Monasterio de San Jerónimo de Valparaiso (Córdoba)

Monasterio de San Jerónimo de Valparaiso (Córdoba)

El portalón de San Lorenzo

La huella del monasterio de San Jerónimo de Valparaiso de Córdoba

El marqués compró en 1947 para su propio uso un avión (más bien avioneta) en Cuba, una aeronave EC-APP

Traigo aquí el recuerdo del Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, que fue fundado por un fraile portugués de nombre fray Vasco. En el año del Señor de 1405 doña Inés Martínez, viuda de Diego Fernández de Córdoba, Alcaide que fue de los Donceles y Alguacil Mayor de Córdoba, así como su hijo Martín Fernández de Córdoba, vecinos en la collación de San Nicolás de la Villa, otorgan a fray Lorenzo, fraile de la Orden de San Jerónimo, y con poderes del citado fray Vasco, prior y monje profeso de la misma Orden, los bienes necesarios para la fundación del citado monasterio enclavado en un paradisíaco paraje («Val Paraíso») de la sierra de Córdoba. Para este fin doña Inés entregaba una huerta en la sierra lindando con Córdoba la Vieja, propiedad suya desde 1387, y que se añadía a otra que su hijo también donaba para que sirviera a la manutención de los frailes.

(Estos datos tan curiosos los pude comprobar al digitalizar la ingente cantidad de documentos que, sobre dicho monasterio, entregó la profesora e investigadora Gloria Lora Serrano para ser incorporados al ‘Corpus Mediaevale Cordubense’, la gran obra de don Manuel Nieto Cumplido).

La obra

Con los medios de se que disponían entonces la obra de construcción del nuevo monasterio fue, necesariamente, lenta y penosa. Lo primero que se hizo en 1405 consintió, simplemente, en adaptar la casa que ya poseía la heredad, que contaba con una preciosa fuente y un oratorio. El obispo bendijo este pequeño recinto dando así comienzo oficial el monasterio.

Durante el priorazgo de fray Alfonso de Baena se edificó la enfermería, la cocina definitiva y se colocaron las primeras piedras para la iglesia. Los propios frailes llevaron el peso de la obra y realizaron labores de acarreo de materiales y escombros. Hay que imaginarse el esfuerzo que debieron suponerles aquellas obras en ese sitio agreste, en el que tuvieron que desplazar unos 6.700 metros cuadrados rebajando la montaña para poder asentar el monasterio. En cálculos aproximados que me dio un día por hacer se puede estimar que de allí se sacaron unos 300 mil metros cúbicos de escombros, los cuales supondrían unas 480.000 toneladas de peso. Todo ello tenía que ser acarreado con borriquillos subiendo y bajando por la empinada ladera. Teniendo en cuenta lo que podría trasportar cada animal ello implicaría unos 652.000 portes y unos 60 millones de paladas para cargar sus serones.

Quizás gran parte de esta tierra y escombros, desplazados de su sitio original, servirían para tapar aún más los restos de la cercana ciudad palatina de Abderramán III, la mítica Medina Azahara, de la cual, si alguien muy leído recordase entonces que había existido, no había ni idea de por dónde estuvo localizada. No fue hasta el siglo XVII cuando, con cierta autoridad, don Pedro Díaz de Rivas (1587-1653) intuyó por primera vez su situación por aquellos parajes, donde de vez en cuando se descubrían restos antiguos de cierta importancia, pero que la mayoría de los eruditos achacaban a una Córdoba primitiva levantada por Claudio Marcelo (de ahí que la finca inmediata se siga conociendo como Córdoba la Vieja) que luego se trasladaría, por lo inhóspito del lugar, a nuestra ubicación actual junto al Guadalquivir. El mérito de la confirmación definitiva de la localización de Medina Azahara se debe a don Pedro Madrazo y Kuntz (1816-1898) que en 1853, después de múltiples traducciones y lecturas de arduos documentos árabes, llegó a situar su ubicación definitiva en aquella zona de la sierra. A pesar de todo, hasta 1911 no se realizaron las primeras excavaciones que confirmaran científicamente la citada hipótesis. Tras la guerra civil Félix Hernández Giménez (1889-1975), a partir de 1944 emprendió de lleno la tarea arqueológica, contando con la colaboración de un joven Manuel Ocaña Jiménez (1914-1990) que ya destacaba como experto en inscripciones árabes. Aún hoy, sólo se ha excavado una pequeña parte de lo que yace escondido de la efímera ciudad califal.

Ignorando de lleno a su ilustre ciudad vecina, cuando el monasterio estaba todavía en su primer siglo de vida, durante el período de fray Antón de Hinojosa como prior, un joven de 17 años llamado Gonzalo Fernández de Córdoba, quizás harto de tanta lucha y refriega en las que solía estar metido su hermano mayor don Alonso de Aguilar, pidió ingresar en la comunidad (donde, por cierto, tuvo que exiliarse el propio obispo de la ciudad, Solier, amenazado por su hermano). Pero este fray Antón le quitó pronto la idea de la cabeza, convenciéndole de que su mundo estaba en otro lugar. Tenía buen ojo.

El agua del monasterio

En 1493 los Reyes Católicos concedieron licencia al monasterio para aprovechar la dehesa inmediata así como para reparar la antigua fuente de la huerta. Desconozco si esta instalación hidráulica tenía o no relación con el cercano acueducto de Valdepuentes, del que se sabía de antiguo que dotaba de agua a Medina Azahara, pero del que en los últimos años se ha confirmado por parte de los investigadores que no es de origen califal sino romano, y que su destino final no era la ciudad palatina, sino la propia ciudad de Córdoba (el conocido como Aqua Vetus).

Lo que sí me consta es que en los terrenos del monasterio aflora un gran venero, porque en 1950 llamaron a Rafael Prieto, gerente de Flores Santa Marta, para repararlo por hundimiento interior. Esta labor la realizó Rafael Uceda, ‘El Largo’, vecino del Campo de la Verdad con domicilio en la calle del Horno que desembocaba en los Peñones de San Julián.

Este venero daba agua de sobra para llenar una legendaria alberca que, como cabecera o depósito, servía para distribuir el agua por todo el monasterio y sus terrenos. Fue remodelada a finales de los 50 para adaptarla como una piscina moderna, con escalerillas de acceso incluso.

A partir de 1963 se aprovecharon, además, las modernas conducciones de agua que subían para la barriada de Trassierra. Así, se derivó de éstas un ramal hacia el edificio de nueva construcción que, como anexo, se construyó en la parte posterior del monasterio, habilitado como residencia habitual de la familia propietaria. De esta forma el monasterio estaría suministrado de agua de venero natural y de la conexión con el servicio de aguas potables de Córdoba. En el año de 1974 hubo problemas de presión en la conducción y los Gordillo, familia de fontaneros, subieron para arreglar la avería.

El patio del cervatillo

Uno de los lugares más característicos del monasterio es un bello patio porticado situado donde estaba la residencia de novicios de la Orden, al este del complejo.

Lo que lo singulariza es que dispone de una fuente, hacia la derecha del patio, donde se levanta una reproducción del famoso cervatillo que en su día fuese emblema de Medina Azahara. Aún subsisten dos cervatillos originales de los que hubo en la ciudad de Abderramán III: uno está en nuestro Museo Provincial y el otro en el emirato de Qatar. Este último parece ser que fue el que tuvieron en propiedad los frailes de San Jerónimo, el cual muy probablemente lo cogerían de entre los restos de la cercana Medina Azahara. Después lo trasladaron al extremeño Monasterio de Guadalupe, uno de los principales de su Orden en España. Allí, con el saqueo de los franceses desaparece como tantas otras cosas, y un día surge casi de la nada en una sala de subastas para acabar en las manos de un jeque árabe, que lo mismo que compran equipos de fútbol compraron esta joya.

Por supuesto que no tenía la misma antigüedad ni empaque que los originales, pero hay que recordar que en San Lorenzo, cuando se inauguró en 1964 el jardín y la fuente conmemorativa del nacimiento de Aben Hazam, se puso en dicha fuente otra reproducción de este mismo cervatillo la cual, tras ser robada casi de inmediato, ha sido repuesta intermitentemente con nuevas copias, la última de ellas de hace menos de un año.

Visitantes destacados

Desde la gran reina Isabel la Católica, pasando por otros reyes como Felipe II o Felipe IV fueron muchos los visitantes ilustres que tuvo el monasterio. Entre ellos personalidades extranjeras como Fleming (1881-1955), en 1948, o Ernest Hemingway (1889-1961), que vino a Córdoba durante la feria de 1959 para ver torear a sus dos grandes amigos, los toreros y cuñados Antonio Ordóñez y Luis Miguel ‘Dominguín’, que completaban el cartel con el torero de Écija Jaime Ostos, siendo este último quien se llevó el trofeo dedicado a Manolete, ese Califa al que el desnortado escritor norteamericano criticaba («torero de trucos baratos») sin haberlo visto torear.

El escritor comentó a la revista LIFE que José López de Carrizosa, conocido como Pepe Mérito por ser marques del Mérito, le invitó a pernoctar los tres días de su estancia en Córdoba en su monasterio. Al que se daba de «hombre de izquierdas» se le debió olvidar que el tal Pepe Mérito, leal a su rey, acompañó a Alfonso XIII cuando se marchó al exilio y que, aprovechando sus numerosos contactos en el extranjero, particularmente en el Reino Unido, fue uno de los conspiradores monárquicos que gestionaron en ese país, para un general llamado Francisco Franco, un avión llamado Dragon Rapide, alquilado por 1.100 libras esterlinas pagadas por el banquero mallorquín Juan March. Este avión llevaría el 18 de julio de 1936 al general sublevado desde Canarias a Marruecos, en donde se pondría al frente del Alzamiento Nacional que había empezado en África el día anterior.

Los distintos propietarios del monasterio

Pepe Mérito era entonces el propietario del monasterio porque los frailes, hacía tiempo que habían sido obligados a abandonarlo. Las distintas desamortizaciones a las órdenes religiosas, que empezaron a finales del XVIII con Carlos IV, tuvieron su culmen con la famosa desamortización propiciada por el financiero Mendizábal en 1835. Expulsados los religiosos, la flamante Hacienda pública pasó a ser propietaria del recinto y sus alrededores, pero no consiguió darle salida a pesar de los intentos de buscarle una utilidad por las instituciones públicas locales, ya fuera como lazareto o manicomio como pretendían el Ayuntamiento o la Diputación. Todo eran dudas e indecisiones y nada cuajó. Llegamos así al año de 1861, en el que el perito Rafael de Luque Fuentes, maestro de obras de la Real Academia de San Fernando, emite un informe sobre la situación calamitosa y abandonada del edificio, próximo a la ruina.

Seguramente acuciado por el informe, el Ministerio de Hacienda decide por fin su venta definitiva en pública subasta. De un precio de salida inicial de 52.874 escudos se llegó a una tercera subasta rebajado a 37.011 ducados, pero que también resultó fracasada.

Llegan los marqueses

Sería en la cuarta subasta llevada a cabo el 27 de mayo de 1871, cuando por 72.701 pesetas (ya se había cambiado de moneda) se adjudicó el monasterio a doña Josefa Núñez del Prado y Vírnez de Segovia, Marquesa viuda de Guadalcázar. Ya en una anterior subasta su fallecido marido había adquirido la hermosa huerta que rodeaba el entorno.

En 1912 fue adquirido por José López de Carrizosa y Garvey, II Marqués del Mérito, que se había casado con la cordobesa Carmen Martel y Arteaga, hija de los Condes de Torres Cabrera. Ellos fueron los que, poco a poco, fueron restaurando el monasterio, sobre todo gracias a la gran iniciativa cultural de la esposa, digna heredera del indudable compromiso de su familia con Córdoba. El marqués empezó con el negocio de las Bodegas Marqués del Mérito, muriendo en 1927 y siendo enterrado en Jerez. Su esposa moriría diez años después, siendo también enterrada en la ciudad gaditana.

En 1927 José María López de Carriozosa y Martel (1895-1963) heredó el título de III Marqués, el negocio de las bodegas, y el monasterio. Este joven había sido criado en nuestra ciudad en el Palacio de los Condes de Torres Cabrera, sus abuelos maternos, a pesar de que su familia también tenía el Palacio del Gran Capitán, comprado en 1891 y vendido en 1930 al Estado como sede del Gobierno Civil de Córdoba.

Boda del III Marqués del Mérito con Elena Patiño (1929)

Boda del III Marqués del Mérito con Elena Patiño (1929)

Este marqués se casaría dos veces, la primera con Elena Patiño Rodríguez (1905-1942), de cuya unión nacería en 1932 su hija Victoria Elena López de Carrizosa y Patiño. En segundas nupcias se casaría con Graciela Abril Olivera (1911-2001).

El marqués aviador

Ya hemos comentado el papel del Marqués del Mérito con el Dragon Rapide, en 1936. Pero, aparte de este avión por el que pasaría a la Historia, el marqués era un gran aficionado a la aeronáutica y lo demostraría cuando en 1947 compró para su propio uso un avión (más bien avioneta) en Cuba, una aeronave EC-APP.

Se lo embarcaron para España a donde llegó el 10 de mayo. Era un modelo de avión que compraba hasta 1945 la fuerza aérea de los Estados Unidos, pero que al cancelarse los pedidos con los americanos quedaron unas cuantas unidades sueltas para la venta a particulares. Su precio aproximado fue de 2.600 dólares, incluido su transporte a Córdoba.

Esta avioneta, de seguir funcionando, sería la matricula del PIPER-L-14, la más antigua de España. Con este aparato el marqués realizó muchos viajes a África, Europa, y en España principalmente a Madrid o Sevilla. Con independencia de sus viajes particulares, la avioneta realizó también muchos trabajos de fumigación y de publicidad. En 1952 la vendió a doña Victoria Puentedura Ojeda, natural de Málaga. Luego fue adquirida por don Manuel López Manteola en 1955, y en 1995 por don Antonio Figueredo.

Para el marqués, su afición a volar en solitario seguramente le aportaría un inapreciable tiempo de evasión de sus problemas: la muerte de su primera esposa, los problemas económicos y otras desgraciadas circunstancias más dieron lugar a que este hombre fuese como un huidizo permanente, sobre todo en sus últimos años.

La IV Marquesa del Mérito

La revolución cubana (1960-61) supuso para muchos capitalistas españoles que tenían allí parte de sus negocios una debacle económica, y el Marqués del Mérito no iba a ser una excepción. Tras su independencia, Cuba había sido un gran escaparate para los vinos y licores de Jerez, y las Bodegas Marqués del Mérito estuvieron en primera fila. Muchas de estas bodegas españolas, influidas por el peculiar ambiente cultural de la isla, se especializaron en «vinos santos para curar« a los que les pusieron el nombre de todas las advocaciones del santoral que encontraron en Cuba. Así, Bodegas Marqués del Mérito tuvo una marca muy difundida, »La Caridad de Nuestra Señora del Cobre», vino tónico muy famoso que se antojaba muy curativo.

Cuando llegó al poder Fidel Castro expropió todos estos negocios, lo que unido a otras dificultades puso un tanto en cuarentena la economía del III marqués del Mérito, que finalmente terminó vendiéndole a su hija el Monasterio de San Jerónimo, ya que ella había heredado buena parte de la fortuna del Rey del Estaño, su abuelo materno.

Esta hija y heredera del marquesado, Victoria Elena López de Carrizosa y Patiño, había nacido en París en 1932. Al morir su madre en 1942 aún joven la niña había vivido prácticamente toda su vida en la capital francesa en casa de sus abuelos maternos. No hacía nada más que repetir lo que antes había hecho su propio padre al vivir en su niñez con sus abuelos.

Su boda

El 13 de diciembre de 1957 en la ciudad de París se sucedieron dos acontecimientos relacionados con España. En uno, quizás el de mayor repercusión, el genio Salvador Dalí hacía la presentación de su libro ‘Quijote’, del que se decía que era el libro más caro del mundo. El otro acontecimiento importante era que se casaba la hija del Marqués del Mérito, Victoria Elena López de Carrizosa y Patiño (1932) con el aristócrata belga Henri du Chastel Howarderie (1924).

La boda se celebró en los salones del Palacio de los Ortiz Patiño, los «Reyes del Estaño», en la avenida Foch. El III Marqués del Mérito fue el padrino de la novia, si bien se echó de menos una mayor representación cordobesa como la que había asistido a la boda de su madre, que también se celebró en ese palacio parisino. En 1963, a la muerte de su padre, su hija heredó el marquesado. El título de Valparaíso fue a parar a su primo, Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete (1917-2015).

El panteón familiar de la familia en la Salud

El panteón familiar de la familia en la Salud

El panteón familiar

El III marqués del Mérito, el cordobés José María López de Carrizosa y Martel, quiso que sus padres y su familia más próxima fuese enterrada en Córdoba, la ciudad por la que sentía los mayores afectos. Por eso, en 1953, con el consejo de su gran amigo José Molleja Álvarez, dueño de la ferretería La Campana de la calle Claudio Marcelo, encargó al arquitecto don Enrique García Sanz el diseño de un panteón familiar en el Cementerio de la Salud de Córdoba. Dicho panteón fue realizado en la calle Zarco en el taller que compartían los canteros Rafael García y Enrique Pareja. Como curiosidad, según me contaría el hijo de este último, Enrique Pareja Alberca, la fachada del actual edificio de Correos, incluidos los buzones, también fue un trabajo realizado por estos canteros, con la particularidad de que respecto al escudo que coronaba la fachada se les olvidó de incluir su coste en el presupuesto, por lo que le salió gratis a la Administración.

En este panteón de la Salud el marqués enterró a sus padres, cuyos cadáveres se trasladaron desde Jerez en 1955, y los de su primera esposa Elena Patiño, fallecida en 1942 en Nueva York. Posteriormente sería su hija, la actual Marquesa del Mérito, la que se traería el cadáver de su padre muerto en Madrid en 1963. Igualmente, la Marquesa también trasladó al panteón el cadáver de la segunda esposa de su padre, Graciela Abril Olivera, fallecida en Madrid en 2001.

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