Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

La credulidad progresista

Actualizada 05:05

Como gato panza arriba se defienden estos tiernos corazones del oficialismo sumiso. Empiezan a sospechar que la emergencia climática, como confirman miles de científicos que conservan vergüenza, es un bulo, un negocio y una vasta operación para manipular, someter y esquilmar a la humanidad. Van intuyendo que la pandemia famosa fue una suerte de gripe teledirigida, un experimento planetario –altamente exitoso-- a modo de ensayo general, así como un instrumento eficaz para la reclusión forzosa, la vacunación obligatoria y el control mental, con la complicidad de medios, gobiernos e instituciones quizás otrora respetables. Tampoco ignoran que es factible incluir en las vacunas aditivos destinados a otros fines, prestos a obrar los efectos secundarios elegidos por la autoridad.
Además no dejan de ver truculento y sucio que niños de corta edad estén siendo hipersexualizados, so pretexto de su educación, en especial adiestrándolos en conductas harto chuscas para las criaturas, a espaldas de la naturalidad biológica. Porque una cosa es entender, si eres adulto, que siempre han existido casos marginales de desviacionismo, malformaciones, disforia o las más bizarras anomalías del instinto, y otra bastante diferente convertir la Sexuología de Rinaldo Pellegrini, o las 120 jornadas de Sodoma del Marqués de Sade, por decir, en inspiración para la moral pedagógica al uso.
Empero, les causa a la par congoja dejar atrás tantas décadas de fe en Wilhelm Reich o en Herbert Marcuse, en gurús como Henry Giroux o Paulo Freire, en mitos tan caros a su bisoñez como Marta Harnecker o Judith Butler. ¿No los tuvieron en su día por liberadores de conciencias (aunque arruinaran vidas, afianzaran errores y mataran virtudes)? Si ahora sus visiones sirven para apuntalar la agenda 2030, ¿cómo renunciar al viejo sentimiento? Un Rockefeller, un Gates, un Soros bien podrían ser, dirán ellos, héroes revolucionarios tipo Engels, magnates devotos al proletariado.
Aunque al ensueño «altruista» le cuesta tragar tanto, y no acaba de digerirlo. Desea creer por disciplina progresista, mas algo le falla. Suscribe una ideología risible y falaz. Para más inri, asume calladamente que el capitalismo liberal es el único sistema apto para crear riqueza, viviendo a cuerpo de rey en una economía de mercado. Sin embargo, no renuncia a seguir prendado de la mística comunista, por obvios que resulten timo y espejismo. Al fin y al cabo a quienes desprecian nuestros progresistas es a obreros y labriegos sureños, a quienes los jefazos socialistas fríen a castigos, para que los supremacistas del norte tengan mejor sanidad, mejores estructuras y mejores servicios. ¿Acaso no garantizan estos desiguales, de raza superior, el colchón monclovita de Sánchez? ¿No requiere algún pago seguir gozando del dandismo caviar y tantas recompensas materiales?
Ser de izquierdas es pasión y destino, sentir tribal, bula para cobrarte tus licencias poéticas. En cuanto vacilas, te caes de la bicicleta, se rompe la magia, la felicidad interior se te trunca. Esa es la historieta que embarga a ministros, periodistas, cineastas, intelectuales, enseñantes y demás miembros de la dulce farándula. Si surge alguien dispuesto a soltar la típica verdad incómoda, ya actuarán los mecanismos de censura, cancelación, «persecución del odio», etcétera.
Aun así su problema es distinto, y por eso andan siempre suspicaces e irritados. Habiendo sido ellos los más furibundos creyentes en el clima, el COVID, el sanchismo, el género, la nación de naciones y demás parafernalia argumental, la peor amenaza procede de su propio interior. ¿Y si se les manifestase un átomo de duda, de dignidad espontánea, de apego --sin pretenderlo-- al bien tradicional? Una dosis minúscula podría dar al traste con las florituras justificativas, su elocuencia y aplomo, el blindaje de poses. Solo pensarlo estremece. Lo mejor es armarse, multiplicar enemigos ficticios, difundir mensajes abracadabrantes, encargados a ogros de falsa bandera. Uy, la ultraderecha. Uy, los terraplanistas. Uy, el fascismo. Uy, Franco.
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