De comienzo en comienzoElena Murillo

Espejismos

No nos dejemos cegar por las luces

Actualizada 22:47

El alumbrado navideño va iluminando, aún más si cabe, nuestras ciudades. Las calles se muestran resplandecientes y en el ambiente se percibe una alegría mayor de lo habitual. Se anuncian los tradicionales mercados navideños desde las principales ciudades europeas. Todo conduce al mes del ensueño; a esos días en que la fantasía se apropia de los niños y de los que aún no siéndolo tanto, vivirán con ilusión renovada largas jornadas de color, de magia…, las más brillantes que nuestra mente pueda soñar.
Entretanto, no muy lejos de nosotros, en el otro extremo del viejo continente, las luces se apagan. Es la misma fecha, debería existir la misma expectación; y, sin embargo, toda esperanza se encuentra disipada en una guerra absurda, llena de intereses lunáticos que solamente angustian a un país que a lo largo de doscientos ochenta días ha ido acumulando destrozos hasta llegar a ser la imagen de la peor muestra de devastación, de desesperanza y de desánimo. Hace apenas una semana que todas las televisiones mostraban estampas dramáticas desde los hospitales, con ucis pediátricas a oscuras e incubadoras sin luz. Un ambiente gélido que dejaba aún más desamparados a tantos pequeños que apenas habían comenzado a vislumbrar la claridad, esa que ya apenas se advierte en su territorio. Luces apagadas en los refugios y en los espacios que cobijan a los que se aferran a su tierra. Cuando algunos días después, aparentemente empieza a restablecerse el suministro, quién sabe si de manera definitiva o hasta que transcurra un breve intervalo de tiempo, late un optimismo cohibido.
Tanto quebranto me lleva a pensar en la soledad y desolación descrita por San Juan de la Cruz para reflejar la noche oscura del alma, esa crisis espiritual que muchos pueden asimilar a lo físico. Y no me equivoco si afirmo que es la misma realidad que vive el pueblo ucraniano al experimentar la angustia que supone la oscuridad, la imposibilidad de ver luz en medio de tanto terror.
También sobrevuelan mi pensamiento las palabras de Miguel Hernández en «Hijo de la luz y de la sombra», un poema recogido en Cancionero y romancero de ausencias, escrito en circunstancias parecidas: momentos de guerra y tras la pérdida de un hijo.
Qué poco trabajo cuesta ver este contraste en la actualidad y qué difícil, sin embargo, debe resultar el uso de luces y sombras en el terreno de las artes o en otros ambientes.
No nos dejemos cegar por las luces. Que estas alumbren el camino que hemos de recorrer y hagan resplandecer a tantos pueblos sumidos en prolongadas tinieblas.
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