El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El Avión Cultural: el hijo más extraño de Córdoba

Actualizada 10:51

Hace un par de años conocí de casualidad a Isidro Perán, piloto que trajo lustros atrás uno de los dos aviones Douglas DC-7 que iban a funcionar en el aeropuerto de Córdoba. El aparato que pilotaba, siendo un objeto inanimado sin carácter divino, poco podía suponer que tras su muerte resucitaría como Avión Cultural, así en mayúsculas, y redivivo se convertiría en una especie de singular monumento de Córdoba. Sin despegar, en Miraflores, lleva trece años siendo testigo mudo de los avatares de la ciudad.
Nos remontamos a 2011. Mes de marzo. 33.000 kilos y 38 metros de envergadura. El Avión Cultural protagonizaba una comitiva que ríase usted de un desfile militar por la victoria en una guerra civil o mundial. Fuselaje, alas y timón se desmontaron en siete camiones, uno de ellos de 36 metros de largo. Presidiendo el convoy medio centenar de moteros y cuarenta coches antiguos. Se cortaron once de las calles más transitadas. El coste estuvo en unos 80,000 euros de dinero público que, como sabemos, no es de nadie y entonces menos. Aún no había explotado el uso de redes sociales y nos quedamos sin memes sobre el asunto. La idea vino del área entonces dirigida por la concejala Rosa Candelario, que se caracterizaba por llevar escrito en folios hasta el saludo inicial de las ruedas de prensa que leía palabra a palabra.
Hay que enmarcar esta medida en la capitalidad cultural 2016, uno de esos proyectos que esconden el negocio político y la propaganda bajo el aspecto de futuro logro para la ciudad. Además del Avión Cultural, colean de esa época festivales como Cosmopoética, que nadie se atreve a cancelar, y un puñado de personas consideradas a sí mismas «de la cultura» que entraron en el círculo de las subvenciones y ya no los sacan de allí ni con un grupo de élite de los geos. Pasan equipos de gobierno de distinto signo y ahí siguen, como el dinosaurio de Monterroso pero cobrando del erario. Eran tiempos de despilfarro, los últimos antes del asentamiento severo de la crisis económica, prestos a ocurrencias y organismos duplicados sin apenas tareas. Lo que mejor describe esos años es un pasaje de comedia: hubo un concurso para elegir la mascota de la Fundación Capitalidad Cultural que ganó la misma empresa que se ocupaba de la web y márketing de dicha institución. Lo dicho, nos quedamos sin memes, qué lástima.
El Avión Cultural se asoció en principio a un proyecto llamado circular, que iba a contar con multitud de actividades y clases maestras, máster classes queremos decir para los que estén más acostumbrados a los anglicismos. A modo de contenedor, se decía. Y efectivamente se ha logrado que sea un contenedor, palabra polisémica en este caso destinada a la mugre. Y efectivamente se han producido clases maestras, pero de piromanía, vandalismo, okupación y pintarrajos. Algo es algo. Al menos cierto tipo de arte urbano propiamente autóctono, en la ciudad de los cientos de contenedores (polisemia, esta vez de basura) quemados al año y cada rincón y pared con su pintada.
Más tarde se vinculó el Avión Cultural a la explotación del kiosko cercano. La empresa Balcón del Guadalquivir, responsable del restaurante El Mirador del Río, debía dotar esta vez de contenido tanto al avión como a la zona circundante dentro de las obligaciones del contrato. El Ayuntamiento, por razones urbanísticas o de otra índole, rechazó varios de los proyectos al respecto para, a finales de 2022, proceder anular dicha cesión y anunciar una nueva licitación que todavía no ha llegado. Esta nueva licitación ya estaría desligada del avión.
Entre tanto el Avión Cultural habrá visto de todo, en esta su segunda etapa tras surcar los cielos, quizá no tan aventurera, pero sin duda más que peculiar, en realidad una verdadera extravagancia. ¿Qué pensará esa criatura metálica apostada frente a la portada de la feria?
Tras los incendios de los últimos días, el Ayuntamiento sigue intentando que el Avión Cultural sea cultural, abogando por actividades originadas en las áreas de Juventud, Cultura o Casco Histórico. O bien quitarlo.
Todo eso desmerece a este símbolo de la nada. Autopercibiéndome gracias a la ley trans como coordinadora de asesoras del alcalde, me atrevo a sugerir otra opción: que se devuelva a donde vino con la misma pompa y boato. Otros siete camiones, moteros, coches antiguos, calles cortadas… ¿y qué más?: coros rocieros, carrozas con peñistas, representantes de las fuerzas vivas, banda de viento, batucada, majorettes, enanos saltimbanquis, leyendas del toreo, perolistas selectos escogidos, cocineros con soles Repsol o estrellas Michelín y, delante de todos, Pepe Ciclo, indispensable en estos menesteres.
La ciudad debe rendir tributo a uno de sus hijos más extraños asumiendo su insólito nacimiento.
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