Aguinaldo de un zapatero

Aguinaldo de un zapateroLa Voz

El aguinaldo: esa perdida costumbre navideña

Las tarjetas tenían una felicitación y a veces unos versos escritos con más afición que arte

A los 'millennials' hay que explicarles detenidamente lo que era el aguinaldo, ya que ni siquiera tienen el recuerdo perdido en un rincón de su infancia. A lo mejor les suena la palabra, como sinónimo de regalito en metálico de escasa cuantía hecho en Navidad, o porque el término aparece en la letra de algún villancico, pero no, el aguinaldo era otra cosa, era un suplemento a unas nóminas menguadas y afortunadamente desapareció hace décadas.
La persona que pedía el aguinaldo iba de casa en casa entregando una tarjeta en la que aparecían motivos navideños y frecuentemente estaba adobada con unos ripios hechos con más afición que arte para felicitar las Pascuas, porque aún no se había generalizado la moda de felicitar la Navidad.
Felicitación del barrendero

Felicitación del barrenderoLa Voz

Este arte -porque tampoco hay que minusvalorarlo- era ejercido por aquellas personas que reunían dos requisitos: figurar en los lugares más bajos de la escala laboral y tener un contacto más o menos directos con aquellos a los que prestaba el servicio. Algo así como la propina en el gremio de la hostelería, pero pedida sólo una vez al año. Es el caso de los carteros, los lecheros -cuando la leche se vendía a domicilio-, los repartidores, barrenderos y mangueros, entre otros.

Los carreros

Mención aparte merece el heroico gremio de los carreros. A esos 'millennials' hay que explicarles que en buena parte del siglo XX la basura era recogida en los domicilios por los carreros. Estos tomaban su nombre del carro de la basura, donde volcaban los cajones de madera, con un periódico en el fondo por aquello de los líquidos malolientes, que había en todas las cocinas de la época y que portaban sobre su cabeza tocada de boina de color idescifrable. Imaginen. Lo que hoy conocemos como cubo de la basura vino mucho después.
El aguinaldo era un suplemento al sueldo que en estas fechas navideñas daba para darse una alegría en la mesa. En el siglo XIX el pavo era un objeto de lujo, costaba nada menos que cinco pesetas y de ahí vendría el que a esas monedas se les llamase 'pavos'.
Felicitación del repartidor

Felicitación del repartidorLa Voz

Estos aguinaldos se repartían de puerta en puerta en las vísperas inmediatas del 25 de diciembre, por aquello de aprovechar el denominado espíritu navideño. El cara a cara, la tarjeta con el verso y una sonrisa hacía lo demás.

Los versos

Los versos solían hacer mención al oficio. Así, en el aguinaldo de un vigilante nocturno se podía leer: «Las noches de doce meses/ el vigilante las pasa/ cuidando de vuestra casa/ y de vuestros intereses./ Quien os desea en verdad/ que tengáis, sin desengaños,/ salud y felicidad/ para disfrutar mil años/ las Pascuas de Navidad».
En el aguinaldo de los carreros cordobeses en la Navidad de 1950 figuraba lo siguiente: «En una mano la espuerta/ en la otra llevo el pito/ y más ligero que un tren/ recorro yo mi distrito». Hay que aclarar que el pito servía para avisar de la llegada del carro de la basura, para que el cajón se sacara a la puerta.

El fin del aguinaldo

Los aguinaldos más antiguos que se conservan, ya que hubo quien los consideró como objeto de colección, datan de finales del siglo XIX. Desde la modestia de un papel de mala calidad impreso a una tinta a los realizados en cromolitografías, porque en esto también hubo siempre clases. No es lo mismo contar con un benefactor que se hiciera cargo de la tirada o pagarla a escote con los sueldos de un barrendero, por ejemplo.
La decadencia del aguinaldo vino pareja a la implantación de la paga extraordinaria de Navidad, con la que comprar para la Nochebuena aquellos lujos que no se podían permitir el resto del año. Así desapareció esta tradición navideña y quedó para la posteridad en la letra del villancico: «Dame el aguinaldo,/ carita de rosa,/ que no tienes cara/ de ser tan roñosa».
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