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17 de mayo de 2024

LA EDUCACIÓN EN LA ENCRUCIJADAJorge Sainz

Antisemitismo y cancelación para universitarios

Los académicos conservadores ven coartada su libertad de expresar ideas discrepantes en culturas mayoritariamente liberales como las occidentales

Actualizada 04:30

Aunque en España ha pasado bastante desapercibido debido a la decisión del Presidente del Gobierno Sol de deshojar la margarita de su permanencia o no en La Moncloa, a nivel académico la gran noticia ha sido que las universidades de élite americana están viviendo su versión woke del 15M. Decenas de estudiantes ultraprivilegiados de la Liga de la hiedra (Ivy League) decidieron acampar en sus campus exigiendo a los gestores de sus universidades que rompiesen cualquier relación con Israel o con empresas que tuviesen vínculos con el estado hebreo. La protesta, que rápidamente se extendió por otras instituciones de educación superior, ha tenido como consecuencia el arresto de cientos de participantes a lo largo de todo Estados Unidos y a la cancelación de clases presenciales en centros tan relevantes como Columbia.
Desde que en octubre la organización terrorista Hamas atacó Israel con el conocido resultado de 1.200 víctimas, se ha desatado en los campos estadounidenses una pelea frenética entre activistas pro-palestinos contra las actuaciones del Gobierno israelí en las represalias por el ataque. De hecho, al calor de la mayoría republicana, el Congreso de los Estados Unidos en paralelo ha abierto una comisión, de las de verdad, no como las homólogas patrias, que ha tenido como consecuencia la dimisión de las presidentas (rectoras) de universidades tan prestigiosas como las de Pensilvania o Harvard.
Esta confrontación no se puede disociar del marco político de confrontación en el que se mueve en la sociedad estadounidense. Con las elecciones estadounidenses relativamente cerca, la confrontación entre republicanos y demócratas es cada día más evidente en todos los ámbitos. El ámbito universitario ha sido históricamente un marco propicio para las huestes demócratas. La mayoría republicana del Congreso ha querido aprovechar la situación actual para tratar de poner coto al desarrollo de una cultura woke.
El término woke, que se podría traducir libremente como «despertar», representa un movimiento contra el racismo que hunde sus raíces en el movimiento por la lucha de los derechos sociales de los años 60. Esta corriente resurge con el #blacklivesmatter y se amplía en las aulas universitarias para incluir el movimiento LGTBI y, finalmente, cualquier reclamación de cualquier minoría que se sienta discriminada. Como todos somos conscientes, el movimiento ha permeado en las sociedades occidentales en general y en la americana en particular, imponiendo la cultura de lo políticamente correcto y restringiendo la libertad de los individuos y, también, la diversidad intelectual, dando lugar a la cultura de la cancelación.
La profesora de Harvard, Pippa Norris, define la cultura de la cancelación como los comportamientos que hacen que las personas sean rechazadas por sus compañeros por actuar o hablar de una manera que se considera provocativa o irrespetuosa, afectando al debate y la libertad intelectual y es especialmente común en entornos académicos y discursos públicos. En este contexto las voces de las minorías se acallan con el tiempo debido a las presiones sociales, lo que refuerza las normas culturales dominantes y silencia la disidencia. Para Norris, los académicos conservadores ven coartada su libertad de expresar ideas discrepantes en culturas mayoritariamente liberales como las occidentales, mientras que en sociedades tradicionalmente conservadoras, como las africanas, son los académicos de izquierdas los que experimentan mayores limitaciones.
Es en este marco donde cualquier apoyo, o incluso neutralidad, hacia los principios considerados como políticamente correctos puede significar la exclusión de la carrera académica. Así, en Inglaterra se han producido diversos casos de despidos de académicos de reconocido prestigio por criticar la doctrina queer, representada en España por la legislación de Podemos. El Activismo palestino ha pasado a ser el último de los referentes de la corrección política, justificando, de paso, una ola de antisemitismo en las aulas de Europa y América sin tener en cuenta, o sí, las consecuencias repercusiones que en el pasado han tenido este tipo de actuaciones.
El Gobierno de España ha sido uno de los primeros que ha tomado la bandera Palestina en sus manos. En muchas de nuestras universidades se han repetido actos, apoyados por la izquierda y la extrema izquierda, en favor de los terroristas de Hamas. Al contrario que en los campus estadounidenses, donde los rectores se han visto presionados por los medios de comunicación, el Congreso y lo que es más importante, una gran parte de la sociedad a través de los donantes, factor clave del éxito de las universidades estadounidenses, las autoridades académicas han tenido mucho cuidado de contrariar estos actos protagonizados por personajes de dudosa reputación, y han acallado las voces disonantes.
El nuevo sistema de promoción del profesorado en España va a acentuar este poder de lo políticamente correcto. Se subjetiviza la obtención de la acreditación al acceso profesional en términos que pueden favorecer esta cultura de lo políticamente correcto. El resultado irá más allá de la dicotomía buena o mala ciencia, y estará más vinculada a la subjetividad de las evaluaciones reduciendo aún más la diversidad ideológica de la Universidad. El objetivo, conseguir un mundo universitario sumiso al poder y, como se ha hecho con otras instituciones, controlarlas en el largo plazo.
El resultado previsible me recuerda una de las primeras escenas de la película de Iannucci «La muerte de Stalin» (2017), donde aparecen todos los miembros de la camarilla del dictador soviético discutiendo cómo conseguir un médico para el moribundo tirano. El personaje que representa a Kaganovich, uno de los responsables de los millones de muertes por la hambruna de Ucrania en los años 30, se lamenta de que no quede ningún buen médico en Moscú porque, o bien los han deportado a Siberia, o bien les han pegado un tiro y que, por lo tanto, cualquier médico que esté en la capital será incapaz de salvar al líder comunista. El resto de los miembros del politburó, compuesto por nombres tan infames como los de Beria, Krouchev o Molotov, asienten con un gesto de comprensión mientras que se preparan para competir por el liderazgo de la Unión Soviética.
Ya conocen el futuro; cuando alguien pregunte por los intelectuales conservadores o liberales en España, nadie sabrá dónde encontrarlos.
  • Jorge Sainz es catedrático de Economía Aplicada en Universidad Rey Juan Carlos (URJC)
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