Soldados de la División Azul en puesto de mando de Prokrowskaja, URSS
Crónicas castizas
Un cruzado afable en la División Azul
El padre Oltra fue capellán nacional de la División Española de Voluntarios, conocida como División Azul, que partió a combatir al bolchevismo en la Rusia de Stalin allá por 1941
El padre Miguel Oltra era un fraile franciscano de apacibles modales, le divirtió que le lleváramos a ver una calle que había con su nombre cerca de la conocida en el barrio como plaza de las monjitas, que prestaban servicios sanitarios gratuitos a los vecinos del barrio de Comillas. Al ver los letreros con su nombre se rió con franqueza y nos espetó con humor: «Ni han esperado a que me muera como solía ser preceptivo».
Le conocí porque era amigo de los Gramage Randís, una familia vecina de mi infancia en Carabanchel Bajo. Procedente de Carcagente, Valencia, eran paisanos del religioso. Usaban su lengua para hablar en casa, pero tenían la deferencia, hoy inusual en algunas partes, de cambiar al castellano cuando estaba yo de visita atraído por el arroz al horno de Pepita, la madre.
Muchos años después, cuando llegó la Transición, esa que estudia con ahínco el doctor De Diego, muchos bordeamos la clandestinidad por el lado de la clandestinidad, y el primogénito de los Gramage, Manuel Ignacio, mi amigo, entró a tirar unos panfletos en el bar de la Facultad de Historia, cosa que incomodó a dos «grises» de la Policía Armada que había dentro y se le llevaron detenido adornando sus muñecas con unas pulseras de acero que le prestaron momentáneamente. ¿Pero Manuel, cómo tiraste los panfletos si había dos polis dentro?, le pregunté mucho después cuando ya no estaba alojado a cargo de la Policía. Y me contestó: «A mí me dijo Paco Canadá –el único jefe de milicias de la Auténtica, donde desembocaría nuestro grupo, el FENS– que tirase los panfletos, no me dijo nada de no hacerlo si había polis». La lógica era irrefutable para cualquiera que comprenda la historia de la carta a García en Cuba.
El caso es que los padres se intranquilizaron cuando les informaron que estaba detenido su único varón, aunque había en los Gramage otras tres hermanas más prudentes, y recurrieron ansiosos al padre Oltra, quien movió los hilos, telefónicos en este caso, y pusieron a Manuel en la calle, frente al edificio de la Dirección General de Seguridad por la noche.
No por casualidad el padre Oltra fue capellán nacional de la División Española de Voluntarios, conocida como División Azul por la composición de la mayor parte de sus integrantes, que partió a combatir al bolchevismo en la Rusia de Stalin allá por el verano de 1941. Nuestro fraile había obtenido previamente el doctorado en Sagrada Teología en la Facultad de Teología de Münster y hablaba la lengua de Goethe, lo que resultaba muy útil para sus nuevas funciones. Cuando se retiró de Rusia primero como División y luego como Legión Azul, por avatares del destino, el padre Oltra se encontraba en Alemania durante la caída de una ciudad bajo la ofensiva soviética del Ejército Rojo de Stalin. Y entonces se pasó por un banco para cobrar los estipendios que no le habían abonado por sus tareas en las filas de la Wehrmacht alemana. Nos contaba admirado cómo los empleados del banco impertérritos atendían su solicitud y se la solucionaban, mientras a pocos metros de allí los carros de combate rusos T34 y las hordas bolcheviques ocupantes arrasaban sin miramientos la calle donde estaba la sucursal, en la que le atendían los trabajadores alemanes de forma correcta y profesional sin huir despavoridos ni abandonar sus puestos.
Décadas después, Eladi Mainar me preguntó por el fraile y supe que publicó un libro biográfico sobre el padre Oltra que tituló El último cruzado español. Este es mi sencillo homenaje en las páginas de este diario a un religioso franciscano que tenía maneras de eso, de fraile, y cuya talla humana superaba la intelectual con ser esta mucha. Dejó tras de sí buenas obras.