Por derechoLuis Marín Sicilia

Endogamias y obreros

La campaña emprendida desde una izquierda sectaria contra los jueces solo tiene por misión desacreditar una función esencial del Estado de derecho

Actualizada 04:30

Los demócratas debemos felicitarnos porque, según ese personaje tan original que se sienta a la diestra de la presidenta del Congreso, «el día que haya más jueces hijos de obreros que hijos de magistrados será cuando verdaderamente habrá vencido la democracia». Pues, ¡eureka!, la democracia hace tiempo que está aquí, cosa que muchos sabíamos desde 1977 pero que algunos, cuyo único mérito es haber escalado en las estructuras partidarias, son tan torpes que podrían enterarse ahora si, en vez de soltar exabruptos, pensaran y se informaran un poco.

Lo curioso del caso es que el vicepresidente del Congreso, Gómez de Celis, autor de la frase de marras, en su supina ignorancia, exige que se produzca ese requisito para que en España haya democracia, algo que hace tiempo es un hecho constatable. Solo el 5,94 % de los jueces que se incorporan a la carrera tienen algún familiar juez o magistrado, según los datos oficiales.

¿A que viene cuestionar ahora a los jueces con la ridícula referencia a su procedencia social y una endogamia que solo está en la mente de quienes desconocen lo que es la constancia, el esfuerzo y el tesón necesarios para acceder a uno de los cuerpos mas exigentes de la Administración española? Las Judicatura, como cada vez más ocurre en todos los altos cuerpos de la Administración del Estado, la integran personas de procedencia diversa y, por supuesto, muchos hijos de obreros y de las clases medias que son los más capacitados para asumir el esfuerzo y el sacrificio que implica ganar unas oposiciones especialmente exigentes, algo que escapa muchas veces a quienes se han criado con todo tipo de comodidades.

La campaña emprendida desde una izquierda sectaria contra los jueces solo tiene por misión desacreditar una función esencial del Estado de derecho, algo que al sanchismo gobernante le parece cada vez más un obstáculo a destruir, dada su obsesiva tendencia a ocupar todas las instituciones que hacen posible la división de poderes que definen los sistemas democráticos. ¿Y por qué es ahora cuando se cuestiona al poder judicial? Sencillamente, porque se está ocupando de ciertas conductas que ponen en entredicho el respeto a los códigos por parte de significados miembros de esa izquierda tan doctrinaria como sectaria.

Cuando los jueces investigaban a la Gurtel, Acuamed y otros casos que involucraban a distintos responsables de la derecha española, ni Gómez de Celis ni tantos conmilitones suyos hablaron de endogamia judicial ni de hijos de obreros que debieran ser jueces. Es, como habitualmente se conducen estos personajes, la ley del embudo.

Dos conclusiones deben extraerse de la ridícula exigencia del vicepresidente del Congreso: la primera que los jueces, sean hijos de notables o descendientes de obreros, serán siempre, dada su formación y su exigente selección, independientes e implacables en la administración de justicia, sabedores de que esa es su razón de ser y su compromiso con la ciudadanía. Cuando deje de ser así, hablaríamos de otra cosa, de algo como la justicia bolivariana, dependiente de los gobiernos respectivos, tan querida por algunos socios de Sánchez y cuyo deseo parece ir imponiéndose dentro del propio partido mayoritario del ejecutivo.

La segunda conclusión a extraer de esa exigencia ridícula expuesta por Gómez de Celis sería aplicar la ley por pasiva: ¿ Por qué no buscamos una forma más adecuada para seleccionar a nuestros políticos que la pertenencia servil a unas siglas desde la primera juventud? ¿ Por qué no exigimos que los políticos españoles acrediten un mínimo de conocimientos y una trayectoria profesional o empresarial previa para que puedan gestionar mejor los intereses de la colectividad?

Si se practicara tal exigencia, no habría tanto servilismo ni incompetencia y contaríamos con unos políticos que, además de haber demostrado su valía en la vida civil, tendrían un retorno a la misma que los liberaría de su sumisión ciega al líder de turno. Seguramente Gómez de Celis y otros muchos no estarían gestionando nuestros intereses y esa exigencia nos habría librado de la pesadilla sanchista, ese político que aseguró que «vendría a la política para liarla» y lo ha conseguido, de una parte rodeándose de políticos sin destino futuro y, de otra, comprando sus votos a quienes no les gusta la democracia constitucional española.

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