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Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

La francesada, el peor y más terrible expolio de la historia de España

Amén del daño inmenso en vidas y destrucciones de todo tipo, quizás donde pueda quedar más patente la enormidad del saqueo sea en el apartado cultural y en el robo de cuantas obras de arte pudieron echar mano

Huida del rey José Bonaparte de Vitoria

Lo tenía en el tintero, pero me lo recordó un lector hace unos días. Me puse a ello y aquí lo tienen. Es, sin duda, un apartado muy doloroso de nuestro pasado, pero es preciso que sea conocido por todos. El expolio más terrible y cuantioso que ha sufrido nuestro país en toda su historia, y en todos los sentidos, fue el protagonizado por las tropas napoleónicas que invadieron España entre 1808 y 1814. Amén del daño inmenso en vidas y destrucciones de todo tipo, quizás donde pueda quedar más patente la enormidad del saqueo sea en el apartado cultural y en el robo de cuantas obras de arte pudieron echar mano.

Los invasores franceses, sus mariscales y el rey impuesto por Bonaparte, su hermano José, se consideraban superiores, más avanzados en todos los aspectos, y nos veían como un pueblo inferior, atrasado, sumido en las peores oscuridades y tinieblas y reacio a la luz que supuestamente ellos representaban. Puede que en ciertos aspectos lo fuéramos, pero, desde luego, el pretender imponérnoslo a sangre y fuego era mucho peor todavía. Y, además, mentira. Lo prueba precisamente este brutal e inmenso robo de nuestro patrimonio, del cual una buena parte jamás nos ha sido devuelta.

No faltaron tampoco las profanaciones y las venganzas contra quienes, en el pasado, les habían derrotado. El caso más repulsivo fue la profanación de la tumba del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, en Granada, por el general Horace Sebastiani, quien mutiló sus restos, quemó las 700 banderas por él capturadas al enemigo y se llevó como trofeo su calavera y su espada, enfurecido al ver que en el escudo del gran militar se leía: «Vencedor de franceses y turcos…».

Lápida de la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba El Gran Capitán en el Monasterio de San Jerónimo de Granada, que fue abierta en 1810 por los soldados franceses en la invasión francesa de España, profanando los restos y saqueando las reliquias de su interior

Parecida suerte corrió la tumba del Cid y su esposa, Jimena, en el monasterio de San Pedro de Cardeña, aunque en esta ocasión el general francés Thiebault, tras enterarse, logró recuperar parte de los esqueletos y tratarlos con respeto, aunque se perdió una buena parte de los huesos. Hoy reposan en la catedral de Burgos.

El expolio de obras de arte estuvo, además, muy organizado, amparado en edictos imperiales y reales de los dos hermanos Bonaparte, y se nombró al efecto una «comisión» encargada del saqueo. De Madrid y algunas ciudades históricas de su entorno se expoliaron 1.500 cuadros, y de Sevilla, 1.000 más, por señalar los dos lugares donde se produjo la mayor rapiña. Teóricamente, su destino era el museo de París, pero la corrupción y la avaricia de no pocos mariscales y generales hizo que muchos de estos acabaran en sus manos. José Bonaparte los utilizaba como regalo a sus favoritos.

Pero los había, como el famoso mariscal Soult —el más ladrón de todos—, que, apasionado por el arte y entendido en la materia, se llevó de Sevilla las mejores tablas de Murillo, Zurbarán y tantos otros maestros. Sebastiani, el profanador de la tumba del Gran Capitán, fue también en esto un discípulo adelantado. Al robo se unieron marchantes, una innumerable lista de militares de alto rango y funcionarios civiles que se lanzaron a conseguir todo el botín que pudieron. Se cebaron también con estatuas, imágenes y objetos de culto, que en frecuentes casos destrozaban para quedarse con el oro, sin importarles las maravillosas obras de arte que destruían.

Caricatura inglesa que muestra a la camarilla de José Bonaparte saqueando los objetos de valor antes de abandonar Madrid en 1808

El peor de todos fue, sin duda, el mariscal Jean de Dieu Soult, que en 1810 fue nombrado gobernador militar de Andalucía. Se llevó consigo la friolera de 180 cuadros muy cuidadosamente seleccionados, utilizando el chantaje —un lienzo a cambio de la vida de su propietario—, la rapiña en las iglesias, monasterios y conventos, aprovechándose, entre otros, del «decreto imperial del 18 de agosto de 1809, que cancelaba todas las órdenes religiosas y mendicantes de España, declarando que sus bienes pasaban a formar parte del patrimonio nacional».

Fue tal su depredación que escandalizó al propio Napoleón, que llegó a decir que «tendría que dar un ejemplo y ordenar fusilarlo». Pero no lo hizo. El pájaro envió desde España hasta su residencia en París una decena de carruajes cargados hasta arriba de las mejores obras de nuestro patrimonio artístico. Mantuvo muchas de ellas en su poder, decorando las paredes de su palacio. A su muerte fueron subastadas y repartidas por todos los lugares del mundo: casas reales europeas, museos y grandes potentados las adquirieron, y hoy están repartidas por todo el planeta.

Este Soult aún pudo ocasionar un destrozo más terrible que todo el anterior estropicio, pues, en su retirada de Andalucía, dio orden de dinamitar la Alhambra. Y volaron incluso algunas torres, pero la heroicidad de un cabo mutilado en la batalla de Bailén, José García, utilizando su propio cuerpo y arrojándose encima de la mecha, logró apagarla.

El otro gran ladrón fue José Bonaparte. Tras ver que el ejército francés se batía en retirada, después de la derrota de los Arapiles en julio de 1812, decidió escapar hacia Francia llevándose consigo un gigantesco convoy de 2.000 carros. Alcanzado por el ejército del inglés Wellington en Vitoria, que hizo huir en desbandada a las tropas napoleónicas, la soldadesca británica asaltó los carros, en muchos de los cuales había obras de arte.

Subasta del botín entre los soldados tras la batalla

Aquel día se perdió otra fabulosa cantidad de piezas y objetos de enorme valor histórico para España, muchos de los cuales se extraviaron sin dejar rastro hasta hoy. Los cuadros de mayor tamaño y las esculturas sí consiguieron llegar a París, pues habían partido doce horas antes. Estos, al menos, lograrían en buena parte ser más tarde recuperados.

El duque de Wellington salvó del pillaje el carro personal de Bonaparte, donde había unas 200 obras de Brueghel, Van Dyck, Tiziano, Rubens, Ribera, Murillo, Velázquez... todas sin marco y enrolladas para ocupar menos espacio. El duque las envió a Inglaterra y, cuando volvió a su país, decidió devolverlas. Pero a sus misivas preguntando cómo hacerlo y hacia dónde, respondió el «felón» rey Fernando VII diciéndole que no, con estas palabras: «Su Majestad, emocionado por su delicadeza, no desea privarle a usted de aquello que llegó a su poder por medios tan justos como honorables». O sea, que se lo regaló todo. Así que al saqueo de la francesada se unió el del propio y traidor rey de España, que había permanecido sumiso y entregado durante toda la guerra a Napoleón.

Por poner una nota positiva en todo ello, hay que rendir el debido homenaje al general Álava. Este, que había combatido en la batalla de Vitoria tras muchos fracasos anteriores, y una vez restaurada la monarquía en Francia tras la derrota de Napoleón, solicitó en nombre de España la devolución de lo robado. El rey Luis XVIII contestó a una de sus peticiones con esta frase: «Ni los doy, ni me opongo». Al día siguiente de recibir la misiva, Álava, ni corto ni perezoso, envió a su ayudante con 200 infantes ingleses armados al Louvre a por los cuadros.

El director del museo, que llamó al pueblo parisino en su ayuda, intentó oponerse. Pero lograron entrar y esa tarde consiguieron rescatar 12 obras. A la mañana siguiente, al amanecer, y de manera astuta, se presentaron allí de nuevo y esta vez consiguieron hacerse con otras 284 pinturas y 108 objetos artísticos. Los llevaron con rapidez a la embajada española y de allí hasta Amberes, donde en barco acabaron por regresar a España tras desembarcar en Cádiz.

Fue casi lo único que, a la postre, se consiguió recuperar del inmenso tesoro artístico robado.