Hotel Regina

Hotel Regina

El portalón de San Lorenzo

El Hotel Regina: entre los Tejares y la plaza de Colón

Jorge Negrete se consideró siempre un gran admirador y amigo de Manolete

El Hotel Regina, situado en Ronda de los Tejares, fue construido en 1923 por los hermanos Gimena Cañas. Pronto tomó el relevo del desaparecido Hotel Suizo como alojamiento de referencia en Córdoba, allí donde se hospedaba todo aquel personaje de cierta alcurnia que visitaba la ciudad, destacando por su número las figuras del toreo que actuaban en la cercana plaza de toros de los Tejares.

Si empezamos a describir cómo era a mediados del siglo XX aquella acera donde hoy están las oficinas de Cajasur junto al Bulevar, un poco más hacia el Gran Capitán destacaba una especie de pequeño chalet con un enorme anuncio publicitario de Lederle, al parecer un producto farmacéutico. Justo donde hoy están estas oficinas del banco vasco con los restos de la muralla romana integrados teníamos una pionera oficina de turismo en cuyo solar, tras ser derribada, se levantó la famosa Cafetería Savarín. Después de esta cafetería, en dirección a la Victoria, existía, en este orden, un estrecho y antiguo estanco, luego el Bar Toledo, la Gestoría Navarro, y un callejón con los repuestos de automóviles de Pedro Serrano. En el año 1946 se levantaría el edificio que popularmente se llamó la Caja Nacional (de la Seguridad Social) y luego (no existía la calle Córdoba de Veracruz) nuestro Hotel Regina, que se prolongaba hasta la calle Alonso de Burgos, en donde vivió el actor Paco Morán Ruiz (1930-2012).

Con apenas cuarenta años este hotel fue cerrado, en 1964, estableciéndose en su manzana a lo largo del tiempo varios comercios, entre los que aún permanece como decano Cortefiel. Un poco más hacia la Victoria y en la acera de enfrente estaba la comisaría de Policía en la que se empezaron a expedir los primeros documentos nacionales de identidad.

La Gallega en plena acción de echar gasolina

La Gallega en plena acción de echar gasolina

La gasolinera de La Gallega

La mujer que aparece en la foto de estos años 50 con el surtidor de gasolina es Ángeles ‘La Gallega’. Mujer muy resolutiva, como todos los emigrantes de esta región que se establecieron en nuestra ciudad, tenía varios hermanos, y le gustaba montar cada dos por tres en su impecable bicicleta, lo que no era muy habitual en las recatadas mujeres de entonces.

El surtidor estaba entre lo que era el citado edificio del Hotel Regina y la Caja Nacional. Desde aquí se podía observar, justo enfrente, la plaza de toros de los Tejares fundada en 1846, que casi termina su vida al poco, en 1863, debido a un pavoroso incendio, pero que, por fortuna, fue remodelada en 1866 y continuó su largo periplo en la historia del toreo.

El dueño del surtidor era Ricardo Molina, miembro de una familia muy emprendedora que vivía en el edificio de la Caja Nacional. Estos Molina, muy conocidos en la ciudad, tuvieron la representación para Córdoba de los coches de la marca SEAT que aún sigue en las siguientes generaciones. Años antes habían montado el muy moderno para la época Bar Sandua, en la acera del Gran Capitán, poco más abajo del Banco de España. El proyecto fue obra de Rafael de La-Hoz Arderius, convirtiendo al Sandua en el segundo bar de referencia en Córdoba, tras el Dunia, situado a su vez junto al fotógrafo Studio, cerca de la Audiencia Provincial y la Alsina Graells, empresa catalana de autocares de pasajeros.

Al contar con varios surtidores, el depósito de gasolina con los bidones lo tenía Ricardo Molina en la avenida de Medina Azahara, en la acera de la izquierda que daba a las calles de Ciudad Jardín, casi enfrente a la salida de la calle los Omeyas.

En el polígono de La Torrecilla

Con posterioridad, los Molina se instalarían en el recién inaugurado polígono de la Torrecilla, una gran finca agrícola recalificada como terreno industrial gracias a la labor del abogado don Rafael Salinas González, el hombre que, como presidente del Córdoba CF, lo subió a Primera División en abril de 1962, y que además sería padre del que fuera presidente de la Diputación y vicepresidente de la Junta José Miguel Salinas, también relacionado con el equipo de fútbol años después. Rafael Salinas fue también quien traspasó al portero Miguel Reina Santos al Barcelona por la cantidad de ocho millones de pesetas, un récord en aquellos tiempos.

En este polígono antes de urbanizarse, lo único que existía era una antigua gasolinera, igualmente con el nombre de Torrecilla, Atendiendo a ese nombre, se urbanizó toda aquella finca rural por la empresa de los Hermanos Felgar S.A. Allí, bajo la razón social Molina Hermanos, la familia instaló unos talleres llamados popularmente "La Casa SEAT”, considerado el mejor negocio de coches en Córdoba. Aquellos talleres tan modernos contaban incluso con una elegante cafetería anexa, en la que el primer profesional que la atendió fue un joven Francisco Cano Salido, dueño del Bar Miguelito en la Acera Pintada del Campo de la Verdad. Pero aquella aventura le debió durar poco, pues enseguida volvió de lleno a su Miguelito.

Malos recuerdos nos trae la fecha del 10 de marzo de 1989, en la que los trabajadores de «La Casa SEAT» salieron apresurados para presenciar el trágico accidente entre un coche de esta marca que iba para Sevilla y un moderno y elegante Ferrari Testarosa que en ese momento intentaba incorporarse a la antigua Nacional IV. Del tremendo choque salieron los dos vehículos arrastrados uno con otro por lo menos cien metros. A consecuencia del impacto murieron los dos conductores, Agustín Justo Flores, conductor del SEAT, y Alfonso López-Laguna, conocido industrial cordobés e hijo de uno de los anteriores dueños de la finca de la Torrecilla, en el Ferrari. Un segundo ocupante de este vehículo deportivo, el notario don José Valverde Madrid, logró sobrevivir de milagro.

Para mayor infortunio, la salida a la carretera general por la que salía el Ferrari era utilizada cientos de veces por aquellos que se examinaban del carnet de conducir, pues por ella, enlazando con la citada carretera Nacional IV, y cubriendo un corto trayecto de la misma, se recorría el llamado Circuito Abierto del examen, que retornaba al polígono por detrás de la gasolinera. Eran los tiempos de aquellas mañanas frías cuando te refugiabas en el cercano el Bar Rancho Grande, un enorme establecimiento que servía como base de operaciones para todos, tanto los que examinaban como los que trataban de sacarse el necesario carnet de conducir.

Fuente central de los Jardines del Campo de la Merced

Fuente central de los Jardines del Campo de la Merced

Los jardines del Campo de la Merced

Recorriendo Ronda de los Tejares hacia el otro sentido llegamos a los Jardines de la Merced, también llamados de Colón desde el IV Centenario del descubrimiento de América. Su nombre proviene de estar ubicados en el antiguo Campo de la Merced, nombre a su vez procedente del antiguo convento de esta orden religiosa, abandonado con la desamortización.

En el edificio del antiguo convento mercedario, después hospicio y hoy sede de la Diputación Provincial, unas lápidas nos recuerdan que por allí pasó y encontró apoyo de los frailes un tal Cristóbal Colón cuando estuvo buscando en Córdoba que los Reyes Católicos, instalados por esos años en nuestra ciudad, aprobasen su fantasioso proyecto del descubrimiento de América. De este encuentro una escultura en los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos recuerda el momento. La primera respuesta de los monarcas, asesorados por un grupo de expertos, fue negativa, y el navegante tendría que seguir dándoles la lata durante muchos años más.

En la amplia explanada que se extendía enfrente del Convento de la Merced se construyó el primer coso taurino como tal que hubo en Córdoba, en 1759, de madera y desmontable. Y así estuvo hasta 1831. No fueron muchas las corridas celebradas, pero podemos indicar que en 1759 se mataron 32 toros, en 1789, 45, y en 1816, 78. En realidad las corridas seguían celebrándose habitualmente al aire libre y sin apenas montaje en la plaza de la Corredera, o incluso en la de la Magdalena.

Con la desamortización del convento, la construcción de la nueva plaza de toros en los Tejares, y tras desecharse algunos proyectos como un gran cuartel del ejército en esa zona, el Campo de la Merced cobró nueva vida con la creación progresiva de sus bellos jardines. El pionero fue el alcalde Tomás Conde y Luque (1833-1883), que tuvo ese cargo apenas un par de años, entre 1875 y 1877, pero que daría origen a la saga de los Cruz-Conde como renombrados cargos públicos en Córdoba. Tomás Conde y Luque murió atropellado por el tren en el Paso a Nivel de las Margaritas a la edad de 50 años.

Posteriormente, con los fastos del IV Centenario, y puesto que Córdoba había sido una de las ciudades españolas honradas con su presencia, se decidió levantar en los jardines un monumento al insigne genovés... Sólo se colocó la primera piedra... Al menos, ya en los años 20 del XX, se instalaría una bellísima fuente en el centro, que junto con la exuberante vegetación, y tras una acertada reforma en la última época de Herminio Trigo, hacen de esos jardines un remanso de frescor en la ciudad del que deberían tomar nota otros jardines y espacio verdes más modernos.

Jorge Negrete en los jardines de Colón

El célebre actor mexicano, como tantos otros compatriotas suyos, se consideró siempre un gran admirador y amigo de Manolete. Por eso, a raíz de su muerte en Linares demostró un gran interés por visitar su tumba y, de paso, como era natural, la ciudad de Córdoba, de la que le habían comentado que era muy hermosa y encantadora. De hecho, dijo, sería la primera ciudad andaluza que visitase. Así lo anunciaba en un autógrafo de su puño y letra dedicado a la ciudad que recogía el diario ‘Córdoba’ de 11 de junio de 1948.

Autógrafo que dedicó Jorge Negrete en el diario 'Córdoba'

Autógrafo que dedicó Jorge Negrete en el diario 'Córdoba'

Transcripción:

«Mis más cariñosos saludos a la bellísima Córdoba por conducto del Diario 'Córdoba' prometiéndole que a la mayor brevedad posible, tendré la satisfacción enorme de visitar una joya de España y saludar a sus bellas mujeres y a los gentiles cordobeses con los que espero tomar una copa de Montilla.

Atentamente

Jorge Negrete”

Ese Jorge Negrete que nos visitaría era toda una celebridad mundial, un hombre culto que dominaba cinco idiomas y que en todos los sitios donde actuaba (Venezuela, Puerto Rico, Cuba…) provocaba grandes apoteosis. Además, era un artista muy bien cotizado, llegando a cobrar 245.000 dólares por día, una enormidad.

Sin embargo, era una persona muy bondadosa, especialmente con los más necesitados. Aquí en Córdoba, a donde llegó el día 21 de septiembre, visitó el Hogar y Clínica de San Rafael (Hospital de San Juan de Dios), el hospital antituberculoso de Puerta Nueva, y otras casas necesitadas de la ciudad a las que entregó de forma muy discreta generosos donativos. Por supuesto, ya que era el principal motivo del viaje, también acudió al Cementerio de la Salud para depositar una corona de flores en la tumba de Manolete, por aquellas fechas de forma provisional estaba enterrado en el panteón de la familia Sánchez de Puerta, íntimos amigos desde el colegio salesiano, mientras terminaban el suyo, que no se concluiría hasta 1951.

Para protegerse del calor durante su estancia los mexicanos escogieron para el baño y disfrute la simpática Alberca de Cecilia, ubicada en la calle Anqueda, que los encargados del huerto les alquilaron para ellos solos durante el miércoles 22, jueves 23 y viernes 24, al precio de 200 pesetas por día. Esta gestión del alquiler de la alberca, según Ana María Aguilar Rejano (1933-2025), una joven entonces, tristemente fallecida este año, estuvo a cargo de Rodolfo, el mariachi que hacía el solo de trompeta.

Aparte de todas las visitas protocolarias y su retiro y descanso en la alberca, debido a toda la fama que despertaba Jalisco (como así denominaban también a Jorge Negrete) la Asociación de la Prensa de Córdoba, en colaboración con el Ayuntamiento, decidió organizar un homenaje y recibimiento popular al artista para la mañana del día 25 de septiembre en los jardines del Campo de la Merced.

Un cordobés singular, primo de mi mujer, Fermín Gómez Gutiérrez (1929-2023) me contó años después cómo fue aquel homenaje. No hace falta decir que se desbordó el público, con una notoria presencia de mujeres. Después de una breve actuación de Jorge Negrete y su grupo de mariachis, tomó la palabra el mismo artista para hablar. El ensordecedor ruido de las palmas se confundía con los gritos de «artista», «artista» y «guapo», «guapo» que le dedicaban las mujeres cordobesas, en uno de esos raros momentos en que pierden su compostura. Para rematar el éxtasis, Negrete halagó la belleza de la mujer cordobesa y aquello fue ya la locura. Más de uno acabó empujado y mojado en uno de los estanques que entonces había en los jardines.

Uno de los dos estanques: éste situado en la calle que va para la «Cuesta de Cojo» (calle Marroquíes) y el otro a la salida para la calle Osario

Uno de los dos estanques: éste situado en la calle que va para la «Cuesta de Cojo» (calle Marroquíes) y el otro a la salida para la calle Osario

Aquellos estanques, ya desaparecidos, eran dos como el que se puede ver en la foto, con una profundidad de 1,7 metros y un área en planta de 10 por 4 metros. El agua salía por la boca de dos niños colocados a cada lado. En todo su perímetro tenían un poyo corrido en el que se solían colocar macetas. Estaban totalmente encalados.

El Campo de la Merced y la tos ferina

Los espléndidos y numerosos eucaliptos con los que contaban los Jardines de la Merced (aún persisten algunos tras la reforma de los años 90) fueron el motivo de que muchas madres de los años 50 acudiesen allí las noches de verano para tratar de curar la tos ferina de sus hijos. Y es que se decía que inspirar el olor del eucalipto era una buena terapia.

Como remate a esta profilaxis, después de permanecer un buen rato en los jardines, respirando a pleno pulmón, se iban al cercano Viaducto del Pretorio, buscando la oportunidad de que pasara una de aquellas antiguas locomotoras de vapor y les dieran en pleno rostro con sus gases y la carbonilla. Al menos eso es lo que recomendaba don José Chacón y Chacón, médico de cabecera que atendía a los trabajadores de las Electromecánicas y a sus familias en el ambulatorio de la pequeña plaza de Mármol de Bañuelos, en un edificio en cuya planta baja estaba el famoso Foto León, donde acudía la mayoría de los novios para su retratos.

Alexander Fleming, con sombrero cordobés, con las autoridades de Córdoba y un Fray Albino sonriente al fondo

Alexander Fleming, con sombrero cordobés, con las autoridades de Córdoba y un Fray Albino sonriente al fondo

Yo fui uno de esos niños que probó esta terapia, y recuerdo unos días del verano de 1954 en los que estuve yendo con mi madre a los Jardines de Colón y al viaducto. Un día coincidimos con una señora de la calle Alfaros que también iba por allí con su hija afectada de tos ferina, que entonces era una plaga entre los niños. Esta mujer, entre los comentarios que surgieron sobre la enfermedad, habló de la moderna penicilina, sacando el tema de la visita que nos había hecho el gran Alexander Fleming unos años antes, en junio de 1948, a iniciativa del doctor don Rafael Blanco León, aprovechando que el gran benefactor iba camino de Sevilla.

Esta mujer de la calle Alfaros estuvo ese día entre el público en la recepción que se le dio en la Puerta del Puente por parte del alcalde don Rafael Salinas Anchelerga con un ramo de flores de Santa Marta en ristre. Y comentó entre risas que, a pesar de que la guardia municipal formó una especie de cordón de seguridad, no se pudo evitar la espontaneidad de algunas mujeres, las cuales (adelantando quizás lo de meses después con Jorge Negrete) le decían desde «guapo», hasta "¡viva la madre que te parió!” No sé si ese día fue la primera vez que oí lo de la penicilina, pero lo que sí es seguro es que, aunque con menos encanto, al final sería más efectiva que esa terapia de los eucaliptos y el vapor de los trenes.

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