Mi amigo sacerdote
En aquellos tiempos en que Dios aun andaba por el mundo y la tierra era, por tanto, más humana, cualquier familia decente y avisada deseaba tener entre sus miembros a un abogado, a un médico y a un cura. Estas profesiones facilitaban el asesoramiento jurídico, la atención sanitaria en casos de urgencia, y cercano auxilio espiritual si fuera menester . En nuestros días, por la generalización de la «titulitis», las cosas han cambiado. Rara es la familia que no cuenta entre su parentela con leguleyos especializados en las más variadas ramas del saber jurídico (civilistas, penalistas, tributaristas, laboralistas…) o galenos expertos en ciencias ginecológicas, digestivas u urológicas…. Aun más: por mor de la generalización de los estudios universitarios, ya hay en las familias titulados en las más novedosas disciplinas, muy respetables y útiles, pero, probablemente, con menos aplicación cotidiana que las antes citada: Grado en Genética y Big Data, Grado en Inteligencia de los Negocios, en fin…
Distinto es lo que ha pasado con los curas. La indudable tendencia al laicismo de la sociedad, la «inversión» de los valores que ha experimentado nuestro entorno cultural y otras muchas razones que sería prolijo examinar, han abocado a una crisis religiosa que hace que, al día del hoy, el número de sacerdotes sea ciertamente bajo. Y aunque Dios sigue llamando y aun hay jóvenes que responden, lo cierto e incontrovertible es que hay, desde luego en España, una evidente crisis de vocaciones. Es complicado, pues, por razones meramente estadísticas, que en las familias haya algún sacerdote. De hecho, es mucho más fácil que cuenten con un arqueólogo o un ingeniero biomédico (es un poner ) que con un sacerdote. El sustitutivo es tener un amigo sacerdote. Yo tengo varios pero ahora, al pergeñar estas líneas, pienso en uno en concreto.
Lo bueno de tener un amigo sacerdote está en la contradicción o la perplejidad que uno puede experimentar en su trato, en la medida que se relaciona con un hombre normal pero que se mueve por motivos menos humanos que el resto. Y es que la perplejidad, la contradicción, son sugerentes, seductoras…Por el contrario, lo previsible, lo calculado, lo normal, en un gran coñazo ( dicho sea con comedimiento).
Me explico: alcanzado cierto grado de intimidad o de cercanía con el amigo sacerdote, se descubre claramente algo que, por cierto, debiera ser evidente. El sacerdote es un hombre como los demás. He experimentado que mi amigo sacerdote está sometido a las mismas limitaciones que yo. A las mismas limitaciones que el resto de mis amigos. Perdónenme: en algunos casos, y en algunos aspectos, a más limitaciones aun. Tiene las mismas inquietudes, las mismas necesidades… Y algo que a mí, por mi estulticia, me pasmó en su momento: los mismos miedos. Mi amigo sacerdote no es un místico evanescente. Ni mucho menos: mi amigo sacerdote es como un toro bravo al que se le enseña la muleta y embiste pegando gañafones. Y es que mi amigo sacerdote es, como diría Nietzsche, «humano, demasiado humano». Y no mea agua bendita. Si por él fuera mearía whisky con seven up pero por imposición de un medico malvado y prohibitivo ( que además es de la familia ) tiene censurada la bebida. Yo esa prohibición la veo un desatino porque la bebida solaza al cuerpo y lo que solaza al cuerpo, si convenimos, como no puede ser de otra manera, que el cuerpo es templo el Espíritu, debe ser grato a Dios.
¿Donde se halla, entonces, el tesoro de su amistad.? En un doble aspecto. El primero de ellos es la amistad en sí misma y su propia persona, al margen de su condición sacerdotal. Ya dijo Santo Tomás de Aquino : « nada es mejor que ser agraciado con una amistad verdadera». O la poetisa Emily Dickinson, tan valorada por mí : «todo mi patrimonio son mis amigos» O, por cerrar ya las citas y no aburrir en demasía, lo que sentenció Heredoto : «De todas las posesiones, la amistad es la más valiosa».
Pero mi amigo cura, obviamente, tiene una condición que le impide ser un amigo «normal»: es sacerdote. Y así, cuando en nuestro trato despejo las hojarascas humanas más superficiales de su persona y llego a lo esencial de su condición, aparece y descubro algo conmovedor: la Fe y la confianza en Jesucristo, una confianza consecuencia también de su experiencia vital y su constante oración. Y me sorprendo. Porque esa Fe, tan íntimamente vivida por mi amigo sacerdote, me contagia su arraigo en lo esencial y me marca el camino, la certeza y la esperanza. Y hace que su persona como está arraigada en la Fe , conmueva, transforme y atraiga. Y es que eso es, en mis cortísimas luces, lo que el sacerdote debe ser : explosión de Fe, de luz , en medio de la vida.
Muchas veces, cuando pienso en mi amigo sacerdote, recuerdo la frase evangélica, en Lucas 7 , 50 cuando el Señor dice a la mujer : «Tu Fe te ha salvado ». Y entonces echo a volar mi imaginación y pienso en modificar la frase , remedarla y , retocándola ligeramente, dirigirla a mi amigo sacerdote y decirle : «Tu Fe, amigo sacerdote, me ha salvado» por tu ejemplo, por tu hondura tan humana y a la vez tan divina, tan verdadera, por tu amor a Jesucristo y a la Iglesia, por tu autenticidad….Por ser poco más o menos como yo pero, a la vez, por ser tan distinto y mucho mejor. Por tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
Y entonces, por ese gusto tan mío a pensar todo en clave poética ( tal vez para entremezclarlo todo y a ser posible confundirlo ) me acuerdo del verso de León Felipe que dice :
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.
Y sospecho que, en mi vida, ese rayo nuevo de luz que Dios guardaba para mí, eras tú, amigo sacerdote, para que con nuestra amistad, con tu vida y tu ejemplo, se iluminase mi Fe, una Fe que navega, enjaezada con mis miserias, en el mundo proceloso y a “ contraestilo “ que me ha tocado vivir.
A ti, amigo sacerdote, especialmente a ti (aunque también a todos aquellos curas que inflaman de Fe este mundo que lo pone todo tan difícil ) un ruego: no desfallezcas. Y una palabra que quisiera que se clavara para siempre en lo más hondo de tu corazón: Gracias.