El semanario de la anormalidadPaco Ruiz

Los cien mil pisos del sanchismo

Actualizada 05:00

Se cumplen doscientos años de aquella ignominia que fue la entrada en España de los llamados cien mil hijos de San Luis que, bajo mando francés, fueron enviados por los monarcas de la Santa Alianza europea, con el claro objetivo de derrocar el liberalismo y reinstaurar el régimen absolutista de Fernando VII en nuestro país.
La reiteradas peticiones del monarca a sus correligionarios europeos, y el miedo de éstos a ver sus poderes restringidos por el alcance allende nuestras fronteras del constitucionalismo español nacido en las Cortes de Cádiz, hizo que rusos, austríacos y prusianos, con la innegable colaboración de Francia, que a la postre puso los soldados, se confabularan para mandar cien mil soldados que aplacaran los ánimos liberales y con ello dieran ejemplo e infundieran el temor preciso en una Europa que ya se andaba contagiando de las ideas españolas.
Pues bien, a fecha de hoy, cuando el régimen de rodillo del sanchismo ve amenazada su continuidad por las voces cada vez más extendidas de los que reniegan de sus desmanes, y evidentemente alejados ya por fortuna de las acciones de fuerza , otros cien mil, pero esta vez pisos en lugar de soldados, acuden al rescate del régimen, nuevamente frente a los liberales.
El problema está en que, al margen de que los milagros son ajenos a Su Sanchidad ( por fin el Sr. Feijoo hizo una broma aceptable con lo de los panes y los pisos), es altamente improbable, por no decir imposible, que semejante promesa, de por sí electoral, pueda cumplirse.
Ni hay suelos, y de haberlos, los planeamientos municipales retardarían hasta lo inimaginable su transformación para adecuarlos a los usos pretendidos. Piensen sin más en los suelos del Ministerio de Defensa por todo el país que aún abandonados, se contemplan por la mayoría de los planes de ordenación urbanística como equipamientos, necesitados por tanto de una innovación o reforma de los planes generales, con lo que tal vez los hijos de los nietos de nuestros lectores puedan acceder a una vivienda en tales terrenos. Y lo anterior al margen de que la competencia en materia urbanística está cedida a las Comunidades Autónomas.
Pero es que además, no hay pisos, y si los hay, o están okupados, con «k», o están vandalizados hasta extremos que hacen más rentable su derribo y nueva ejecución que su reforma, pues esta desidia frente a la usurpación de las viviendas a sus legítimos dueños, buscada de propósito para que, entre otros, los movimientos okupas sigan sosteniendo al régimen, está provocando tal caos que los que pudieran poner viviendas en el mercado tienen un miedo más que razonable a verse abocados al desastre de tener que defender unos derechos que, por más, no les reconocen.
Y es que la nueva ley de la vivienda, hecha como todas las de este periodo, ajenas al consenso y las políticas de Estado que como poco exigen el diálogo previo y no la exigencia y reprimenda a posteriori, es un auténtico desatino frente a los que, al amparo de la norma y más allá del estado de necesidad, pretendan sembrar el pánico entre los propietarios.
Por ello es legítimo, y como poco razonable, pensar que más allá de la norma, el espíritu del régimen es sentar las bases, poco a poco pero sin descanso, de un nuevo Estado en el que, suprimida la clase media, exponente real de la moderación, los extremos transiten a sus anchas y permitan un intervencionismo que sostenga en el poder al líder, único capaz de salvar España del neoliberalismo y sus nefastas consecuencias.
Ya en época de Franco las normas que afectaban a la vivienda, entre ellas la ley de arrendamientos urbanos, que era de 1964, reconoció la figura de la «renta antigua», que a la postre hizo que propietarios de viviendas en zonas céntricas hubieran de tolerar inquilinos que, con ingresos más altos que aquéllos, no vieran modificada su renta hasta bien entrado el siglo XXI ( creo recordar que hasta el 2013), mientras muchos propietarios envejecían en zonas periféricas viendo como sus pisos o locales ni rentaban y además perdían valor por la falta de reformas.
Todo intervencionismo tiene una razón tan oculta como miserable, y normalmente no es otra que el mantenimiento del poder, la vara de mando de los déspotas que, a nada que nos aletarguemos, se confunden en indecente simbiosis con la gracia de Dios.
Gracias al liberalismo y la democracia, hoy por hoy (abril de 2023) no pueden pasar nuevamente cien mil hijos de San Luis por nuestra patria. Por ahora se pasearán cien mil pisos tan ficticios como hologramas propagandísticos. Pero seamos conscientes de ello, y de lo pernicioso del silencio que se vuelve a la larga cómplice de los desmanes.
PDA: Protégenos bajo tus alas, San Rafael.
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