La aceraAntonio Cañadillas Muñoz

El diálogo, las katiuskas y el barro

«… eligiendo retirarse a buen cobijo y no sacar las botas katiuskas del coche porque no estaba previsto ponérselas para ayudar, porque si quieren que me las ponga, que me lo pidan»

Actualizada 04:30

Hoy, antes de salir a pasear, me paré un momento en el despacho de casa para coger unos documentos que tenía que alargar a una administración. Casualmente, y no sé por qué, junto a estos se encontraba un recorte de prensa de hace 24 años. Su lectura e interpretación es fácil de entender. Es el callejón de cuadrillas de la plaza de toros de Los Califas de Córdoba. El ganadero Victoriano Valencia, muy vinculado a la ciudad donde se crió y apoderado entonces de Manuel Díaz «El Cordobés», hace una parada en el burladero de autoridades para saludar a la alcaldesa Rosa Aguilar y a Ricardo Rojas y a mí, entonces concejales en la oposición. También está allí la representante de la Subdelegación del Gobierno. Eran otros tiempos, pero la realidad es que solo han pasado 24 años.

Eran tiempos en los que la diferencia en el pensamiento político no invitaba al enfrentamiento, al insulto, a la mentira, al odio, al engaño, a la incomunicación, al desprecio, al abuso, a la indiferencia… Por el contrario, las diferencias nos llevaban al diálogo, a buscar el consenso, a mirar en las necesidades y problemas de la ciudad, a tener siempre presentes al ciudadano, al que nos debíamos y representábamos. Había que conducir la gestión encomendada por las urnas hacia el bienestar de los ciudadanos. Pero sobre todo existía el diálogo. No importaba el partido político al que representabas.

Callejón de la Plaza de Toros Los Califas, hacia el año 2000

Callejón de la Plaza de Toros Los Califas, hacia el año 2000

Hoy en día nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos algunos comportamientos y actitudes de los máximos representantes del estado, … Y pensamos en la aptitud, en la actitud, en la capacidad, en el talento, en la idoneidad y en la facultad.

Hay que advertir de la falta de diálogo entre los políticos, que dan un paso a unas cámaras de eco en las que uno habla y solo se escucha a sí mismo, dando lugar a la polarización afectiva y de menos acuerdos, al uso del decreto por el ordeno y mando, al tiempo que se generan más desafección, más desapego y más desprestigio en la ciudadanía.

En un contexto en el que el comportamiento de los políticos se ha convertido en un problema para la ciudadanía, es necesario tomar medidas, como el aumento de la empatía y el conocimiento mutuo, así como fomentar la colaboración entre grupos parlamentarios.

En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno preocupante: el declive de la comunicación política civilizada y el aumento de la polarización. Lo que antes eran discusiones políticas constructivas y respetuosas, ahora se han transformado en enfrentamientos cargados de animosidad, resentimiento y desprecio por las opiniones contrarias. El auge del populismo y sus consecuencias es lamentable y falso ... Y de unos días para acá, en huida.

La democracia es, sin duda, el régimen político que tiene mayor vocación por el diálogo. Como valor ético de la política y como método para lograr consensos, el diálogo es consustancial a la democracia, permite la comunicación, el conocimiento, la comprensión, la empatía y los acuerdos entre actores políticos. Todos los actores políticos tienen el derecho de expresar sus puntos de vista para ser tomados en cuenta. De ese modo, el diálogo hace posible las relaciones entre los actores políticos, y entre estos y la ciudadanía.

Una cultura política es democrática cuando las relaciones entre gobernantes y gobernados, ciudadanos, organizaciones y Estado se sustentan en valores como la igualdad política, la libertad, la tolerancia, el pluralismo, la legalidad, la participación, y, por supuesto, el diálogo.

Ante la falta de diálogo continuo viene el autoritarismo y mirar por uno mismo y no por los que representas. Al final llega el cansancio del ciudadano que ve cómo sus derechos y libertades se apagan poco a poco, lentamente. Y vienen a la mente dos palabras, la actitud y la aptitud de nuestros representantes.

Actitud es la respuesta psicosocial de cargas emocionales y racionales ante las circunstancias que día a día enfrentamos en la vida. Es la forma de reaccionar positiva, negativa o indiferentemente de acuerdo con nuestros principios y fines, así como de nuestros valores sociales ante los hechos que cotidianamente afrontamos, resistimos, sufrimos o desafiamos. Por su parte la aptitud es el conjunto de habilidades, capacidades y destrezas innatas que cada persona posee y que pueden ser reforzadas mediante el desarrollo vocacional.

Estamos viviendo tiempos de supervivencia personal de nuestros representantes en los que no queremos que nos manchen de barro que sale una mano desesperada, eligiendo retirarse a buen cobijo y no sacar las botas katiuskas del coche porque no estaba previsto ponérselas para ayudar, porque si quieren que me las ponga, que me lo pidan.

Y mientras, una multitud incalculable, manchada de barro y mojada hasta las narices, con fregonas, cubos, palos, guantes y gafas, traídos de sus casas, sigue desescombrando todo lo que nuestros ojos son incapaces de abarcar a la vez, e intentando vivir una historia desesperante que partía en dos a las familias, se llevó todas las ilusiones creadas día a día durante muchos años, hundió negocios, enterró vidas, muchas vidas, mientras esperan la tardía ayuda que no llega a tiempo, porque les faltaba un simple tramite administrativo, pedirla.

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