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El regimiento Cockhorse, un episodio medieval. Obra de Charles J. Staniland

La trágica Cruzada de 1212: cuando miles de niños peregrinaron para conquistar Tierra Santa

A finales de junio de 1212 se reunieron en la ciudad de Vendome cerca de treinta mil jóvenes

Caminando, sin espadas o armadura unos niños emprendieron una nueva cruzada hacia Tierra Santa. En mayo del año 1212, poco antes de la batalla de las Navas de Tolosa, un joven se presentó en San Denís, que era donde estaba instalada la corte del rey Felipe de Francia. Según las crónicas, el joven pastor se llamada Esteban, tenía unos 12 años y traía consigo una carta que, según él, le había entregado Jesucristo en persona, que además le había ordenado partir de inmediato para emprender una nueva Cruzada.

Por supuesto, el rey se compadeció del joven y le mandó de vuelta a su casa, pero Esteban no se rindió y empezó a predicar a las puertas de la catedral de San Denis. Es aquí donde empieza la aventura de la Cruzada de los niños que acabó en tragedia.

«Durante los últimos quince años habían recorrido el campo predicando y apremiando a una Cruzada contra los musulmanes […] Era fácil para un muchacho contagiarse de la idea de que él podía ser un predicador y emular a Pedro el Ermitaño», escribe Steven Runciman en su libro Historia de las Cruzadas. Fuera esto o no una llamada divina, Esteban convenció a muchos niños para que lo acompañasen a Tierra Santa y pronto empezó a viajar por Francia para convocar a más jóvenes.

A finales de junio de 1212 se reunieron en la ciudad de Vendome cerca de treinta mil jóvenes de origen noble, campesinos y de toda condición venidos de distintas partes de Francia. También se sumaron a la expedición sacerdotes jóvenes y peregrinos mayores. Como no cabían todos en la ciudad acamparon fuera de las murallas y desde allí emprendieron la peregrinación hacia Tierra Santa convencidos de que, con su inocencia, lograrían lo que caballeros armados no habían logrado.

La Cruzada Infantil, por Gustave Doré

La expedición partió hacia el sur, en una caravana en la que la mayoría de los infantes iban caminando, salvo algunos de origen noble y Esteban, que, al ser el jefe de la cruzada iba en un carro con todas las comodidades de una persona a la que sus compañeros de viaje ya consideraban un santo. El camino hasta la costa fue muy duro, para comer dependían de la caridad, el calor sofocante y la falta de agua provocó que muchos niños murieran, pero la cruzada consiguió llegar a su siguiente destino.

Una cruzada de penurias y tragedias

Esteban y sus «profetas menores», como los nombran en las crónicas, llegaron a Marsella, donde fueron recibidos con gran alegría, pudieron alojarse en las casas y los que no cabían durmieron en la calle. Esteban había predicado que las aguas se les abrirían para que pudieran cruzar, pero este milagro no sucedió y algunos niños se enfadaron y regresaron a sus casas. La mayoría se quedó frente al mar, esperando que Dios interviniera.

A los pocos días, unos comerciantes llamados Hugo el Hierro y Guillermo el Cerdo, se ofrecieron para trasportarles en varios barcos hasta Palestina, sin coste alguno. Los jóvenes embarcaron en siete barcos. No se supo nada de ellos hasta casi veinte años después. En 1230, un sacerdote procedente de Oriente llegó a Francia diciendo que era uno de los jóvenes que había acompañado a Esteban en su cruzada.

Según cuenta este relato recogido en crónicas tardías, tras varios días de navegación una tempestad hizo que dos de las embarcaciones naufragaran, sin dejar supervivientes. Los niños que iban en los otros cinco barcos, según el sacerdote, fueron vendidos por los comerciantes a los piratas sarracenos, que a su vez los vendieron a señores musulmanes en los mercados de esclavos de Alejandría y Bagdad. No todos fueron esclavizados, unos pocos niños sufrieron el martirio al negarse a aceptar el islam. Pocos, entre ellos el sacerdote sobrevivieron y pudieron volver a sus casas.

Cruzada de los niños, grabado de J. Kirchhoff, 1843

La tragedia de esta historia no termina aquí. Pocos meses después de que Esteban partiera hacia Marsella, las noticias de la cruzada llegaron hasta Alemania. Un niño llamado Nicolás, de una aldea renana, siguió los pasos del francés y empezó a predicar el mismo mensaje de cruzada infantil frente a la capilla de los Reyes Magos de Colonia. Convenció a muchos jóvenes, pero también a adultos, entre los que había «despreciables vagabundos y prostitutas», afirma Runciman.

La expedición alemana se dividió en dos grupos que avanzaron hacia Italia. La primera cruzada liderada por Nicolás, formada por unas veinte mil personas, siguió el Rin hacia Basilea, llegó hasta Ginebra, cruzó los Alpes, pasaron una noche en Génova y a los pocos días llegaron a Pisa. Allí varios niños embarcaron en dos barcos que iban a Palestina, pero no se sabe que pasó con ellos. Nicolas y otros tantos jóvenes decidieron marchar hasta Roma, donde el Papa Inocencio III recibió al joven alemán y le pidió que regresara a casa.

Así lo hicieron, aunque se desconocen los detalles del viaje de regreso. Por su lado, el otro grupo alemán también cruzó los Alpes, e intentaron embarcase hacia Palestina sin éxito, para regresar a Renania poco después. Estas dos cruzadas infantiles fueron más una peregrinación que acabó de manera muy trágica, y el paso de los siglos la ha adornado con todo tipo de leyendas.