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Calderote (Primera Guerra Carlista) de Augusto Ferrer Dalmau

Calderote (Primera Guerra Carlista), de Augusto Ferrer Dalmau

Olmedilla, la última batalla de la primera guerra carlista

El mariscal De la Concha, para evitar la unión de los dos líderes carlistas, decidió enfrentarse a su perseguidor más cercano el 15 de junio de 1840, el cual había concentrado 6.000 soldados de infantería y 1.000 caballos en las alturas inmediatas a Olmedilla

Tras la rendición de las tropas carlistas del Norte en el famoso Convenio de Vergara (31 de agosto de 1839), la guerra que había estallado en 1833 contra los isabelinos continuó en las zonas rurales del Maestrazgo y Cataluña. Las banderas carlistas se negaron a rendirse ante las continuas victorias de su general Cabrera en años anteriores. El isabelino general Espartero animó a la rendición, enviando a los últimos resistentes una copia del Convenio de Vergara y ofreciendo la mediación de dos oficiales británicos para lograr llegar a un acuerdo especial. Pero la respuesta de los carlistas fue negativa, por lo que, a finales de febrero de 1840, Espartero comenzó sus operaciones de ataque, tomando la plaza de Segura y, tras tres semanas de resistencia, la de Castellote. A finales de mayo, viendo la imposibilidad de continuar la lucha, Morella, la capital carlista del Maestrazgo, se rindió, y unos días más tarde, Cabrera cruzó el Ebro por Flix, con el propósito de reorganizar las escasas fuerzas carlistas en Cataluña, que sólo pudieron resistir un mes más para atravesar la frontera e internarse en Francia.

Manuel Gutiérrez de la Concha

Manuel Gutiérrez de la Concha

Antes de derrumbarse el frente carlista del Este, Espartero había encomendado al mariscal Manuel Gutiérrez de la Concha la definitiva desaparición de los núcleos legitimistas resistentes en Cuenca y Guadalajara, como así hizo. Sus fuerzas se reorganizaron en Guadalajara para perseguir a unas guerrillas carlistas hacia Burgos, pero Concha recibió el 8 de junio una nueva orden de importancia extraordinaria: se le encomendaba la custodia de la Reina Isabel II y de su madre, María Cristina, en un viaje, de carácter político, hacia Barcelona, atravesando varias provincias.

El viaje comenzó en Madrid el día 10 de junio y Concha se mostró muy preocupado por su seguridad. Era un trayecto arriesgado todavía, pues se sabía que líderes legitimistas como Polo y Palillos, desde tierras aragonesas, amenazaban con invadir las de Albacete y Guadalajara. Además, tropas del Maestrazgo intentaban conectar con las del guerrillero carlista Balmaseda y llegar al Norte para levantar nuevamente aquellas tierras por la causa de don Carlos. Si bien algunas fuerzas isabelinas lograron que varios grupos catalanes carlistas se replegaran de nuevo al Principado, no alcanzaron a detener la columna Palacios, que se colocó, sin saberlo, en la ruta que pensaban seguir las reinas. Así, el 12 de junio pernoctó en Tragacete, pueblo conquense, a una jornada de distancia de Algora, donde se encontraba la comitiva regia. Concha –al mando de un pequeño cuerpo de ejército– dispuso que una columna de 200 infantes y 400 caballos se aproximara a los carlistas para cerciorarse de su fuerza y posición; el jefe de la columna, tan pronto tuvo la información necesaria, se replegó sobre Algora, donde se hallaba el Cuartel Real, anunciando que las avanzadillas legitimistas se extendían hasta las inmediaciones de Trillo. Si Balmaseda atacaba desde el Norte podían quedar atrapados, precisamente cuando Concha no contaba con muchas fuerzas para plantear batalla a campo abierto pues debía destacar parte de ellas en la custodia de las reinas y del considerable convoy que las seguía.

Muerte del Marqués del Duero, por Joaquín Agrasot, pintura de 1884.

Muerte del Marqués del Duero, por Joaquín Agrasot, pintura de 1884.

Por todo ello, decidió acelerar la marcha hasta Medinaceli, punto que por su altura estaba a cubierto de cualquier ataque, adonde llegó finalmente la comitiva regia. Palacios se dirigió tras ella y pernoctó en un pueblo distante dos horas de aquella población, demostrando que no abandonaba la oportunidad de intentar raptar a las reinas, lo que hubiera supuesto un enorme problema al Gobierno liberal y al proyectado final de la guerra. Concha, para evitar la unión de los dos líderes carlistas, decidió enfrentarse a su perseguidor más cercano el 15 de junio de 1840, el cual había concentrado 6.000 soldados de infantería y 1.000 caballos en las alturas inmediatas a Olmedilla, apoyando su derecha en una cima poblada de árboles y rodeada de cercados de piedra, que servían como parapeto a los tres batallones que la ocupaban. Las fuerzas de ambos bandos se enfrentaron hasta la derrota carlista, siendo capturados más de 1.400 hombres. Pero no fue posible perseguir a los vencidos, debido al número de sus fuerzas, pero la victoria de Olmedilla fue considerada la última de las batallas del conflicto civil.

Terminaba así una guerra civil que había durado siete años, y que había dejado a España exhausta económicamente, pero asentado el liberalismo

El Gobierno distinguió a Concha con la gran cruz de San Fernando y las Cortes aprobaron un voto de agradecimiento por ese hecho de armas, en defensa de la Corona y que había acelerado la desintegración de los carlistas. Efectivamente, los últimos carlistas evacuaron sus posiciones en Albacete, Guadalajara y Cuenca, dirigiéndose hacia Castilla la Vieja, mientras Concha, que había llegado a Sigüenza el día 16 de junio, ordenaba que toda la caballería y las compañías de cazadores continuaran la persecución del enemigo, tras desembarazarse de los prisioneros. El 21 de junio se rindió el fuerte de Beteta y Cañete a las fuerzas isabelinas del general Azpiroz, pacificándose la zona. Al conocerse en el resto de la nación estas noticias, comenzaron a rendirse las partidas aisladas que operaban aún. Terminaba así una guerra civil que había durado siete años, y que había dejado a España exhausta económicamente, pero asentado el liberalismo.

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