La revuelta de jóvenes oficiales en el Sáhara en los últimos días del franquismo
Los jóvenes oficiales, al mando de las pequeñas unidades que mantenían el orden en el territorio y que patrullaban por el desierto, eran conscientes de lo que iba a pasar
En la actualidad el Ejército español tiene totalmente asumido su obligación de obedecer los mandatos de los gobiernos de turno cuya autoridad emana de la aritmética parlamentaria. Esta realidad, que se ha ido construyendo durante la Transición, nunca existió en la historia contemporánea de España. Torrijos, Prim, Martínez Campos, Queipo de Llano, López Ochoa, Aguilera, Sanjurjo, Mola, Franco... hicieron uso de la fuerza para cambiar el futuro de España.
A comienzos del verano de 1975 la tensión entre las unidades que guarnecían el Sáhara era conocida por sus mandos y las autoridades de Madrid. Se produjeron una serie de reuniones entre mandos subalternos, teniente y capitanes, destinados en el territorio con el objetivo de oponerse a la política «blandengue» que llegaba desde Madrid:
«Ha habido unos 'contactos' a nivel de capitán de todas o casi todas las unidades del Aaiún, y acordaron presentar al General Gobernador por conducto reglamentario, los puntos siguientes, respaldados por casi toda la oficialidad: 1- Estos puntos no son un acto de insubordinación, ni falta de lealtad, sino todo lo contrario, una expresión del sentir general; 2- Que los que han muerto en acción de combate en el territorio se merecen más que una misa; 3-Mantener a toda costa la dignidad del Ejército basándose en los siguientes apartados; A. Réplica a todos los ataques y agresiones. Tomar en su caso las represalias; B. Montar una operación, en caso de fallar las medidas diplomáticas, para recuperar a las patrullas prisioneras, aunque ello suponga más bajas e incluso la muerte de dichas patrullas; C. Si en el caso qué por razones de alta política, economía, etc. el Gobierno decide que se continúe en la misma línea de pasividad, que se informe oficialmente a la Nación de que la actitud del Ejército es forzada y no por ineptitud. Pero qué desde luego, la actitud no es contra ni a favor de abandonar el territorio, pues ha de ser decisión del Gobierno».
El general gobernador Federico Gómez de Salazar reunió a todos los jefes de cuerpo, como representantes de la oficialidad, y en relación con las propuestas / peticiones de los capitanes, señaló: «Qué era en su opinión que se actuaba enérgicamente contra las acciones de los enemigos; Qué estudiaría medidas de represalias; Qué era imposible montar operaciones de rescate de las patrullas prisioneras por estar los polisarios protegidos por una división acorazada argelina. Señalando que le dolía que sus oficiales desconfiasen de sus mandos y que esperaba que sólo hubiese sido un acto de buena voluntad y no una acción delictiva». El fantasma del putch de Argel de los paracaidistas flotaba en el aire.
Los jóvenes oficiales, al mando de las pequeñas unidades que mantenían el orden en el territorio y que patrullaban por el desierto, eran consciente de lo que iba a pasar. En Madrid se había decidido abandonar la entonces provincia española del Sáhara. Los muertos que se habían producido para mantener la españolidad de territorio habían sido en balde. Los saharauis proespañoles iba a ser abandonados a su suerte. Los soldados indígenas de Tropas Nómadas y Policía Territorial iban a ser considerados traidores ya fuese el Polisario o Marruecos quien finalmente fuese el dueño del territorio.
En 1974 empezó de forma lenta el éxodo de las familias de los militares, de los funcionarios civiles y de los 1.650 europeos que trabajaban en Fosbucraa fuera del Sáhara. España finalmente se iba. Se calculaba en 25.000 los españoles que estaban en el Sáhara: 20.000 en El Aaiún; 4.500 en Villa Cisneros; 500 en Huera y otros 200 en Smara. Su vida también se iba a romper. Los jóvenes oficiales no lograron nada con sus protestas. A la evacuación se le dio el nombre de Operación Golondrina. No se quería que pasase como ocurrió en la evacuación de Guinea que, por un exceso de confianza por parte de las autoridades españolas en la buena voluntad de los guineanos, las cosas se complicaron. Nada más morir Franco las tropas españolas dejaron el Sáhara entregándolo en la práctica totalmente a Marruecos y así hasta la actualidad.