Josefina Bonaparte pasó de ser una criolla nacida en el Caribe a Emperatriz de Francia
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Quién fue Josefina Bonaparte: la mujer que 'enloqueció' a Napoleón
La relación estuvo marcada por la indiferencia de ella y su mutua y constante infidelidad
Este lunes, Ridley Scott y Joaquin Phoenix, director y protagonista de Napoleón, respectivamente, fueron recibidos por un grupo de actores caracterizados con la misma indumentaria que llevaba la infantería y caballería napoleónica en la Puerta de Velázquez del Museo del Prado de Madrid. El motivo no es otro que el preestreno de la cinta que, repleta de acción, es, en propias palabras de Phoenix, una «recreación épica» de la vida del que fuera emperador de los franceses desde 1804 hasta 1814, y de nuevo en 1815. Incluido su destructivo matrimonio con Josefina de Beauharnais, que fue coronada emperatriz por él mismo.
Josefina, criolla nacida en el Caribe, pasó los primeros años de su vida con la mirada en el horizonte marino y entre aromas azucareros. No fue hasta 1780, cuando contrajo matrimonio con su primer marido, Alejandro de Beauharnais, un aristócrata liberal que asumió un importante rol durante la Revolución Francesa; que Beauharnais llegó a Europa para cambiar, entonces sin saberlo, su vida, para siempre.
Josefina Bonaparte y Napoléon
De la relación de Josefina y Alejandro nacieron dos hijos que se convertirían, años más tarde, en Eugenio, duque de Leuchtenberg, y Hortensia, Reina de Holanda. El matrimonio estuvo unido hasta que Alejandro, tras el nacimiento de su hija, de forma prematura, denunció a Josefina por infidelidad y le pidió el divorcio. Uno del cual la Emperatriz sacaría una renta de 5.000 francos y, por contra, su entrada en prisión.
La Caída de la Bastilla, la Convención Nacional que llevó a Luis XVI a la guillotina o la posterior caída de la popularidad de Alejandro como jefe del Ejército del Rin, llevó a la ex pareja a compartir celda por la ley de Sospechosos. Josefina consiguió salir indemne de ahí pero Alejandro, no corrió con la misma suerte: le cortaron la cabeza en 1794.
Un año después de la muerte de Alejandro, en agosto de 1795, Josefina, a través de su nuevo amante, Paul Barras, conoció a Napoleón. Sin embargo, no fue hasta octubre de ese año, cuando ambos comenzaron una relación sentimental, tras una noche de supuesta pasión. Ella, esbelta, de pelo castaño y ojos marrones, y obsesionada con la literatura, tenía 32 años, y el general de Córcega, veintiséis.
Napoléon y Josefina se casaron por lo civil en marzo de 1796, dos días antes de que Bonaparte tuviera que partir a Italia y de que ella, quedará prendida de un teniente de húsares, Hippolyte Charles.
Coronación de Josefina por Napoleón
En su ausencia, Napoleón no dejó de enviarle cartas a su amada, algunas eróticas y otras desesperadas, que no le eran, en ningún caso, correspondidas precisamente por la presencia de éste último. «No hay cartas tuyas; solo recibo una cada cuatro días, y si me amaras, me escribirías dos veces al día. Un beso en la boca, o en tu corazón. No hay nadie más que yo, ¿no es cierto? Y otro en tu seno», le dice en abril de 1796.
La no reciprocidad de Josefina provocó, al final, el estallido de Napoleón contra su mujer y las amenazadas de un divorcio que asustaron a la francesa por ver truncado, principalmente, su futuro como la mujer más poderosa de Francia con Napoleón ya en el trono. Entonces, claro, Josefina no sabía de las amantes de su marido. Que también las tenía: Leonor Denuelle, Giuseppina Grassani o Marie Waleska, con la que tuvo un hijo.
Napoleón y Josefina se divorciaron en diciembre de 1809, según trascendió porque ella no podía o quería darle un heredero al emperador quien, a los pocos meses, se casó con María Luisa, sobrina nieta de María Antonieta e hija del emperador de Austria.
Por su parte, tras el divorcio, Josefina se trasladó a vivir al Castillo de Malmaison y se dedicó, casi hasta su muerte, al cuidado de sus jardines. En especial, de los rosales. Josefina falleció el 29 de mayo de 1814 por complicaciones de un resfriado y fue enterrada en la iglesia de San Pedro y San Pablo de Rueil ante la mirada de más de 20.000 personas que elogiaban su nombre.
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