Fundado en 1910

19 de abril de 2024

El palacio hacia 1837, representando el Marble Arch, una entrada ceremonial. Fue trasladado para dar paso al ala este en 1847

El palacio hacia 1837, representando el Marble Arch, una entrada ceremonial. Fue trasladado para dar paso al ala este en 1847

Picotazos de historia

El no tan maravilloso palacio de Buckingham

El edificio pasó a convertirse en la residencia oficial de la monarquía, cuando la Reina Victoria I se instaló en el edificio, pero construido bajo perspectivas estéticas más que practicas, tenía graves problemas

Espectacular y eje de la monarquía inglesa como nos puede parecer hoy en día, no siempre lo fue. El palacio de Buckingham tiene sus orígenes en la residencia londinense del duque de Buckingham y Normanby (John Sheffield 1648-1721). Adquirido por el Rey Jorge III para residencia de su esposa, la Reina Carlota, la mansión se fue transformando en una cómoda y confortable vivienda. En 1820, al acceder al trono el príncipe de Gales con el nombre de Jorge IV, decidió que tenía grandes planes para esta residencia y encargó a su arquitecto favorito John Nash un palacio de estilo neoclásico francés que pudiera rivalizar con los de las monarquías en el continente. Con las bendiciones de su «señorito», Nash, modificó el edificio existente dejando un cuerpo central neoclásico con dos alas que se proyectaban hacía adelante, creando un patio central abierto, cuya puerta de acceso es lo que conoce como «Marble Arch» en Oxford Street. En 1830 acontecieron dos hechos importantes para el palacio de Buckingham: murió Jorge IV y fue sucedido por su hermano Guillermo IV y el duque de Wellington –primer ministro en ese momento– echó a patadas a Nash, cuyo presupuesto de reforma se había multiplicado por cuatro, casi alcanzando el millón de libras.
El palacio en 1842, en el que se muestra el arco Marble, que servía como entrada ceremonial al palacio. Se trasladó al ala este construida en 1847

El palacio en 1842, en el que se muestra el arco Marble, que servía como entrada ceremonial al palacio. Se trasladó al ala este construida en 1847

Residencia oficial de la monarquía

Guillermo IV no sabía qué hacer con el palacio de Buckingham. Literalmente se había convertido en «un muerto» cuyo coste era motivo de burlas y críticas. De momento nombró a un arquitecto para finalizar las obras –con una visión más moderada y ahorrativa que Nash–, eligiendo a Edward Blore, quien cumplió su cometido con diligencia pero sin imaginación. En 1837, sorprendentemente, Buckingham pasó a convertirse en la residencia oficial de la monarquía, cuando la Reina Victoria I se instaló en el edificio. Y aquí tengo que explicarles varias cosas para que comprendan ese «sorprendentemente».
Victoria, hija del duque de Kent (quinto hijo del Rey Jorge III) y de Victoria de Sajonia Coburgo Saalfeld, tuvo una infancia infeliz debido a la presión, control y aislamiento que sufrió a manos de su madre y de John Conroy, secretario personal de la duquesa viuda. Cuando Victoria se vio con poder, se alejó todo lo posible del palacio de Kensington, que tan amargos recuerdos le traían, y se instaló en Buckingham.

Los graves problemas del palacio

El palacio de Buckingham, hasta la llegada del príncipe Alberto de Sajonia Coburgo, marido de la Reina Victoria, era un maldito caos. El edificio construido bajo perspectivas estéticas más que practicas, tenía graves problemas. Las cocinas carecían de iluminación y ventilación –lo mismo que las dependencias del servicio–, no había despensas, ni almacenes para guardar los alimentos y bajo ellas corría un albañal cuya peste perfumaba todo. Se necesitaba una cantidad absurda de estufas para calentar el palacio y los conductos estaban tan mal hechos que, continuamente, se producían fugas y obstrucciones, por lo que el humo era omnipresente, lo mismo que los deshollinadores y el personal que acarreaba combustible. Había unos cincuenta retretes en todo el palacio, de los que apenas un puñado estarían en funcionamiento y este precario. Se habían instalado baños en algunas habitaciones pero a nadie se le había ocurrido instalar grifos. Y es que el palacio estaba gestionado por cuatro diferentes despachos dependientes de cuatro distintos altos cargo de la corte: la oficina del chambelán, la oficina del caballerizo mayor, la oficina del mayordomo mayor y la oficina de Bosques y Obras (Wood and Works).
Todos a tortas entre ellos por absurdas jurisdicciones. Así el mayordomo proveía de combustible para las estufas y cocinas y material para la iluminación pero no lo transportaba hasta palacio y no tenía autoridad para encenderlo (dependía del chambelán) y el caballerizo se encargaba del cuidado de los cabos de las velas. Las ventanas solo podían ser limpiadas –y únicamente por fuera– por la oficina del chambelán, por dentro las limpiaba la oficina de Bosques y Obras. Con tal desbarajuste la corrupción entre el personal campaba de manera rabiosa, por lo que la contabilidad y provisión para el mantenimiento de la Corte recordaba las cuentas del Gran Capitán.
Hasta que llegó Alberto de Sajonia Coburgo, quien con poderes absolutos de la reina Victoria, se vio obligado a hacer una reestructuración tan salvaje que se ganó el odio de todos los afectados. Y eran muchos. Terminada la limpieza, Alberto, ordenó la construcción de un nuevo edificio que cerrara el patio y que hoy es la fachada principal del palacio: donde se asomará Carlos III, tras su coronación para saludar a su pueblo desde el balcón.
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