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26 de abril de 2024

Jan Lakosta fue un bufón de Pedro el Grande

Jan Lakosta fue un bufón de Pedro el Grande

Picotazos de historia

Jan Lakosta: de judío apátrida a Rey en la corte de Rusia

Manuel I de Portugal obligó a la conversión forzosa de la población judía de su reino, lo que dio lugar a una abundante población de criptojudios

No hay certeza alguna a cerca del lugar de nacimiento de Joao D´Acosta (1665 – 1740). Unos postulan Holanda, otros Marruecos, de lo que no hay duda es que el origen de su familia es de judíos portugueses que fueron obligados a bautizarse. Así es, en 1497, Manuel I de Portugal obligó a la conversión forzosa de la población judía de su reino, lo que dio lugar a una abundante población de criptojudios. Familias que vivían de una manera en Portugal y de otra completamente diferente en los Países Bajos, donde tenían abiertas oficinas comerciales.

Durante ese viaje el zar conoció en Hamburgo al joven empresario y le ganó su ingenio y simpatía, por lo que le ofreció un puesto en su corte

En el caso de Joao D´Acosta se sabe que acompañó a su familia a Ámsterdam, Londres y Hamburgo. Es en esta última ciudad donde se estableció y abrió una oficina de corretajes que no le fue mal. Completaba sus ingresos con clases de protocolo y etiqueta social. Y es que para entonces Joao era un hombre de mundo; hablaba español, portugués, inglés, francés, holandés y alemán. Más adelante añadiría el ruso a su conocimiento de lenguas. Era educado, ingenioso y divertido, al tiempo que se movía con una torpeza graciosa que generaba universal simpatía.

Un bufón poderoso

Pedro I, zar y autócrata de todas las Rusias, llevó a cabo su «Gran Embajada» –gira de visitas a diferentes ciudades y cortes europeas con idea de conocer de primera mano la ciencia y las costumbres extranjeras– entre los años 1697 y 1698. Al frente de una modesta comitiva de 250, visitó Riga, Koenigsberg, Brandeburgo, Holanda, Inglaterra y Austria. Durante ese viaje el zar conoció en Hamburgo al joven empresario y le ganó su ingenio y simpatía, por lo que le ofreció un puesto en su corte. ¿Por que no? Se preguntó Joao. Y decidió acompañar al soberano de regreso a sus tierras. En poco tiempo Jan Lakosta, como se le conocía en la corte, pasó a ser el bufón. El gracioso oficial pero con un estatus superior al de estos personajes. Lakosta no solo tenía bula para hacer bromas de todo el mundo, además gozaba de la amistad y la proximidad con el soberano. Esto último le suponía tener una gran influencia.

No solo tenía bula para hacer bromas de todo el mundo, además gozaba de la amistad y la proximidad con el soberano

La figura del gracioso Lakosta se hizo muy popular en Rusia y sus dichos y hechos, reales o inventados, se repitieron como hicimos nosotros con los chistes de Quevedo. Un ejemplo de su ingenio: cierto día se encontró en la corte con un juez que tenía que sentenciar sobre cierto pleito que Lakosta tenía. A la pregunta de este sobre su asunto el juez le contestó que no lo veía bien. Lakosta sacó de un bolsillo dos grandes monedas de oro y mientras las ponía en la mano del juez le dijo: «Pruebe su señoría de verlo con estos anteojos».

«Rey de los Samoyedos»

En el año de 1717 Lakosta decidió adoptar la fe ortodoxa e integrase plenamente, por lo que adoptó el nombre oficial de Pyotr Dorofeevich Lakosta. Pedro I, encantado con la decisión del nuevo ruso, le regalo las islas de Lavansaari, Sisursaari (Gogland), Tytarsaari y Seiskari en el Golfo de Finlandia y le nombró «Rey de los Samoyedos». Desde ese día el nuevo Rey acudía a la corte, portando con garbo y donaire, una corona de oropel.

Los dichos e ingeniosidades de Lakosta se recopilaron y pasó a ser uno de los personajes favoritos del pueblo ruso

El zar Pedro murió en 1725, un golpe terrible para el bufón-rey, que para entonces había amasado una buena fortuna. La subsiguiente regencia / gobierno del príncipe Menshikov le supuso el destierro de la corte, pero no se le consideró lo suficientemente importante o peligroso como para tener que eliminarlo físicamente. Tras la caída en desgracia de Menshikov y sus subsiguiente destierro, Lakosta fue llamado de vuelta a la corte. La nueva soberana era la ahijada y sobrina de Pedro I, hija de Ivan V, y adoraba al bufón del que se había encariñado hacía mucho tiempo. A Lakosta le fueron restituidas propiedades, dignidades y honores y se veló para que disfrutara de una vejez digna y pacifica.
Los dichos e ingeniosidades de Lakosta se recopilaron y pasó a ser uno de los personajes favoritos del pueblo ruso. Lakosta murió en su casa de San Petersburgo, rodeado del cariño de su familia y de sus amigos.
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