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Felipe VI junto a su madre, mujer e hijas en sus tradicionales vacaciones en MallorcaGTRES

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La rentabilidad de las vacaciones públicas de los Reyes

El palacio de Marivent ha prestado grandes servicios tanto a «iguales» (familias reales) como a «sociedad civil»

El Rey Harald regateaba en la bahía de Palma con una vieja gorra en la que se leía, «navega rápido y vive despacio». El príncipe monegasco Pierre Casiraghi se paseaba descalzo por el club náutico mallorquín y para saludar al Rey Felipe le invitaron a ponerse unas chanclas.
La Reina Sofía no se perdía una regata balear, ella también sabía de vientos y de corrientes. En aguas griegas regateaba con su marido, el entonces Príncipe Juan Carlos y le gusta la vela muchísimo, se le nota y también por haber sido olímpica del equipo griego de vela. Las Infantas Elena y Cristina formaban parte de las tripulaciones en competición.
Don Juan, Conde de Barcelona, se acercaba a desear «buen viento» a su familia, pero no era el único, también los primos Gómez-Acebo Borbón, los Zurita Borbón o los príncipes de Bulgaria, los de las cinco K; Kyril, Kalina, Kubrat, Konstantin y Kardam. La primera semana vacacional de los reyes era un no parar de mar y viento. En esas fechas, principios de los años ochenta del siglo pasado, había otras regatas náuticas en el mundo, poco a poco gracias el despliegue social, la Copa del Rey de Vela fue eclipsando al resto.
Pero no sólo la vela contribuyó a posicionar a las Baleares como destino de alto nivel para veranear. También el palacio de Marivent que ha prestado grandes servicios tanto a «iguales»(familias reales) como a «sociedad civil». Pocos dirigentes mundiales rechazan estar cerca de unos reyes de carne y hueso y menos ser invitados «sin protocolo» a unas jornadas con ellos. Las monarquías son escasas en el mundo. Hay pocos Reyes y Reinas de rancio abolengo.
Eso hace que entre ellos tengan pocos «iguales» con los que compartir sus cuitas y de ahí que Marivent fuera la casa solariega perfecta para acoger a unos Príncipes de Gales que empezaron su luna de miel en Gibraltar, con el consiguiente malestar español que Marivent contribuyó a limar, a los reyes de Holanda, a la reina inglesa Isabel II, a los belgas, al rey de Marruecos, a Noor de Jordania, a los duques de Luxemburgo o a los emperadores de Japón.

La Familia Real espñaola, con los Príncipes de Gales, en el palacio de Marivent en 1987GTRES

Pero el Palacio no sólo ha servido para recibir a «iguales» también, para una sutil labor de Estado y ahí es donde ha estado la fuerza de Marivent. Los poderosos mundiales, republicanos en su mayoría, también han subido encantados las escalinatas de piedra del palacio mallorquín. Los Clinton, Gorvachov, los Obama, años después del desplante de Rodríguez Zapatero al no levantarse al paso de la bandera norteamericana en un desfile que tensó relaciones, o el gesto con Chavez, al que el Rey Juan Carlos le regaló en las escalerillas de Marivent una camiseta con su famosa frase impresa; «Por qué no te callas» que le espetó al venezolano durante una Cumbre Iberoamericana.
Y ese es precisamente el gran servicio que ha hecho durante el reinado de Doña Sofía y Don Juan Carlos ese palacio. Ha dado visibilidad a unas islas como destino premium vacacional pero también ha servido para limar asperezas, para suavizar o ampliar relaciones. Antes, como me confesaban hace unos días en la floristería que abastece a Marivent, «era un no parar de llevar flores porque recibían muchas visitas, pero cada vez vienen menos tiempo y no reciben tanto».
El clima, la vegetación, la belleza de la isla, la puesta de sol desde la terraza del palacio, una jornada náutica por las calas, las cocas de Valldemosa que le fascinan a la Reina Sofía, las ensaimadas o la sobrasada que nunca faltan en los desayunos de palacio generan ese ambiente idóneo para el diálogo que tantos servicios han hecho al país. Quizás ahora las vacaciones privadas sean otras, pero éstas «públicas» en Marivent han dado muy buenos frutos en los cincuenta años que lleva siendo el regio palacio de verano, una vez que el Conde de Barcelona vendió los palacios de Miramar en San Sebastián y la Magdalena en Santander.