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29 de marzo de 2024

William Merritt Chase: El bufón de la corte (1875)

William Merritt Chase: El bufón de la corte (1875)

Picotazos de historia

El bufón Triboulet, arquetipo de bufones posteriores

Sus ropas de brillante rojo y amarillo, con un gorro decorado con las armas de Francia y una vara en cuyo extremo estaba adornada con la cabeza de un bufón pasarían a ser el uniforme de trabajo de futuros colegas y la imagen tópica de los telefilmes y películas

Nicolas Ferrrial (1479 – 1536) nació en Blois (Francia) y se considera que llegó al mundo con una microcefalia. Paul Lacroix lo describe con «arqueada espalda, sus piernas eran cortas y torcidas, los brazos largos y colgantes, ello divertía las damas que lo contemplaban como a un mono». Gracioso de bajo nivel, consiguió de alguna manera introducirse en la corte de Luis XII. Es poco probable que fuera bufón de corte del propio monarca, pero ya había llamado la atención del joven príncipe, que sería conocido como Francisco I de Francia. Ya al servicio de Francisco I, según el mencionado Lacroix «de repente dejó de ser el idiota que decía imbecilidades para transformarse en un ingenioso y divertido bufón, y –por encima de todo– en un perfecto cortesano». Sus ropas –de brillante rojo y amarillo, con un gorro decorado con las armas de Francia y una vara en cuyo extremo estaba adornada con la cabeza de un bufón – pasarían a ser el uniforme de trabajo de futuros colegas y la imagen tópica de los telefilmes y películas.
Triboulet en Le Tiers Livre de Rabelais, por Gustave Doré

Triboulet en Le Tiers Livre de Rabelais, por Gustave Doré

Como todos los de su profesión, gozó del privilegio de decir las verdades y hacer sentir humano a los más poderosos. Murió en el campo, retirado de la corte y ello por su propio ingenio, que le metió en líos y, al tiempo, le salvó.
Un día, en la corte de Francisco I de Francia, el bufón Triboulet, y solo con ánimo de alegrar a las personas que allí había, arreó un tremendo cachete al trasero de su Cristianísima Majestad. Al Rey Francisco la bromita le sentó como un tiro y le dio la oportunidad de salvar su cuello del verdugo si se le ocurría una excusa, por su acto, que fuera más ofensiva que el acto mismo. Triboulet se quedó mirando un momento a Francisco I, se inclinó con elegancia cortesana y contestó: «Lo lamento Vuestra Majestad. No os reconocí. Pensé que erais la Reina».
En el cerrado mundo de la corte, la Reina era terreno vetado para el ingenio del bufón. Por un lado, había respondido con rapidez y agudeza al requerimiento del Rey pero, al hacerlo, había cruzado un estricto límite marcado por el propio monarca. La condena se mantuvo firme. En atención a los años de leales servicios Francisco I otorgó al bufón el derecho de elegir su propia muerte. «Por santa Nimetoques y san Panzudo, santos patrones de la locura, elijo morir de viejo». Francisco I celebró mucho el ingenio de su bufón y le concedió el retiro de la corte.
Otro de los chascarrillos que dejó el bufón Triboulet nos lo muestra preocupado:
«Majestad, uno de vuestros cortesanos está enfadado conmigo por una pequeña broma y amenaza con matarme». A lo que Francisco I respondió: «No debes preocupate – si tal sucediera esa persona sería ejecutada quince minutos después».
«Ya –murmuró Triboulet para, con ojos brillantes, preguntar esperanzado al Rey –¿Y no podrías mandarlo ejecutar quince minutos antes?». La figura de Triboulet marcaría la vestimenta de los bufones y daría lugar a obras como El Rey se divierte de Víctor Hugo o el Rigoletto de Verdi.
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