por derechoLuis Marín Sicilia

Gracias, Sánchez

Actualizada 05:00

Te empeñaste en dividirnos y lo has logrado. En ese sentido eres un triunfador que merece el agradecimiento de los suyos. Tu vida política es la de la negación y la mentira, defectos humanos que has tenido el acierto de convertirlos en privilegios ventajosos.
Mentiste en tu tesis falsa, engañaste a los tuyos escondiendo votos tramposos, recorriste las federaciones socialistas buscando votos que te custodiaba Koldo, el hombre de moda en el que ahora querréis descargar la ira por la chapucera forma de satisfacer la desmesurada ambición propia y de sus mandantes. Tu permanente «no es no» desde la oposición a un Gobierno que te invitaba a la participación y al compromiso define tu personalidad sectaria y abrasiva. Alcanzaste el poder prometiendo regeneración y lucha contra la corrupción, pactando con los elementos más populistas, divisivos y disolventes de la convivencia nacional.
Tu mandato es una contradicción permanente entre los dichos y los hechos, entre las promesas y los compromisos. Repudiabas el populismo podemita y hoy eres la viva expresión del chavismo más sectario y absorbente de la Unión Europea. Traerías a los prófugos para sentarlos ante los tribunales de Justicia y hoy pactas con ellos en secreto, ante observadores internacionales, en territorio neutral para vergüenza de la dignidad nacional. No pactarías con los filoetarras y hoy les das la alcaldía de Pamplona. Reforzarías el control de los insurrectos y has eliminado el delito de sedición, rebajada la malversación, indultado a los sedicentes y amnistiado a los golpistas.
Has dividido a los españoles y, para mayor vileza, te congratulas y te jactas de ello, construyendo un muro para institucionalizar tu proyecto de fractura nacional. Tus intenciones políticas no son de conciliación y convivencia, como pretendes hacernos creer, sino que, lejos de cohesionar Cataluña están consagrando la falta de respeto a la legalidad, alardeando los beneficiarios de tus medidas de gracia de que volverán a desafiar al Estado cuyos instrumentos de defensa has debilitado. Has extendido la discordia entre catalanes generalizándola entre todos los españoles.
Y para que la suerte no te sea esquiva, estás invadiendo a la desesperada todos los resortes y los instrumentos de control que las democracias articulan para evitar los abusos de poder. Limpiaste tu partido de quienes no te adoran y pretendes acabar con la independencia de las instituciones, en ese afán totalitario que, cada vez de forma más patente, rebosa por tus poros.
Te conduces como un déspota, cambias la política exterior española sin un mínimo respeto a los representantes de la soberanía nacional, tu círculo más próximo facilita negocios poco transparentes, te rodeas de incondicionales y compras voluntades para tu respaldo informativo y electoral. Eres incapaz de soportar una entrevista sin límites de cuestionario en cualquier medio no afecto. Pones a la radio y a la televisión publicas al servicio de tus exclusivos intereses, burlándote de los sistemas de acceso a sus órganos directivos. La corrupción que utilizaste como pretexto para censurar a tu antecesor circula por el entorno de personas e instituciones de tu confianza.
Y asediado por la realidad de un país que has lanzado, por oportunismo y ambición, a una confrontación desde el muro del deshonor que has construido, privas de derechos a la confidencialidad y a la defensa a ciudadanos anónimos para destrozar a adversarios políticos. Y vuelves a esgrimir el miedo a un cierto extremismo blandiendo memorias históricas y democráticas desde el fango de la discordia.
Pese a tu nefasta hoja de servicios, gracias Sánchez. Porque España, los españoles, no son tan sectarios como tú pretendes. Y vas a conseguir, quizás antes de lo que supongas, que terminen conociéndote tanto como aquel amigo de la infancia que decía que Sánchez, ni siente ni padece, todo le da igual; solo le interesa él mismo. Gracias Sánchez porque el muro que has construido terminará sepultándote. En tu «no es no» llevas la maldición. Como dijo Thomas Carlyle «es peligroso comenzar con negaciones, y fatal terminar por ellas».
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