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Spanish designer Cristobal Balenciaga is photographed in 1971 at an unknown location.   (AP Photo)

Antes de llegar a los 20 años ya se había hecho un nombre y atendía a la Casa Real y a la aristocraciaGTRES

Moda

Balenciaga, el modisto que deseaba el fin de su marca

El Museo del costurero en Guetaria conmemora el 50 aniversario de su muerte con la exposición Carácter

Hace hoy medio siglo de la desaparición de Cristóbal Balenciaga, un modisto español inteligente, culto, reservado y exigente, una fecha que su museo de Guetaria celebra con la bien nombrada exposición Carácter.

Cristóbal Balenciaga Eizaguirre nació en Guetaria el 21 de enero de 1895 y murió en Jávea el 23 de marzo de 1972. Con solo 3 años, comenzó a jugar con retales junto a su madre, costurera de profesión y joven viuda de un pescador. Siempre atento a la perfección, a la ejecución de las prendas de sastrería masculina y al devenir de los patrones que nacían bajo la batuta de su madre para luego convertirse en maravillosos vestidos y trajes de chaqueta de señora, Cristóbal vivió su infancia rodeado de importantes clientas de la aristocracia y la burguesía española, tanto las residentes en San Sebastián como aquellas que acudían a la ciudad en vacaciones.

Rodeado de sus hermanas –tan poco expresivas como él– y siempre obsesionado con aprender y perfeccionar su técnica, ya de adolescente se atrevió a proponerle a una importante clienta de su madre replicarle un vestido que llevaba: ese fue su primer modelo arquitectónico, su primer estudio práctico de la ingeniería que hay detrás de la costura. Sin formación técnica, pero diseccionando prendas cual biólogo estudia con su microscopio, Balenciaga fue poco a poco aprendiendo qué «armadura» necesitaba cada vestido y qué comportamiento tenía cada tejido. Tras un breve periodo de prácticas en la casa parisina de Jacques Doucet, un experto en los vestidos de noche, montó con sus hermanas varios locales para desarrollar sus colecciones, las tiendas taller Eisa, en honor al apellido de su madre.

Balenciaga, un auténtico genio de la arquitectura de la moda

Antes de los 20 años ya se había hecho un nombre y atendía a la Casa Real y a la aristocracia, desde sus locales en San Sebastián, Madrid y Barcelona. Sabiendo que el joven había sido formado por Doucet, un verdadero maestro en su momento, la Reina María Cristina de Habsburgo, que no era tampoco la alegría de la huerta e imponía con su presencia al joven costurero, se hizo clienta suya durante sus veranos en San Sebastián cuando Balenciaga rondaba los 20 años.

La Guerra Civil le llevó a París en 1937 y cerró temporalmente sus tiendas españolas, que luego abriría ya junto a su gran equipo de cortadores y costureros. Al aterrizar, lejos de obtener críticas, fue muy celebrado por Madeleine Vionnet, la gran dama del corte al bies, por Coco Chanel –muy celosa y siempre enjuiciando a la competencia– y por un Christian Dior que no dudó en replicar los modelos y el estilo de Balenciaga más adelante, para gran disgusto de nuestro compatriota. A su gran éxito en la ciudad del Sena colaboró su gran amor, Wladzio d’Attainville, un aristócrata polaco y francés a partes iguales, que dominaba la esfera social del momento y ayudó a Cristóbal a financiar el proyecto.

El interior de las piezas de Balenciaga era impecable. Desde las etiquetas, hasta los corpiños, forros, dobladillos, botonaduras y bolsillos todo se llevaba a cabo con la maestría del que había estado montando y desmontando vestidos como si de un desguace de lujo se tratase, estudiando a fondo con su equipo sus esculturales obras, entre las que sobresalían los cuellos, mangas y la escasez de costuras. Siempre con la intención de embellecer a la clienta y de esconder sus defectos físicos, Balenciaga se ocupaba de la ropa, mientras que Wladzio d’Attainville lo hacía de los accesorios, un dueto profesional y personal que dio lugar a maravillosas siluetas coronadas de originales y elegantes tocados.

Vestía a gran parte de la aristocracia española

En París, Balenciaga comenzó a contar con clientes de la talla de Pauline de Rothschild, Carmel Snow, Mona Bismark, Gloria Guinness, Marlene Dietrich, las Mellon, Elizabeth Taylor, Rita Hayworth, Greta Garbo o la condesa de Romanones. Tras la muerte de Wladzio en Madrid tras una operación que no fue bien en 1948, las colecciones de Balenciaga se tiñeron de negro, dándose a menudo por sentado que ese fue el motivo que hizo de este color un básico para siempre. Amigo de Cecil Beaton, Jean Cocteau y Sert, Balenciaga contó entre los discípulos de sus distintas casas en Madrid, Barcelona y San Sebastián, con Emanuel Ungaro, Courrèges o Hubert de Givenchy, algunos de los cuales trabajaron con él en París más tarde, convirtiéndose después en exitosos propietarios de sus propios ateliers de costura.

Entre sus vestidos más insignes estuvieron el traje nupcial de Fabiola de Mora y Aragón, hija y nieta de clientes suyas, con Balduino de Bélgica y –su última obra– el atuendo de novia de Carmen Martínez Bordiú, nieta de Francisco Franco, en su primera boda. Con la competencia francesa copiándole y quitándole clientas, Balenciaga decidió desfilar el último y marcar tendencia con alguna sorpresa, presentando siluetas tan emuladas posteriormente por los mejores costureros como el vestido saco de 1956 o el romántico y falsamente inocente Baby Doll. Balenciaga, que creía que la elegancia tenía que ir de la mano de la antipatía, llegó a crear los uniformes de las azafatas de Air France y un elenco de exitosos perfumes.

Fue el artífice del uniforme de las azafatas de `Air france´

Pero si Don Cristóbal hubiese visto las extrañas novedades que tanto Nicolás Ghesquière como Alexander Wang, y ahora más recientemente el controvertido Demna Gvasalia, llevarían a cabo con su nombre, el genio de Guetaria hubiera fenecido de nuevo de inmediato. Como su compañero de los últimos años –Ramón Esparza– sabía, Balenciaga nunca quiso mantener su casa de modas abierta tras el 1968 y esperaba que tras su muerte, que acaeció en 1972, se respetara su voluntad.

No imaginaba sus colecciones sin su propia exigente, delicada e insustituible intervención. Desafortunadamente para él no fue así y sus sobrinos vendieron la marca. Si las oficialas de los talleres de Balenciaga se encuentran alguna mañana piezas descosidas y corregidas en los talleres actuales, que no duden que el fantasma de Don Cristóbal sigue visitando su atelier por las noches, como hacía en vida, cortando y descosiendo con avidez las torpezas del equipo.