El misterioso señorío de Tlaxcala y su decisiva alianza con Hernán Cortés en la conquista de México
Cortés conocedor de la gran animadversión que sentían por los mexicas, nada más llegar a sus tierras les envió mensajeros pidiéndoles una alianza. El capitán español sabía que los tlaxcaltecas eran unos excelentes guerreros a los que los mexicas nunca habían podido derrotar
La mayor parte de los españoles estamos, generalmente, familiarizados con la civilización mexica, también conocida como azteca. Con Moctezuma y los últimos tatloanis, con algunos de sus ritos y costumbres e incluso con Tenochtitlán, su prodigiosa capital acuática y, sin embargo, se conoce mucho menos a sus principales verdugos: los más fieles aliados de Hernán Cortés, los tlaxcaltecas. ¿Cómo fue aquel pueblo? ¿Le resultó fácil a Cortés conseguir una alianza en contra de un poderoso enemigo común? ¿Cómo se llegó a la misma? Vamos a intentar responder a estas preguntas adentrándonos en el corazón de Tlaxcala en el clarear de un convulso siglo XVI en Mesoamérica.
El pueblo de la garza blanca estaba compuesto por una confederación de cuatro estados, con sus respectivos caciques. En época de Cortés eran Maxixcatzin, señor de Ocotelolco; Xicoténcatl el viejo, señor de Tizatlán; Tlahuexolotzin de Tepeticpac y Citlalpopocatzin de Quiauixtlán y englobaba a tres etnias, la propia, la tlaxcalteca, la Otomí y la Pinome. Cortés conocedor de la gran animadversión que sentían por los mexicas, nada más llegar a sus tierras les envió mensajeros pidiéndoles una alianza. El capitán español sabía que los tlaxcaltecas eran unos excelentes guerreros a los que los mexicas nunca habían podido derrotar.
El imperio del águila buscó entonces aislarlos y aplicar sanciones a aquellas tribus que comerciasen con ellos. Por esa razón empezaba a escasear el algodón y la sal. Cada año se empobrecían y debilitaban más y sería cuestión de tiempo que cayesen bajo el dominio de Moctezuma como la fruta madura, por eso Cortés pensó que lo recibirían con los brazos abiertos. Nunca, desde que habían desembarcado en aquel nuevo mundo, Cortés se había equivocado tanto. La respuesta a sus mensajes de paz y alianza fue la guerra a muerte.
«Masacrar a los extranjeros»
El consejo de nobles de los cuatro estados se reunió y pese que algunos, como Maxixcatzin apostó por recibir a los extranjeros, Xicotencatl el joven, hijo del Tlatoani de Tizatlan, defendió que debían atacarlos. Al final la decisión salomónica del consejo fue que el ataque lo realizasen sus aliados otomíes, así, de ser derrotados, argumentarían que la responsabilidad no era de Tlaxcala. Xicotencatl el joven se brindó a ponerse al frente del ejército otomí y aseguró que masacrarían a los extranjeros, por lo que, en cualquier caso, aquella precaución no sería necesaria.
En la primera refriega Xicotencatl se llevó una gran cura de humildad. El peso de aquel primer combate recayó en la caballería. Los españoles perdieron dos caballos, pero dejaron el prado sembrado de cadáveres de otomíes. Para la siguiente batalla el príncipe de Tizatlan se plantó con unos cuarenta mil guerreros y escogió un terreno más abrupto, en donde la caballería tenía muchas más dificultades para maniobrar. Los cristianos utilizaron una estrategia similar a Centla. En frente, aquella enorme masa humana dando alaridos al ritmo de los tambores que anunciaban el inminente combate.
Los españoles avanzaban de manera conjunta como un solo hombre, alternándose rodeleros, piqueros, ballesteros y arcabuceros
Les atacaron compactos con lo cual fueron presa fácil para la artillería. La infantería española actuó muy coordinada, dejando espació a los ballesteros y haciendo daño con las largas picas. Además, aunque los otomíes luchaban muy juntos y con bravura, no lo hacían coordinadamente, cada guerrero batallaba por su cuenta, a diferencia de los españoles que avanzaban de manera conjunta como un solo hombre, alternándose rodeleros, piqueros, ballesteros y arcabuceros. Después de varias horas de combate, el ejército de Xicotencatl el joven fue nuevamente vencido, pero, en aquella ocasión, muchos habían resultado heridos.
Derrota tras derrota
El belicoso Xicotencatl, sin embargo, siguió haciéndoles guerra. Cada vez reunía mayor número de guerreros y cada vez el resultado era el mismo, muy pocas bajas castellanas por cientos de muertos de los suyos. No obstante, a pesar de las batallas victoriosas los hombres de Cortés comenzaban a dudar. Ellos eran muy pocos y cada baja suponía un drama. Además, el plan inicial no había funcionado. Pensaron que encontrarían en los señoríos de Tlaxcala los perfectos aliados y no paraban de plantearles una batalla tras otra.
Una vez más empezaron a surgir dudas sobre la viabilidad de aquella conquista que los velazquistas, es decir los partidarios del Gobernador de Cuba Diego de Velázquez, para entonces enemigo declarado de Cortés, calificaban de alocada e imposible.
Pensaron que encontrarían en los señoríos de Tlaxcala los perfectos aliados y no paraban de plantearles una batalla tras otra
También en Tlaxcala, tras aquella sucesión de derrotas, la posición de Xicotencatl el joven comenzaba a ser muy discutida, pero dada su obstinación, el consejo solicitó el parecer de sacerdotes y hechiceros y estos aconsejaron atacar el campamento cristiano durante la noche, porque aquellos extraños «teules», muchos de ellos con cabellos dorados, habrían de carecer de fortaleza sin el aliento del sol.
Afortunadamente Cortés pudo capturar un espía y enterarse, así, de los planes del joven Xicotencatl. Cuando los guerreros se acercaron al templo donde tenían su cuartel los españoles, la emboscada caballería los sorprendió en la oscuridad al grito de Santiago Apóstol y con el tronar de cascabeles y relinchos. El ejército otomí entró en pánico y huyeron a la carrera. Los caballeros segaron la vida de algunos de los guerreros en fuga para recordarles que aquellos ataques no debían salirles gratis. Pero tras la batalla nocturna, ambas partes estaban llegando al límite.
En el campamento cristiano cada vez se alzaban más voces pidiendo el repliegue a Vera Cruz. Además, tras aquella sucesión de batallas, unas 40 personas habían perdido la vida. Pero peor era la situación para Xicotencatl el joven. Sus aliados otomíes empezaban a recelar de ser solo ellos los que llevasen la carga de la guerra y sufriesen las cuantiosas bajas. Esa alianza era fundamental para Tlaxcala y no podían ponerla en riesgo. Por otra parte, los extranjeros, aunque eran muy pocos, habían demostrado ser un ejército correoso y eficaz.
De enemigo a aliado
En consecuencia, muchos comenzaron a pensar que sería mejor tenerlos de aliados que de enemigos. El consejo volvió a reunirse. Esta vez los cuatro tlatoanis estuvieron de acuerdo. Además, sabían que Moctezuma seguía enviando embajadores con presentes a los extranjeros. Si estos alcanzaban algún tipo de alianza con los mexicas, Tlaxcala estaría irremediablemente perdido.
Xicotencatl el joven fue el encargado de transmitirles la oferta de paz y hospitalidad y el 23 de septiembre de 1519 el ejército español entró en Tlaxcala. En los días sucesivos los hombres de Cortés disfrutaron de la hospitalidad de los tlaxcaltecas y con el matrimonio de los capitanes de Cortés con las hijas de los gobernantes se selló la alianza.
En aquel momento se inició un proceso de mestizaje que resultaría imparable y gracias a aquella alianza, aquel pequeño grupo de extranjeros venidos desde confines entonces allí desconocidos pudo derrotar a la mayor civilización mesoamericana.
Paradójicamente, sin embargo, la historia de los derrotados es hoy muy bien conocida e incluso reivindicada por muchos y la historia de aquellos aliados sin cuyo concurso no hubiese sido posible la victoria es ocultada y soslayada. Al menos, en el escudo de Tlaxcala permanece, como símbolo de aquella gran alianza, un castillo como emblema de castilla, dos coronas y las iniciales del Rey Carlos, su esposa Isabel y su hijo Felipe. Dos palmas representando la Gloria de España y de Tlaxcala y a los pies unas calaveras y dos huesos cruzados como símbolo, a su vez, de los mexicas muertos durante la toma de Tenochtitlan.