lancha patrullando el Danubio.

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Crónicas Castizas

De polilla a caimán

Como ya se había proclamado una amnistía le dejaron libre, pero se planteó la persistencia de expedientes de antaño obsoletos en los cuerpos policiales del Estado

Hace muchos años, en la Transición española, esa de polémico recuerdo que tuvo más trampas que una película de chinos del inmortal Fu Manchu, y a sus consecuencias me remito, las de la Transición, en el aeropuerto de Barajas, que aún no tenía el nombre del abulense que con su café para todos multiplicó las autonomías, saltaron las alarmas con un pasaporte que indicaba que su poseedor estaba en búsqueda y captura por las fuerzas de seguridad. Le echaron el guante y se lo llevaron detenido, pero la cosa no se quedó ahí porque el interfecto era diputado del Congreso, de la bancada entonces de Santiago Carrillo, la hoz y el pitillo, aunque luego como tantos se pasaría al PSOE, con Pilar Bravo, Manuel Azcárate, Enrique Curiel y demás, que la cosa no era ser leal con el partido, sino ser diputado con quien sea: «San Para Mí que los santos no comen». Nada ha cambiado.

Como ya se había proclamado una amnistía y otra de propina en 1977, le dejaron libre, pero se planteó la persistencia de expedientes de antaño obsoletos en los cuerpos policiales del Estado. En el cuartel de la Guardia Civil de la madrileña calle Guzmán el Bueno, un sargento veterano del benemérito instituto, que había comenzado su carrera siendo Guardia Joven en Valdemoro y la había consolidado en Vascongadas, donde fue herido, y en misiones de la OTAN y de Naciones Unidas en el Danubio y en la exYugoslavia, le dijo a su teniente que legalmente, para aplicar la ley, tendrían que destruir todos los legajos y expedientes policiales que tenían almacenados por motivos políticos. El oficial atendió a los argumentos del subordinado y contestó tras comprenderlos: «Tiene usted razón, sargento, haga una fotocopia de todo y de todos, las archiva y luego los destruye». A pesar de ser una orden directa y cristalina, el sargento que tenía más sentido común que galones y renegaba de eso de «lejos de nosotros la funesta manía de pensar», lo dejó todo tal como estaba y ahorró tóner de fotocopiadora al Estado y preservó documentación para los historiadores.

Más adelante, por la misma zona de Madrid, el decano Togores organizó una exposición sobre la Transición y sus cuitas e invitó a ella a sus amigos y a otros, entre ellos estaba el susodicho sargento que coincidió con el profesor ante unas fotos del Congreso durante el golpe de Estado nominalmente del teniente coronel Tejero y de los generales Armada y Milans del Bosch, el 23 de febrero. El suboficial le señaló al historiador una foto de los guardias en el interior del Parlamento en aquella jornada y le dijo con sencillez poniendo el dedo en la imagen: «Ese de ahí soy yo». La historia tenía un antes y un después de sobra conocidos, el antes era el rápido e impensado reclutamiento involuntario de efectivos ignorantes de su destino durante un curso que se estaba impartiendo en el parque móvil, de ahí que muchos guardias reclutados sin explicaciones por los oficiales procedieran de la agrupación de Tráfico, identificables por sus gorras de visera. Y el después se produjo tras comprobar la esterilidad de la acción directa en cuanto a los objetivos manifestados, algunos guardias decidieran no entregarse, y escaparon del congreso por las ventanas del entresuelo con la complicidad pasiva de las fuerzas policiales y militares que rodeaban el edificio cortesano.

Le han invitado a contarlo a nuestro sargento en algún programa, pero es más discreto que lenguaraz.

Como queda dicho, nuestro sargento había ingresado en la Guardia Civil siendo un chaval, huérfano de madre y con un progenitor capitán y mutilado, como guardia Joven, conocidos coloquialmente como «polillas» y ahora, al cabo de los años, era un veterano con muchos servicios a sus espaldas, a los que los picoletos llaman «caimanes». Entre unas cosas y otras había sido scout, de los exploradores de España, y renactor en los documentales históricos organizados por el Instituto de Estudios Históricos y fundador de un par de asociaciones deportivas y recreacionistas que aún existen, patrullero fluvial en el río Danubio y Policía Militar en Mostar. Y le dio tiempo y le quedaron ganas para ser padre y organizar la marcha más dura que hacen los recreacionistas cada año: La KBM, de la que ya hablaremos si toca cuando sea menester.

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