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Conversaciones en Familia

Beatriz Cazurro, psicóloga: «El padre perfecto no existe ni debería existir»

El nuevo libro de Cazurro, Los niños que fuimos, los padres que somos, fue publicado el 22 de septiembre

Por mucho que uno diga que no quiere parecerse a sus padres cuando tenga hijos y que no quiere cometer los mismos errores que considera que cometieron con él, una parte de su cerebro está condicionado por lo que recibió durante su infancia.
La relación entre la propia infancia y la manera en que esta condiciona la manera en que unos padres educan a sus hijos es más estrecha de lo que se cree. A ello dedica Beatriz Cazurro, psicóloga y psicoterapeuta, su último libro Los niños que fuimos, los padres que somos, sobre el que conversa con El Debate.

Beatriz Cazurro, durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

–Muchas veces se nos llena la boca con «Cuando sea padre no haré esto no haré lo otro», pero ¿se cumple o estamos condicionados por lo que hemos recibido por nuestros padres cuando tenemos hijos?
–La intención es importante, el poner conciencia en lo que queremos y no, y entender las cosas que nos han hecho daño siempre está bien porque nos pone en un lugar de partida para poder empezar a actuar. Pero es cierto que la manera en que nos tratan configura incluso el funcionamiento de nuestro sistema nervioso y de nuestro cerebro. Hay cosas que surgen de manera automática, aunque la mente diga que no queremos hacerlas. Es así cuando muchos padres y madres nos encontramos con que sabemos que algo está mal o no nos gusta, pero lo hacemos y no sabemos porqué y no lo podemos parar. No es solo cuestión de intención aunque también es importante. Es una cosa más corporal que está registrada a niveles mucho más profundos y requieren también de un trabajo que va más allá. No es solo leer o seguir unas pautas, es un trabajo personal para poder entender esa configuración y poder desactivarla o activarla de otra manera.

Tener un niño nos hace ponernos delante del espejo de todas esas experiencias y esas memorias

–¿De qué manera pueden influir los traumas infantiles, o al revés la mejor de las infancias, en la educación que luego se transmite a los hijos?
–La relación que establecemos inicialmente con nuestra madre generalmente, que es la que nos cuida, y más adelante también con nuestro padre, desde el primer año de vida deja como una huella cerebral. Configura desde los ocho, nueve, diez meses una sensación de valía, de confianza en el mundo y en los demás, de poder expresarse libremente, de si es seguro o no. Es la manera que tenemos de filtrar la realidad que nos llega, la autoestima que tenemos, cómo reaccionamos ante determinadas cosas. Irremediablemente eso va a afectar a cómo nos relacionamos con nuestros hijos, más incluso cuando además tener un niño nos hace ponernos delante del espejo de todas esas experiencias, esas memorias y cosas que no sabíamos que estaban ahí se despiertan y no sabemos muy bien cómo lidiar con ellas.

Beatriz CazurroPaula Argüelles

–Cuando los niños son pequeños idealizan a sus padres, son héroes a sus ojos, y muchas veces se idealiza también la paternidad, pero ¿existe el padre perfecto?
–Ni existe ni tiene que existir. Parte de la norma de ser padres y madres es fallar y es normal. En las relaciones con una pareja, con un amigo, a veces fallamos, a veces no hablamos con el mejor tono, tenemos conflictos… y es parte de una relación honesta y real. Cuando podemos hacernos cargo y admitir que nos hemos equivocado, también se está dando un ejemplo de cómo es no ser perfecto y que aprendan recursos para cuando ellos fallen como para lidiar con un mundo que es imperfecto. Buscar la perfección es estancarse en la exigencia, de conseguir una validación o un logro. Muchas veces es también lo que nos han pedido de pequeños, que consigamos siempre ser los mejores o la mejor nota y no es realista. Idealizar siempre es una fuente de frustración, porque nada es ideal, todo tiene sombras y es parte de la realidad. Ser padre y madre se convierte en una labor muy difícil cuando se empieza a generar mucha culpa y mucha vergüenza por no llegar al estándar, que ni siquiera se puede.

Es la depresión posparto más la vergüenza de sufrirla, pasarlo mal dos veces

–Esa frustración y esa culpa también puede acrecentarse cuando sabes que tienes que ser más feliz que nunca, pero te sientes triste. ¿Cómo puede evitarse?
–Vivimos en una cultura de la felicidad en la que lo desagradable desaparece, parece que está mal y si vives una situación en la que teóricamente tienes que ser feliz y no lo eres, no puedes hablar de ello. Cuando se da espacio para lo que está pasando y hay un espacio real para que alguien lo escuche y te diga esto es normal, le pasa a mas gente, el malestar va desapareciendo. Por ejemplo, es la depresión posparto más la vergüenza de sufrirla, es pasarlo mal dos veces.

Beatriz CazurroPaula Argüelles

–Dedicas una parte en tu libro a desmentir algunos mitos sobre la infancia basándote en la neurociencia, ¿cuál crees que es el que más va a sorprender?
–Hablando de la idealización, que la infancia es la etapa más feliz de la vida. Al final los bebés y los niños son prácticamente 100 % dependientes de sus padres, pero según van creciendo van adquiriendo un poco de autonomía. A la vez, está muy extendida la idea de que los niños no se enteran de nada, o de lo que les pasa no es para tanto. Si soy un niño dependiendo de alguien que no está entendiendo mis sentimientos, que me afectan las cosas o que tengo una serie de necesidades… esto convierte la infancia para muchos niños en una etapa de mucha soledad. Otra cosa es que jueguen o que se diviertan, pero muchos se sienten solos y culpables por sentirse mal cuando debería estar bien.