Matando el tiempo en el zaguán.

Matando el tiempo en el zaguán.Gustavo Morales

Crónicas castizas

Los nómadas de agosto en Malasaña

A veces comparten, en una esquina de la plaza, unos tragos con los jóvenes de los botellones, que finalizan con esa efímera camaradería por el ansia de esos alcohólicos profesionales y anónimos. Los jóvenes se alejan por el olor y ellas por el terror de sentir en sus pieles jóvenes las manos curtidas y plenas de lascivia que han olvidado el abrazo y están endurecidas más por la vida que por el trabajo

Mi barrio tiene una población autóctona variable, por las mañanas hay gente mayor que marcha a las tiendas y supermercados, gente que vive al ritmo de la campana de la Iglesia de San Ildefonso. Por la noche es otro cantar, literalmente cantares de «Asturias patria querida» o «My darling Clementine», según los intoxicados por el alcohol de turno sean nacionales o de importación. Vivo en medio de una oferta de borrachería que se amplía como las conciencias cuando llega el verano. Sin embargo, en esa nueva demografía, con el calor llegan los trashumantes que acuden al convento de la Corredera Baja de San Pablo, la vieja Hermandad del Refugio y Socorro, al calor de la sopa boba. Son vagabundos.
Yo tuve un profesor de Física en el verano toledano del que ya he hablado alguna vez a mis lectores; le llamaban o se llamaba La Ripa, era amigo de mi padre y miembro de los Círculos José Antonio. Había sido uno de los pocos que atendieron y entendieron a Albert Einstein cuando el sabio europeo estuvo en España. Sin embargo defendía que el listo era su hermano, que había recorrido España de punta a punta sin gastar un duro ni apenas un calcetín propio. El hermano hacía como los pastores de la Mesta cuando llegaban los rigores del calor y las piedras de Toledo se hacían insoportables. Conseguía un pasaporte, que así se llamaba el billete que daban las parroquias o Cáritas a los pobres, y se marchaba hacia el norte donde buscaba el frescor en los muros de las iglesias o de los monasterios de la España septentrional. Cuando en invierno el Tajo extiende su meandro y el frío húmedo sube por las estrechas calles de Toledo, entonces el hermano listo de La Ripa buscaba un pasaporte que le llevara hacia el sur, donde nació el cantante.
Otros emigrantes viajeros, cuando los medios de comunicación estaban menos atentos a la cuestión, eran enviados por los alcaldes o las autoridades regionales de turno para deshacerse de esa gente, que se decía entonces sin oficio ni beneficio. Pujol y Arana decían cosas peores, y en trenes o autocares eran exportados a otra provincia o a otra región para reducir lo pintoresco, en la localidad propia, que agotaba las miradas y la paciencia de los turistas y de los lugareños. El caso es que en verano se llenan los parques, los portales y los zaguanes de mi barrio, aumenta la población cual si de una ciudad de costa se tratara. Los anglosajones los llaman sin techo, pero en español están mucho mejor calificados como vagabundos.
Algunos se esfuerzan por mantenerse limpios, otros se han rendido y la civilización ha desaparecido de ellos porque la naturaleza ha recuperado su terreno: ha barrido todo excepto la piel tostada, el pelo grasiento y la ropa que se iguala en color, casi en textura, con los trashumantes, esos seres invisibles a los que casi no sientes al pasar excepto por sus llamada sonora y disonante en el barrio, gritos que salen de una boca desdentada y que nacen en una mente devastada por la soledad y el alcohol. A veces comparten, en una esquina de la plaza, unos tragos con los jóvenes de los botellones, que acaban con esa efímera camaradería por el ansia de esos alcohólicos profesionales y anónimos. Los jóvenes se alejan por el olor y ellas por el terror de sentir en sus pieles jóvenes y femeninas las manos curtidas y plenas de lascivia que han olvidado el abrazo y están endurecidas más por la vida que por el trabajo. La chiquillería de ahora ya no lee, e ignora el significado de la palabra lumpemproletariado, y Carlos Marx les suena a chino lo mismo que un militante o mejor dicho beneficiario de Sumar o de Podemos: para qué problemas reales mayoritarios pudiendo elegir los apenas inexistentes desde la estadística.
Acaso los sin techo tienen el atractivo pasajero de los tatuajes carcelarios de los kie 13, con los 4 puntos pintados en una mano, de esos de voz ronca y rota, una boca que apesta en el mejor de los casos, un encuentro de una noche para contar la extravagancia de ella un milagro para él. Son esos nómadas que llegan a mi territorio, traen consigo el viento de la quibla, algunos suelen brillar con luz propia como al que llaman el legi, de legionario, aunque de tercio ignoto, desconocido, identifica su cuerpo, está aderezado por el metal atravesado en rostro y brazos por los piercings brillantes de acero. Su historia la tiene esculpida en tinta sobre la piel, la historia larga de un hombre que los timoratos evitan pues su apariencia es peligrosa, un caparazón para darle tranquilidad en las noches de cartón y algún cigarro que se fuma de tarde en tarde con el quiosquero, a quien le gusta esa estética extrema de aves que se irán cuando lo haga el sol.

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