firma invitadaBartolomé Madrid Olmo

El país de Nunca Jamás

"Era una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera, que rodeado de una camarilla de aduladores, orientó su política hacia su propia supervivencia»

Actualizada 05:00

Afirmaba F.A. Hayek que «la igualdad en las normas generales de la ley y la conducta es el único tipo de igualdad que conduce a la libertad y la única igualdad que podemos garantizar sin destruir la libertad». Está muy claro que el Gobierno de retales no participa de esta opinión y ha puesto el turbo para dinamitar la igualdad que creíamos inviolable en esa conciencia colectiva que hoy se ahoga en un grito desesperado, a la vez que se pierde en el limbo de la impotencia y la perplejidad.
Son ya varios meses amasando un relato pérfido que permite al trilero mayor del reino intentar justificar lo que no encuentra amparo posible fuera del redil ideológico y del espacio de confort, y control que proporciona la eficiente neurona gástrica repartiendo entre sus adláteres los resortes del estado en aras de la protección de una ciudadanía que no quiere su protección, sino que gobierne bien. Así, no tiene refugio en la tan aireada `Comisión de Venecia´, a la que se aferró Bolaños como a un clavo ardiendo para articular otra de sus grandes patrañas, porque no bendice la amnistía como el propagó, sino que entre otras cuestiones observa que el proyecto de ley ha provocado una profunda y virulenta división en la clase política, las instituciones, el poder judicial y la sociedad española en su conjunto.
Tampoco los letrados de la Comisión de Justicia del Congreso, ni los del Senado, ni el Consejo General del Poder Judicial, ni las asociaciones de jueces y fiscales, ni cientos de colectivos profesionales dan tregua a la aberración legislativa, sosteniendo que esta ley debería ser articulada como una reforma constitucional, que vulnera principios, valores y derechos fundamentales o que puede ser contraria al derecho europeo. Todo un clamor pleno de rigor jurídico y sentido común contra lo que solo encuentra el auxilio de la pura conveniencia de quien se aferra al sillón y del que quiere regresar victorioso tras su encogida cobardía en el seno de un maletero.
Todo lo que está ocurriendo en esta España del desgobierno me trae a la mente unas palabras que en la memoria nos catapultan rápidamente a un país de fantasía: el País de Nunca Jamás. Pienso que será debido a que nunca jamás pasó por mi mente la posibilidad de la realidad infame que vivimos, porque, entre otras cuestiones, puede que no haya sido suficientemente consciente de que la democracia se construye día a día sobre la ley y la voluntad que expresaba Hayek, o quizás porque no di la importancia necesaria a las grietas provocadas por un tal Zapatero que dejó de aportar durante 7 años mortero de calidad al edificio común que comenzamos a construir en la transición.
Lo triste es que no es fantasía lo que estamos viviendo y no son Campanilla, hadas o sirenas quienes habitan en nuestro País de Nunca Jamás. Aquí los únicos habitantes que coinciden con el país ideado por J.M. Barrie son los piratas de Garfio saqueando y robando hasta en los momentos emocionalmente más complicados y es que a nuestro País de Nunca Jamás en 2018 no llego precisamente Peter Pan para liderar a los Niños Perdidos, sino otro Peter capitaneando las fuerzas alineadas en su particular ODS (Objetivo de Desarrollo Socialista), que no es otro que derribar el edificio agrietado.
Recogen fuentes historiográficas sobre Fernando VII (conocido como el Rey Felón) que «era una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera, que rodeado de una camarilla de aduladores, orientó su política hacia su propia supervivencia». No sé de qué me suena esto, pero más vale no hacer comparativas con Sánchez no vaya a ser que el ministro Oscar Puente te incluya en su lista negra de insultos e improperios. Y es que son estas cosas las que ocupan al Gobierno de un desgobierno que siembra temor, miente según el momento e intereses o vulnera los derechos de los ciudadanos filtrando y utilizando para fines partidistas sus datos fiscales.
Entre tanto, el caos gubernamental tiene consecuencias: nuestros jóvenes se marchan de su país, el enmascaramiento del número de parados genera alarma en Europa, el crecimiento desbocado del empleo público afianza el crecimiento insostenible de la deuda pública, la productividad cae en picado siendo la más baja de la UE, el recurso de las ayudas clientelares se expande como una mancha de aceite para amortiguar los escándalos diarios y se recurre sin miramientos a la asfixia impositiva de una clase media que en estos días se lanza en tromba para que se le devuelva algo de lo que debería estar en sus bolsillos.
Presión y esfuerzo fiscal inasumibles al que nos condena un presidente que no tiene como horizonte el 2030 de la manoseada y controvertida agenda de Naciones Unidas, sino los años treinta del siglo pasado reivindicando la figura de Largo Caballero, el impulsor de las checas y las cartillas de racionamiento y un guerracivilista que odiaba la democracia. Uso y abuso interesado de la ideología con el amuleto electoral del franquismo por parte de quien no tiene nada que aportar a las sendas de convivencia, bienestar y desarrollo a las que se debe cualquier gobierno.
En definitiva, panorama desolador del país en el que nunca jamás pensamos que la mentira, la presión, la coacción, la intimidación o el simple chantaje fuesen los principales recursos para ejercer la acción de gobierno, porque nunca jamás se puede justificar su uso por motivos tan espurios como los de Sánchez para mantenerse en el poder. «Si queremos preservar una sociedad libre, es esencial que reconozcamos esto». Eso también lo dejó escrito Hayek, el autor de Los Fundamentos de la Libertad.
Bartolomé Madrid Olmo es Diputado en el Congreso y Alcalde de Añora
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