Juan Bravo, el comunero que acabó siendo héroe de enemigos ideológicos
Por lo menos cinco ideologías políticas reclaman como suyo al capitán comunero, una figura histórica consecuencia de un momento determinado, divulgada a base de tópicos

Juan Bravo. Imagen de «Los mártires de la libertad española»
Años antes de que Izquierda castellana diera carné de afiliado e incluso militancia de honor al comunero Juan Bravo, los datos nos dicen que el condenado en Villalar —y fidelísimo a la Corona— participó de las afiliaciones más dispares. Si la memoria no me falla, la primera vez que supe para bien, para muy bien, de Juan Bravo fue cuando me sorprendió de niño, allá por el 64 o 65 del pasado siglo, una lámina en aquellos libros enciclopédicos en donde se veía una ejecución de caballeros vencidos, que luego supe era un remedo del portentoso cuadro de Gisbert. «Mientes tú y el que te lo manda decir», frase lapidaria que apostillaba el dibujo en blanco y negro.

Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, de Antonio Gisbert Pérez. 1860
Exaltación de lo patriótico frente a lo extranjero en un tiempo donde era el nacionalcatolicismo la ideología imperante. El ejemplo del comunero segoviano se convertía en portaestandarte de la ideología dominante y convertía a Juan Bravo en adalid de los valores de la época, con un Ministerio de Educación Nacional (de Franco), por el que pasaban y se sucedían falangistas descafeinados y católicos profesionales, y que, cuando la publicación referida, bien pudiera haber sido autorizada por Jesús Rubio García Mina o por Manuel Lora Tamayo que, aunque diferentes, no iban a discutir por el mensaje de la laminilla en cuestión.
Tenemos, pues, que a la militancia marxista-leninista adjudicada hubo quienes le precedieron con la nacional católica. No está mal. Pero no queda ahí la fecunda participación supuesta del enterrado en Muñoveros, ni muchísimo menos. Olvidados los comuneros de Castilla durante siglos después de su derrota, cuando llegó el llamado de «Las Luces», empezaron algunos autores teatrales a fijarse en ellos y observaron que daban juego. Juego les dieron también a escritores del Romanticismo, que daban interpretación —la suya— a los hechos del XVI y que les venía que ni al pelo.
A estos literatos les siguieron políticos de nuevo cuño, los liberales, que empezaban a hacerse notar en lo que luego sería todo suyo: la política española, y muy especialmente los sectores más radicales de ese liberalismo, que concluían al analizar el movimiento comunero con el propio: «Si somos lo mismo». De aquella apropiación, que encontró su culmen durante el Trienio Constitucional, remito a quien quiera saber más a mi libro Hacía una luna tan clara que parecía de día. Muñoveros (1826-1828), más que nada por no cansar.
Esa corriente persistió, y desde el órgano de expresión La Tempestad, con el siglo XIX muy avanzado, se propuso primero una lápida conmemorativa en la antigua morada del comunero en Segovia y, luego, una estatua a imitación de la hecha para Daoiz y Velarde, y con el mismo escultor, que, a lo que se ve, les había gustado a las fuerzas vivas.
Y con esta liberal progresista llevamos ya tres militancias adjudicadas al marido de Catalina del Río y de María Coronel, pero hay más. El liberalismo más prudente, el conservador, también tiró del regidor segoviano y, desde El Adelantado de Cano de Rueda, se le asociaba a su postura ideológica, por lo que ya serían cuatro las militancias supuestas.
Para no desmerecer, los sectores del integrismo español monárquico —llámense absolutistas, tradicionalistas, carlistas o como se les quiera llamar— también hicieron suyo al personaje. Uno de los intelectuales de mayor prestigio en Segovia, el historiador Carlos de Lecea, integraba en sus filas a su paisano con argumentario concluyente.
Tendríamos, pues, que por lo menos cinco ideologías políticas reclaman como suyo al capitán comunero, una figura histórica consecuencia de un momento determinado, divulgada a base de tópicos y que se ha convertido, ahora más que nunca, en un nuevo lecho de Procusto.