Aparición al Padre Roelas

Aparición al Padre Roelas

San Rafael en la Mezquita Catedral de Córdoba

En este siete de mayo, antigua festividad de San Rafael, un nuevo capítulo de mi devoción cordobesa sale a la luz para intentar recuperar historias olvidadas. Hoy, más que escribir, pasearé, un deporte de senectud que la belleza de Córdoba convierte en una permanente y solemne procesión. Mis pasos se han dirigido a la mezquita (ahora mezquita-catedral), y mi memoria abre una media sonrisa al recordar que en la infancia nadie nos molestaba con innecesarios debates terminológicos. Siempre fuimos a misa a la mezquita.
Y en la primavera de mi soledad, con la sentida presencia de nuestro ángel de la guarda, una pregunta asalta mi mente: ¿Cuántas veces está representado San Rafael en el primer templo de nuestra diócesis? Acompáñenme si tienen interés en esta visita. Hoy, en tan excepcional edificio, solo buscaremos la protección de las alas del custodio de Córdoba.
La Puerta del Perdón fue y es la puerta principal de la mezquita y de la catedral de Córdoba. Hoy es una puerta cristiana con origen mudéjar. Las reformas hasta su actual estado se iniciaron en 1377, bajo el reinado de Enrique II de Trastámara, que nos recuerda la batalla del Campo de la Verdad que se disputó no muy lejos de aquí. Todavía desde la calle, ahora incompleto y sin poder apreciarse a simple vista, el alfiz del arco de esta puerta lleva inscrita una oración del Breviario Romano: «Visita, Señor, esta habitación; aleja de ellas las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz, y que tu bendición permanezca siempre con nosotros». No puede haber mejor invocación para entrar a cualquier templo. Esa referencia a los ángeles, y a uno de ellos, San Rafael, nos acompañará en nuestra visita. Tenía que estar el arcángel de Córdoba en el frontispicio de la primera puerta de nuestro primer edificio. Sobre su arco principal, tres arcos polilobulados enmarcan a San Rafael, junto a san Miguel, que escudan a Nuestra Señora de la Asunción. Las pinturas son atribuidas a Antonio del Castillo, pintor del siglo XVII que junto a Valdés Leal definieron la iconografía del custodio de Córdoba. Posteriormente estas pinturas fueron restauradas por Antonio Álvarez Torrado, a quien no perderemos de vista en esta visita.
En el Patio de los Naranjos necesitamos prepararnos con las abluciones del Espíritu Santo. Una mirada atrás nos da perspectiva para poder ver el cielo de Córdoba. De todos es sabido que la torre campanario de la catedral de Córdoba está construida sobre el primitivo alminar de la mezquita. Las primera referencias al campanario de la catedral son muy tempranas, pocos años después de la conquista de Córdoba y la dedicación al culto cristiano de este edificio. El proyecto de la torre actual fue adjudicado a Hernán Ruiz III en 1593, obra que se concluiría con la colocación de la imagen de San Rafael en lo más alto de esta torre campanario en 1664. Tras el cuerpo de campanas, el del reloj y la linterna, los maestros Pedro de Paz y Bernabé Gómez del Río esculpieron la imagen de nuestro custodio. Sobre el pecho de la escultura se colocó una inscripción que hoy no se conserva y relativa al patrocinio de la obra. En la veleta estaba escrito «Medicina Dei. Anno MDCLXIV». Esta imagen, como la de San Rafael del Puente Romano (1651) se presentaba originalmente dorada. Destacar la protección que el arcángel de Córdoba ha dispensado a todo el edificio y en especial a su torre, que dibuja en el atardecer de nuestra ciudad un sky line absolutamente irrepetible. Un rayo en 1727 o el terremoto de Lisboa de 1755 pusieron en serio peligro la estabilidad de nuestra torre más emblemática. Verdaderamente es medicina de Dios.
Cantaba Ramón Medina que las «campanas, las de la torre, torre de la catedral». Córdoba no se puede entender sin el tañir de estas campanas, cuyos toques y repiques llevan contando el tiempo de la ciudad desde hace más de cinco siglos. Todas tienen su nombre y de las doce que hay en el cuerpo de campanas de la torre, la última y más moderna, de 1915, está dedica a San Rafael. Cada vez que resuena se puede oír por la las calles de la judería la oración que lleva escrita en su metal: «ruega por nosotros».
Siempre me acuerdo de Stendhal cuando entro a la mezquita por la Puerta de las Bendiciones. El oasis de columnas te deslumbra manteniendo la esencia islámica. No rompe esta estética el muro occidental, repleto de capillas cristianas que recuerdan que los edificios solo se conservan si se viven y prestan servicio a los que quieren habitarlos. La segunda capilla a la derecha es la de san Agustín y santa Eulalia de Mérida. Fundada en 1409, fue en 1886 cuando se trasladó a este lugar el cuadro de San Rafael en su aparición al padre Roelas, obra de Antonio Álvarez Torrado (1788). Aquí está representado el origen de la veneración cordobesa al arcángel celestial, que nos recuerda el miedo previo al «sí» a Dios. Voluntad, fe y conocimiento, virtudes de todos los santos. Junto al doctor de la Iglesia, santa Eulalia, mártir hispanorromana coetánea a san Acisclo y santa Victoria. Siempre San Rafael junto a los mártires.
El excesivo tamaño y la extraña forma del cuadro antes referido (una especie de seta) nos abre el camino al siguiente punto de este paseo. La antigua capilla de Nuestra Señora de Villaviciosa fue desde la cristianización del edificio (1236) la capilla mayor de la catedral, donde tenían lugar las ceremonias pontificias. Con la finalización del crucero y la nueva capilla mayor en 1607, pasó a tener una importancia secundaria dentro del templo. En 1879 se desmanteló todo símbolo religioso, presentando ahora desnuda la arquitectura gótica del edificio. Destruir para conservar, también en la parte cristiana. Esta capilla tuvo su presbiterio junto a la Capilla Real y en el exterior norte se situó la capilla de los obispos o del crucifijo, frontis de la nave de las Bendiciones, por encontrarse frente a tal puerta. El altar de esta capilla estuvo presidido por una cuadro de Fernando III el Santo y posteriormente por un cuadro de San Rafael de Antonio Fernández de Córdoba (1733), que le daba el nombre al altar y que finalmente fue sustituido por el de Antonio Álvarez de Torrado, ya referido. La forma de seta de ese cuadro de San Rafael de Álvarez de Torralbo encuentra aquí su significado: adaptarse a la forma del arco de herradura que enmarcaba aquel altar. Hay que detenerse necesariamente en este punto, que por estar ahora limpio de ornamentos pasa muchas veces desapercibido. Destaca, sobre el arco de herradura, la aglomeración de épocas y estilos, con decoración renacentista de Hernán Ruiz II en el paramento superior y los mármoles y columnas barrocas. Pocos mejores resúmenes de la historia del arte en Córdoba.
Frontis

Frontis

El espectáculo único del Mihrab conduce nuestros pasos casi sin darnos cuenta. Necesaria parada para seguir pensando en el ángel del cielo, ahora bajo el nombre islámico de Israfil, que estuvo presente en los rezos de este templo desde su primera columna. Más a la derecha aparece una nueva capilla con una de las esculturas más modernas de este templo, la de san Juan de Ávila. Este otro doctor de la Iglesia y clericus cordobensis fue coetáneo al presbítero Andrés de las Roelas en aquella Córdoba del siglo XVI. Una relación aún por descubrir.
Nuestros pasos continúan bordeando el perímetro sur del edificio para adentrarnos en la la sacristía mayor de la catedral. La turistificación lo puede todo, pero me sigue costando romper la intimidad de un lugar que siempre estuvo reservado para el clero. Esta Capilla de Santa Teresa o del cardenal sorprende de nuevo al visitante con la custodia de Arce (la centralidad de la eucaristía), el grupo escultórico del cardenal Salazar o el cuadro de Fernando III el Santo, conquistador de Córdoba para la cristiandad. Junto a esta pintura podemos disfrutar de otra del martirio de los santos y patrones de Córdoba, san Acisclo y santa Victoria y, de nuevo, una tercera sobre la aparición de San Rafael al padre Roelas, todas del pintor Antonio Palomino fechadas en 1713. Buen resumen de la historia del cristianismo en Córdoba, nunca acabada.
Junto a esta sacristía, el tesoro de la catedral guarda otro tesoro de San Rafael. No podía faltar la orfebrería cordobesa en este paseo. Junto a la imagen de plata de Santa María se puede apreciar la de San Rafael, ambas realizadas por Damián de Castro, estando datada la que nos atañe en 1768. Su iconografía es la tradicional del custodio en Córdoba. De pie sobre un basamento de nubes con un pez (que recuerda al libro de Tobías), con bordón y cuello con conchas que igualmente recuerdan su carácter peregrino, y vestido con ricas vestimentas decoradas con vistosos elementos florales en el manto. La amistad y contemporaneidad con el escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval (que realizó la talla que hoy se venera en la iglesia del Juramento y es titular de su hermandad), hacen pensar que el platero siguió este modelo para realizar su obra. Fue encargada «con el fin de honrar en más solemne manera al santo arcángel Rafael, vigilantísmo Custodio de esta ciudad...». En el centro de la peana aparece una cartela con el conocido juramento de San Rafael como guarda y custodio Córdoba. Dos de los querubines de sus esquinas sujetan otras cartelas con las expresiones Medicina Dei (medicina de Dios) y Super muros tuos constituit custodem (pon guardia sobre tus muros).
Pasado el meridiano de la visita, el Renacimiento nos devuelve el centro del edificio. Trento, la familia Hernán Ruiz y el humanismo cristiano de los primeros Austrias se conjugaron para dibujar una nueva catedral dentro de la catedral. Demasiado temprano para la devoción a San Rafael, que estaba surgiendo precisamente en ese momento. Esta discutida obra comenzó en 1523, prácticamente al mismo tiempo que nacía el presbítero Andrés de Las Roelas. Sus revelaciones de San Rafael se hicieron públicas a la vez que se concluía la obra con el retablo del altar mayor, a principios del siglo XVII. Dos signos para un mismo tiempo. Cosas de Dios que parecen casualidades a la luz de los hombres. Si miramos al cielo podemos darnos cuenta de nuevo que nada de este mundo es eterno. Luz y transparencia a la liturgia con los ventanales de la capilla mayor, el transepto del crucero o el hastial a los pies del coro. No siempre fue así. Otrora esas ventanas estuvieron cegadas con distintos cuadros, y en el crucero de la epístola habitó la imagen de San Rafael, según nos cuenta González Gisbert (1975).
Todo necesita su tiempo. Todo llega. Espera en el Señor. La sillería del coro de la catedral de Córdoba es, en su género, unas de las grandes obras del barroco español. Fue realizada en madera de caoba por el artista sevillano Pedro Duque de Cornejo en la mitad del siglo XVIII y bajo el pontificado del obispo Cebrián. Al fondo del coro se alza el trono del obispo, a modo de retablo, coronado por imagen de la Ascensión del Señor, bajo una cornisa en la que se asientan la Prudencia y la Templanza. En el centro, como remate final, una vez más, San Rafael, que desde la mayor altura, custodia y protege toda la capilla mayor. Frente al altar de la catedral con su cátedra, el trono del obispo. Una buena alegoría de la no siempre fácil relación entre el obispo de la diócesis y el cabildo de la catedral.
Coro

Coro

Dejamos de mirar al cielo para volver nuestra mirada de nuevo al bosque de columnas. Abandonamos poco a poco la obra nueva, no sin antes detenernos en el exterior del coro, bajo la tribuna del órgano del evangelio. Era el año 1607 cuando se decidió trasladar a este sitio los restos del obispo don Pascual (1274-1293). La historia de Córdoba y San Rafael empezó con el pontificado de este obispo, en aquella primera aparición del arcángel celestial al fraile mercedario Simón de Sousa, al que encomendó la devoción a su imagen como medicina para todas las enfermedades, mandato que cumplió fielmente el obispo don Pascual. La voluntad de coronar la torre de este edificio con la imagen del ángel custodio parece que no llegó a cumplirse. La lápida de este obispo, escrita por el abad de Rute, hizo a Luis de Góngora componer unos ripios en los que se mofaba de los muchos defectos de la inscripción. Córdoba siempre desdeñosa.
La actual Capilla de San Miguel, en el muro norte del edificio, está presidida por un retablo del arcángel guerrero, al que le acompañan en el banco (o parte inferior) sus compañeros de alas, san Gabriel y San Rafael, pinturas posiblemente del siglo XVIII. El titular primitivo de esta capilla hasta 1618 fue el mártir mozárabe san Eulogio, que ahora preside otra capilla cercana. Por ello aparece este santo cordobés sobre su reja, en la portada de la capilla que ahora contemplamos. San Rafael y los mártires de Córdoba.
Muy cerca de esta capilla se encuentra el altar de san Isidoro, san Leandro y san Ignacio, presidido por un cuadro que representa a los jesuitas san Ignacio y san Francisco Javier, arrodillados y sosteniendo un globo sobre el que está sentado el Niño Jesús, atribuido de nuevo a Álvarez Torralbo. Bajo este cuadro hay otros tres pequeños, y en uno de ellos aparece de nuevo San Rafael. Como parte de la vida de este edificio milenario, esta capilla ha tenido distintas ubicaciones y remodelaciones. Ahora, situada en la mezquita de Almanzor, recibe al agotado devoto, aislada, ausente. Un último aliento nos recuerda que, en Córdoba, la Compañía de Jesús siempre estuvo presente en la instauración y defensa de la devoción más cordobesa.
La salida hacia la Puerta de Santa Catalina nos abre de nuevo a la luz del Patio de los Naranjos. Esta puerta fue así bautizada por la proximidad a la iglesia del mismo nombre, después de Santa Clara. Habitualmente cerrada la Puerta del Perdón por su principalidad, la de Santa Catalina fue tradicionalmente el acceso destinado a las manifestaciones religiosas litúrgicas, devocionales o populares. Desde la Edad Media por ella han transitado las procesiones rogativas, penitenciales y de gloria, incluida la de San Rafael, cuya primera salida conocida data de 1651 y que se celebraba todos los siete de mayo, fecha hoy felizmente recuperada.
En este vía lucis de San Rafael me he dejado acompañar por el imprescindible libro de la catedral de Córdoba escrito por de Nieto Cumplido). A buen seguro habré olvidado alguna de sus estaciones por el templo de Santa María. Un pensamiento me acompaña en la despedida. A San Rafael lo hizo custodio de Córdoba las plegarias de sus gentes a lo largo de los siglos. Esa religiosidad popular, siempre en discusión por la ortodoxia de la Iglesia, tan cerca, tan lejos, también aquí reflejada. Quizá por eso, quizá por su modernidad, San Rafael no tiene un espacio propio y protagonista en la primera iglesia de Córdoba. Mejor así. Prefiero rezarlo en los rincones del alma.
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