral del patio a la derecha acabó con toda bebida liquida, hasta el agua. Y para finalizar diremos que al terminar la actuación de Camarón un gran número de aficionados, casi todos gitanos, abandonaron el festival: «Habiendo cantado Camarón ya está todo visto y oído para nosotros».
Realmente aquello era una exageración, porque por allí estaban Lebrijano, Paco de Lucía o Fosforito. Y otros mucho más modestos, pero que levantaron al público de sus asientos con una actuación colosal, como el cordobés Antonio de Patrocinio con sus colombianas dedicadas a su Campo de la Verdad. Conocía a Antonio de Patrocinio, pues era íntimo amigo de Francisco Losada, gran persona y uno de los dueños del taller Unión Cerrajera Cordobesa con el que colaboré. Aprovechando esta circunstancia Antonio me presentó a Fosforito, el genio del cante jondo de Puente Genil.
Cerca de Fosforito deambulaban Lebrijano y Paco de Lucía, y allí pudo comprobar cómo Rafael López Recio se movía entre ellos como pez en el agua. El propio Fosforito nos confesó: «Conozco a Rafael desde hace mucho tiempo, porque hemos coincidido allí en donde se hablaba y se amaba el cante. Tuve varias veces la oportunidad de escucharle, y te digo que porque él quiso dedicarse a la platería, porque de lo contrario hubiera sido una figura importante en esto».
Pero, humilde como era, Rafael López Recio, 'El Grajo', se conformó, que no es poco, con ser un cordobés amante de los suyos y de su ciudad, un hombre de una pieza, trabajador y cordial. Ahora, estará ahí arriba, emocionado, con su Antoñita.